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La rumba universitaria se reserva el derecho de admisión en un segundo (es decir, te saca con o sin razón)

Recreación hecha por inteligencia artificial de mi veto de La Ü. Aunque no soy blanco y pelo lacio, todo paso como en esta imagen.

Por: Randy Gómez Africano «El Gonzolombiano»

Tercera parte del especial Estudiantado After Hours: Reportajes en Gonzo sobre la rumba universitaria bogotana.

Mayo de 2024

Salgo en medio de una incomodidad marcada en mi cara y unas forzadas ganas de no aburrirme hacia la Séptima, mientras cada sitio cercano a mi casa se cierra con cada paso que doy y la calle cercana al cruce se vacía cada vez más, quedando con algún que otro joven solitario y transeúnte adulto en plena actitud de regresar a su hogar después del trabajo. Justo lo opuesto a mí, que voy en busca del relajo y la borrachera en las oscuras y ruidosas paredes de las discotecas bogotanas.        

No obstante, el reloj de mi teléfono, y el propio ambiente oscurecido de la zona, marcan que ya son las once y media de la noche, Por lo que ante mí se presenta la indeseada chance de no poder atravesar esas puertas repletas de jóvenes excitados y meterme en otra noche de rumba universitaria.

Mientras tanto, paso otra vez por el mismo cruce de la 58 con séptima y rodeo todo el parque partuzero para aproximarme a la-ya vilipendiada en estos reportajes-calle de bares y antros de la 60 con novena.

-Está muy tarde, fijo no encontraré nada abierto que no sea el Disco Jaguar-digo en voz alta mientras camino

Había estado toda la noche metido en mi apartamento después de un complicado día de prácticas en el que, a pesar de la poca cantidad en sí de notas a redactar, había experimentado una fatiga que, exceptuando la pasada por la puerta y los pasillos de la residencia, me tumbó en la cama de mi habitación y convirtió el dormir en la única actividad del momento.

Por un momento pensé que aquella había sido causada por algún tipo de mala nutrición originaria de mis cenas formadas por el ramen procesado o el sándwich solitario. Pero lo único a lo que, lógicamente, pude atribuir esto después de tanto pensarlo, fue a mí voluntariamente deforme ciclo de sueño, que nunca empieza antes de la una de la madrugada y tiene tres despertares adormecidos en medio.

Por lo que hoy, como cobro ante tantos abusos, mi cuerpo me tumbo en ese letargo que, ahora, me tiene aquí saliendo tarde para la rumba y buscando afanado los antros, mientras paso a la 60 y emerge ante mi la vereda de bares luminosos y edificios viejos, oscuros y grafitados, que veo desde su esquina principal para ver que tan a la baja están las faenas.

Las negativas

La acera izquierda se ve casi vacía, y apenas transitan como dos o tres personas desde cualquiera de sus dos extremos; casi toda la zona esta del mismo marrón que el cielo de la noche por la falta de las luces de los locales, ahora durmientes; y ningún grupo de jóvenes espera en fila de alguna de las discotecas a esta hora, mientras veo a cuál de ellas intentar entrar.

Con todo esto a su alrededor, el bar La Ü sigue abierto, con la música escapando unos pocos metros de su entrada y la vigilancia, cual guardaespaldas, de los bouncers estando al acecho de la calle. Mientras es liderada por un grueso y barbado hombre cuarentón, al que siempre he llamado El Paisano por también provenir de mi ciudad, que mira a todo lugar y escucha su intercom, esperando información de lo que ocurre dentro.

En ese momento, me acerco a él y, en medio de la vibración del sitio a causa de la potencia de los parlantes, le digo:

-Buenas paisano

-Paisano, ¿todo bien?

-Todo bien. Hey compadre ¿queda un lugar adentro para mí?

-No compadre, tú sabes que ya estamos para el cierre

Aunque con su cara intenta actuar con amabilidad para comprobar esa razón para no dejarme acceder, inmediatamente su mentira se cae al pasar un par de flacos, y una muchacha rubia, al interior del bar luego de una requisa hecha por otro de los vigilantes liderados por él. Por lo que, más confundido que indignado, le digo:

-Pero si esa vieja acaba de pasar al bar

En eso, en medio de mi interrogatorio hecho a la intemperie de la calle 59, su cara cambia, quedando con un fruncido incómodo y apenado, y la verdad que se guardaba dentro de sí sale finalmente.

-Mira, te voy a hablar con la verdad de porque te salía con todo eso y te decía que no había forma de entrar por algún evento

– ¿Pero qué hice?

-El dueño se emputó porque le miraste la novia

***

Hace casi dos meses fui por primera vez a aquel bar, en el primer contacto con la rumba universitaria de Bogotá dentro de mi experiencia como su habitante. Había quedado con el interés para pasar las noches en ella cuando, regresando de mis practicas por la carrera 13 en vez de la habitual Séptima, y pasando por aquella 60 en medio de una tarde más que reluciente, vi cómo de esa misma puerta oscura emanaba un humo alegre, sonaba música al nivel de que hacía vibrar las aceras, y había una que otra pareja de jóvenes besándose en medio de la recurrencia de tantos muchachos entrando y saliendo del lugar.

