Por Sandra Mejía
–Oye, así como podemos venir un fin de semana de paseo a Viena, podemos ir también a Brno o a Budapest.
–¡Oye sí! Qué maravilla. Como quien dice: vamos el sábado a playita en Puerto.
–Ajá.
–Buenos, vamos. Yo quiero conocer Budapest.
–Yo también.
La decisión final fue una conversación acalorada. Claro, era un día de 36 grados en el verano europeo, literalmente nos preguntamos ¿qué clase de Barranquilla es esta?
–Oye, tengo un bono de descuento en Flixbus, aprovechemos y compremos tiquetes para ir a Budapest.
–Vapa, paga tú los tiquetes y yo te doy allá el efectivo.
–Listo.
Ocho días después salí de mi casa, caminé unos siete minutos a la estación de buses, compré un tiquete por 4,90 euros para ir a Bratislava, llegué a la estación que queda en un centro comercial y, por eso me encanta, almorcé en la plaza de comidas, compré una almohada de viaje que encontré en oferta, fui a un café donde venden matcha latte porque en la tarde el café me quita el sueño, me conecté a una reunión con una nueva clienta, luego me conecté a mi clase del taller de escritura y al finalizar, feliz como siempre, compré un tiquete de bus por 1,1 euros para llegar a la casa de mi mejor amiga, que por maravillas del destino vive en Bratislava, y con quien viajaría al día siguiente a conocer Budapest.
En pocas palabras, un viernes perfecto en mi vida de nómada digital (¿ya les conté de eso?), donde puedo armar paseos y moverme entre ciudades, ¡y países!, sin dejar de trabajar o pedir permiso porque mi oficina es el maletín donde quepa mi computador portátil. Y porque mi jefa soy yo y mis clientes.
Esa noche ya a punto de dormir nos asombramos al darnos cuenta de que estaríamos en Budapest, una de las ciudades que más nos soñábamos, solo estaríamos por alrededor de ocho horas y no sabíamos qué íbamos a hacer en ella o a qué lugares queríamos ir.
–Juanshis, ¿sabes que Budapest es la unión de Buda y Pest?
–Boba.
–Es en serio. ¿No sabías?
–Pensé que me estabas mamando gallo, ¿en serio?
–Si, a un lado del Danubio está Buda y al otro está Pest. Y también está el museo de Houdini porque él nació allá.
–¿El ilusionista? ¿Y tiene museo?
–Sí, el ilusionista escapista.
–Ahh. ¿Y entonces a dónde vamos a ir?
Saqué mi computador y abrí sesión en Chatgpt. Le escribí la hora y estación de llegada a Budapest, la hora y estación de salida y le pedí me recomendara a qué sitios podía ir en ese tiempo. La maravilla. Me armó un recorrido de seis lugares, con el orden sugerido de visitas teniendo en cuenta las horas de llegada, salida y almuerzo. No pude sentirme más orgullosa de mí esa noche, habiendo tenido una idea tan genial que me organizó mi visita express del día siguiente a Budapest y me fui a dormir feliz del viernes tan espectacular que había tenido y el día tan espectacular que sería mañana.
Al día siguiente la ilusión del itinerario no duró mucho porque nos pasamos de la estación donde debimos bajarnos y ya no supimos cómo arreglar el recorrido. Pero eso no le restó emoción para lo que encontramos ese día.
Budapest es preciosa. Caminamos por las calles de Pest, que bien parece un museo, con bellos edificios de arquitectura señorial, estatuas con las que se pueden jugar y el impresionante edificio del Parlamento, a orillas del Danubio. Nos emocionamos como niñas chiquitas al descubrir un museo de gatos y nos desilusionamos como niñas chiquitas cuando no pudimos entrar pues no teníamos reserva y ya no había disponibilidad para ese día.
Cruzamos el Danubio por el Puente de las cadenas, custodiado por dos enormes leones a cada lado. Así llegamos a Buda, nos demoramos un poco para entender cómo entrar al impresionante Castillo de Buda. Los patios interiores del castillo con sus vistas al Danubio son un deleite, siendo el lugar con la mejor vista de la ciudad, el Danubio y el puente. Aquí fue cuando dijimos, a Budapest hay que volver, solo este castillo, con sus dos museos, da para un día, o al menos medio día de disfrute.
Llegó la hora de ir a comer algo, volvimos a equivocar la ruta, yo me puse de mal humor cuando me dio mucha hambre y estuvimos a punto de perder el bus de regreso. En definitiva, vivimos todo lo que hace un paseo inolvidable, aunque haya sido un paseo Express en Budapest.
Nómada digital
Mi amigo Samu me preguntó acerca de esto, ¿qué es?, ¿cómo ser un nómada digital?
De esto he compartido poco y como quien no quiere la cosa. Alguna vez lo compartí con un grupo de amigos y uno de ellos, en una conversación posterior, sacó a relucir el término en tono de burla. Parece tonto pero desde ahí ya no estuve segura de que fuera un tema interesante para charlar con amigos, salvo que me lo pregunten, así que aquí va.
Un nómada es un nómada, alguien que va de un lugar a otro sin tener un lugar fijo para vivir. Como los vikingos. Como yo.
Y un nómada digital es alguien que va de un lugar a otro, sin tener un lugar fijo para vivir, que trabaja usando herramientas digitales. Un computador y wifi es suficiente. Como yo.
A veces confunden esto con un tipo de trabajo, pero en realidad es un estilo de vida, que se puede llevar desempeñando cualquier trabajo que sea posible hacer de manera remota, apoyándote en las numerosas herramientas, programas y tecnología disponible para no tener que estar en un lugar específico.
Yo, por ejemplo, trabajo en ventas, servicio al cliente y gerencia de proyectos digitales. Antes fui asistente virtual. Y me encanta hablar del tema cada vez que me preguntan porque creo que es una oportunidad que abre muchas puertas a quienes ya no encajamos en una oficina y buscamos una forma de vida con mayor flexibilidad y libertad. Como yo.
Me encanta que me leas, me encanta que me comentes, ¡me encanta que me preguntes! Me encanta sentir que estás conmigo, preguntarme si te gusta lo que escribo, si te emocionas, si sientes algo, si sientes algo parecido a lo que siento. En qué momento me lees, si te tomas algo, si lo disfrutas, si sonríes. Y pensar en eso me anima a seguir escribiendo y compartiendo, a seguir leyéndome a mí misma para seguir viéndome en letras.
Así que gracias por leer y por estar aquí conmigo.
Con amor,
Sandra