Por Jorge Guebely
Basta acomodarse al poder para sentirse feliz en el infortunio esencial, poseer la falsa sensación de paraíso en pleno infierno, disfrutar la confortable felicidad del sumiso. Poder que se perpetúa fomentando ilusiones paradisíacas con el fuego infernal, borrando consciencias lúcidas para ocultar sus mascaradas. “La lucidez es el único vicio que hace al hombre libre: libre en un desierto” afirmaba Ciorán.
Dios, creado a imagen y semejanza de un poderoso: un gran terrateniente, un gran empresario, se rodeaba de ángeles obedientes en el cielo. Aseguraba su poder con la sumisión de paraíso.
Bastó la lucidez de Lucifer para expulsarlo del edén celestial. Lo desplomó en el inframundo, en la tierra. Ángel caído, cuya etimología significa: “Quien porta la luz”. Compartió su lucidez con Eva: “Si comen del árbol prohibido, seréis como dioses”, la tentó. Comieron y fueron desterrados del paraíso terrenal donde pastaban rumiando ignorancia.
Tentación a Eva, rebelión del instinto contra la moral, según Freud; del subconsciente en donde se diluyen todas las etiquetas sociales. Lucha de la vida contra la muerte, del eros contra el tánatos. Rebelión de lo femenino contra el distorsionado masculino, energía rebajada a la tarea de fraguar históricas revoluciones políticas, perpetuando la ignorancia. Contrario a la femenina, creadora de pequeñas revoluciones cotidianas, generadoras de vida.
Ninguna extrañeza entonces si son mujeres las rebeldes en las obras de Rivera, verdaderas Antígonas y Evas del relato. Pilar en Juan Gil se alza contra el poder premoderno. Comparte su cuerpo con la persona amada. Contraviene el mandamiento conservador de la virginidad como etiqueta puritana. Por amor se levanta Alicia en La Vorágine. Acontecimiento mal comprendido por Arturo. En su prepotencia – ignorancia masculina-, la considera una presa fácil. Nada tan revolucionario como el amor y tan escaso.
Rebelión contra el poder, descenso al inframundo asegurado, caída en enormes sufrimientos. Pilar descendió al infierno familiar; Alicia, al Amazona. Relato arquetípico explorado por Rivera. Sucedió con el Lucifer celestial, con la Eva del paraíso, con el Prometeo de la mitología griega. Significa también un combate contra la ignorancia. Odiseo descendió al inframundo para consultar a Tiresias y descubrir el retorno a su Ítaca original; Eneas, para conocer su destino; Orfeo, para hallar el amor de Eurídice.
Brillante Ciorán, nos devela la caída en la consciencia: “Un instante de lucidez, sólo uno; y las redes de lo real vulgar se habrán roto para que podamos ver lo que somos: ilusiones de nuestro propio pensamiento.” Un inframundo poblado de espejismos supurados por nuestra propia mente, digo yo. “Peripecias extravagantes, detalles pueriles, páginas truculentas forman la red precaria de mi narración,” diría Arturo Cova.