Por lo que aquella noche, de marzo si no estoy mal de mi memoria, fui, me senté en el bar, pedí por primera vez la-también vilipendiada en estas historias- Tecate de 2 o 3 mil pesos y, sentado, observando a la marea de parejas de flacos jóvenes perreando y gritando, me dejé envolver en la felicidad del jolgorio posterior a las clases de las universidades bogotanas.

Pero en la segunda ocasión que fui, entre las miradas propias de un muchacho caliente por el ambiente, de esas que uno intenta esconder para no acosar a las mujeres, Mi vista cayó, y no se pudo mover o levantar, encima de una flaca pelinegra de grandes ojos y piernas firmes.

A ella la miré varias veces, no con una cara pervertida; más bien miedosa. Pero después, viendo precisamente que su novio, el mencionado dueño del lugar se acercó a ella, saqué mis ojos de ese hueco de mirar varias veces sin parar en el que cayeron, agarre mi última Tecate y me fui al fondo del bar.

No sabría decir si fue porque ella se sintió acosada o por celos del hombre. Igualmente, en ambos casos sentiría pena y daría disculpas de todo tipo. Pero no importando eso, veinte minutos después, mientras me acababa aquella última cerveza barata y pasaba otra vez por la barra, el paisano llegó y me dijo, lleno del mayor esfuerzo por no enfurecerse:

-Mi hermano, me dieron la orden de sacarte de aquí

– ¿Pero qué hice?

-No sé, pero si no te vas me meto en un problema

Así, en pocos segundos me sacó, en medio del disgusto y las preguntas sin parar de mi parte, y me dejó en plena calle. Aunque intenté convencerle de mi buen comportamiento, nada le quitó la actitud estricta de su cara y la negativa de volver a permitirme la entrada al bar de su decisión.

***

-De verdad, ¿por eso me sacaron?

-Si, no hay nada que hacer

Con la consternación ardiendo y la, obligada, despedida cordial hecha, me voy de La Ü, y avanzó por la acera para llegar hasta la carrera 13 para visitar Infinity: Un oscuro bar de música techno ubicado al pasar unas escaleras escondidas en la acera aledaña al cruce de la 60 con aquella avenida.

No obstante, en medio de la pasada, el letrero de T60, un homólogo de Infinity pero con formato crossover, aparece desde su puerta. Aquella está cerrada a pesar de que, en un viernes como este, aquel lugar funciona entre la música, los bailes y besos de las parejas, los fumadores que suelen irse a su balcón y la alegría de la gente, hasta las 3 de la mañana. En consecuencia, por un ataque de mi curiosidad, miro la fachada de punta a punta, buscando saber la causa de ese apagado.

Al instante una señora de unos sesenta en edad, que vende con su cajón al costado de la entrada chicles, cigarrillos y demás tentempiés, nota mi visible curiosidad, y como si buscara hacer una venta, me pregunta:

– ¿Puedo ayudarlo?

-Amiga, ¿sabe que le pasó a Terraza?

– La sellaron-responde

– ¿La sellaron? ¿Por qué?

-Un problema

-Que, ¿menores de edad? -pregunto

-No, una discusión por ahí

Aunque tengo la intención de irme, lo de hablar en tono de atender para venderme algún chicle se materializa al ella preguntarme un ¿quieres algo?, por lo que solo le respondo el no gracias y me dispongo a la marcha. No obstante, como queriendo detenerme, me pregunta confiada:

-¿Querías entrar?

-Nada, me vetaron por una razón sin sentido

Tres semanas atrás…

Estoy metido entre dos muchachos que también piden sus tragos en la barra. Uno viste con su uniforme de medicina y recibe su botella para beberla en otro lado. Mientras tanto, el otro se ve como cualquier cantante urbano y también se apoya en la barra esperando a que lo atiendan.

En ese momento yo, con la misma pinta puesta y ese mismo deseo de el, levanto mi mano y llamo al barman, pero de su parte no recibo respuesta. Dejándome en la observación de como atiende al muchacho con el uniforme de medicina puesto mientras me sube el nivel de desespero por beber.

En ese momento, apareciendo como la distracción de mis ansias por trago, Will, un joven del vecino país que a veces es barman y a veces es bartender dentro de T60-y que al igual que El Paisano siempre anda atento al intercom– pasa por la zona, y al verme tumbado y observando aburrido la pista de baile ,el techo, y las mesas altas emplazadas al norte este único salón rectangular tan largo como la mitad de una cancha de fútbol que forma toda la discoteca, se acerca.

-Habla mano, ¿Cómo estás?

