Detrás del nuevo capítulo de «chuzadas» y de corrupción en las fuerzas armadas colombianas, se esconde una batalla sin tregua por el poder entre el Presidente Santos y el expresidente Uribe.
Por Jorge Sarmiento Figueroa
Han sido tantos los ataques de bando a bando, que la realidad de la lucha por el poder político nacional entre Juan Manuel Santos y Álvaro Úribe Vélez ya saltó a la opinión pública como algo más que simples debates o trinos cruzados en Twitter.
Hasta ahora los ataques eran de opinión. Se hacían desde los medios de comunicación, desde las redes sociales, desde vallas en las calles. Eran de cara a la opinión pública. Pero después del recordado trino en el que quedaron al descubierto las coordenadas geográficas desde donde unos negociadores de las Farc viajarían a Cuba, se evidenció que el expresidente Uribe seguía contando con el apoyo de cierta línea de las fuerzas armadas y que con estas estaba fraguando movimientos oscuros para enlodar el proceso de paz.
El movimiento más duro para Santos fue el descubrimiento de que la división de inteligencia del Ejército estaba «chuzando» (interceptando líneas de comunicación de manera encubierta) a varios dirigentes de la vida pública nacional, en especial a uno de los negociadores del equipo del gobierno en La Habana. Y allí fue Troya.
La primera reacción de Santos frente a ese último movimiento dio a entender que él no conocía el detalle de las prácticas de interceptación y por tanto los resultados de las mismas no estaban dando a para a sus manos, sino – ¿a quién más? – a Uribe.
Entonces Santos también sacó sus armas y los resultados de su contraataque causaron en los días recientes un sismo en las filas de las fuerzas armadas aún leales al expresidente Uribe. Seis generales de la cúpula militar, empezando por el comandante general Leonardo Barrero, terminaron relevados en pleno.
Lo del general Barrero fue el caso más llamativo, ya que su nombre fue puesto en entredicho por la revelación de unas comprometedoras conversaciones con un coronel detenido por falsos positivos. Ver revista Semana.
El presidente Santos hubiera podido pedir explicaciones públicas a su ministro de Defensa sobre las chuzadas al negociador de La Habana, o sobre Andrómeda, la fachada clandestina de inteligencia electrónica del Ejército. Pero eso hubiera significado reconocer que su antecesor en el Palacio de Nariño sigue teniendo mayor ascendencia entre los militares.
Santos se dio cuenta que la verdadera maniobra detrás de ese escándalo la fraguaba Uribe y su séquito de derecha extrema que están en contra del proceso de paz con las Farc. Así que decidió pasar de agache al ataque y sacar su alma de jugador, de estratega, que sus amigos y enemigos le conocen, admiran y temen, según el caso.
De bando y bando se chamuscan en este momento con todas las herramientas de la real politik. Fernando Londoño desde la página oficial de Uribe www.alvarouribe.com.co, la familia Santos desde la revista Semana y una lista interminable de sirios y troyanos que se debaten en una guerra intestina de la clase dirigente de este país, que sigue sin encontrar la paz porque eso es justo lo que no buscan sus potentados.
Mientras tanto, el ejército colombiano quedó en el fuego cruzado de dos de los dirigentes políticos más afectos a su tradición castrense. Sobran las palabras para describir la estrecha relación de Uribe con la tropa, pero no hay que olvidar que Santos hizo parte activa de las filas.
No obstante el lamentable espectáculo al que se vio sometido el Ejército, hay un personaje que paga la mayor cantidad de platos, que al final, si se suman con todos los casos de víctimas de la violencia, terminan siendo los más caros. Ese personaje es el colombiano raso, sea cachaco, indígena, costeño, paisa u opita, que simplemente asiste como un invisible y pasivo espectador, como un convidado de piedra que no gana ni pierde guerras porque no usa armas ni sabe de real politik, pero es quien verdaderamente sufre el fragor.
Lo peor es que con sonrisas y promesas de paz, prosperidad y corazón, tanto Uribe como Santos, y toda la clase política colombiana que se alimenta directa o indirectamente de la guerra, como siempre, invitan a votar. Es para lo único que cuenta el resto de colombianos, además de pagar la guerra.