-Todo bien, men. Aquí esperando a que me atiendan

– ¿En serio varón? Ya te ayudo con eso

Después de un choque de nuestros puños, el muchacho se va hacia la barra, pero al llegar ahí sólo descarga su maletín. Hoy no le toca servir tragos en este mesón, sino estar en esa puerta pequeña, propia de una entrada trasera de un restaurante, revisando bolsos, solicitando cédulas y vigilando las partes de la acera aledañas a la discoteca. Por lo que, poco después, mientras sigo sin mi Tecate en la mano, se va, solo alzando el puño y haciendo un pulgar arriba mientras camina.

Poco minutos después, bailo solo en esa pista cubierto entre la máquina de láseres multicolor central y los reflectores que se pavonean a todo el sitio, mientras sostengo la, ahora sí entregada, botella de Tecate en la mano; intento sacar alguna de las pocas muchachas que hay en la pista; unas tres me dicen no; una última milagrosamente dice si y bailo con ella desde salsa a aleteo; pido otra Tecate más, llamando con un golpe del mesón al barman; y hasta amago con jugar a lanzarles bolitas a las ranas de algunas de las máquinas de bolirana de Cerveza Águila o Poker que están diagonal a la barra.

Todo pasa con fluidez, como en las escenas de persecución en un filme de acción, y mientras vuelvo a la barra otra vez, después de todo esto pienso que nada puede dañar esto y que puedo ir y volver.

***

Bajo por un momento a dónde Will, con el objetivo de hablar con él. Tenía desde hace algunos minutos el deseo de parar por un momento y tomar algo de aire frío bogotano antes de volver a subir a bailar, mientras hablo con el único bouncer que ha sido un amigo de todos los que he visto en la rumba universitaria. Ya fuera en el Vintrash y su desorden, o en La Ü y sus secretos.

Precisamente aquel muchacho, un veinteañero de cuerpo delgado, cabello negro entre ondulado y liso, ojos claros y voz víctima de puberfonia, se había convertido en llave mía. En varias vistas que hice a aquel antro, al verme solo tanto afuera como en el bar, sin poder conseguir lea para el perreo, se ponía a hablar conmigo.

Con aquello hecho en cada visita, terminó volviéndose de esos trabajadores del negocio discotequero y hedonista confidentes. De los que mientras limpian la barra o el vaso del trago, te conversan desde el como te va en el día, hasta de tus orígenes, y las memorias que traen los lugares de procedencia. Era una especie de Moe venezolano para un Homero costeño, pero dentro de las calles oscuras del Chapinero ubicado después de la carrera Séptima y no de un barrio común de Springfield.

Por esto mismo, ahora me encuentro aquí, hablando con él justo en frente de la puerta. En una charla en la que, como amigos de muchos años, hablamos cosas propias de nuestras ciudades-eso nunca falta- y sus historias con mujeres de este país; debatimos sobre el cómo hablarles a las bogotanas para poder ligárnoslas; y hasta cuadramos salidas a discotecas más caras que probablemente nunca podremos cumplir.

Sin embargo, toda esta gustosa conversación se detiene cuando, en un corte abrupto, su cara cambia a una como de lastima y me dice de repente:

-Mano, te tengo una mala noticia

– ¿Qué? -pregunto atemorizado

-Yo creo que ya no vas a entrar más aquí

– ¡Que! ¿Por qué?

-El dueño cree que tu causas problemas

-Pero si tu sabes perfectamente que yo no hago mas nada que pararme en la barra y mirar lejos

-Si, pero igual el tipo piensa que tu te portas mal. Voy a tratar de convencerlo, porque sé que tú, más allá de que a veces llamas afanado a los barmans, no acosas a ninguna chica ni formas peo. Yo mismo lo he visto

-Eso espero, no me parece justa esa decisión.

Después de aquello, me voy molesto, y mientras le lanzo un par de mentadas al dueño del lugar a regañadientes, cruzo la calle y me dirijo a Deja Vu. Discoteca a la que nunca he ido a pesar de ser la que más se llena, y que ahora mismo se ve desde aquí que todavía tiene un poco de fiesta a pesar de lo tarde que está.

Volviendo al mayo que recién comienza…

Luego de su respuesta, mi propia explicación resumida de ese mal recuerdo, y el agradecimiento voluntario, me despido de la señora y me voy un poco aburrido del, ahora sellado, sitio.

Tengo razones para sentirme así. Al vivir y recordar todas esas experiencias en una sola noche, y peor, en menos de una sola hora de travesía nómada en toda esta calle cada vez mas solitaria, solo concluyo una simple cosa: En estas discos te echan con amabilidad a la fría 60, y cualquier otra calle abarrotada de discotecas o bares, en menos de un segundo por cualquier sospecha. Aunque las miradas imparables y extrañas hacia la flaca pelinegra de La Ü no tiene sentido, y dieron una justificación valida al dueño para vetaran, lo de T60 no tenía sentido.

Este Will me dijo en su momento y con detalle, que yo no hacia mayor cosa que contemplar o bailar en mi puesto de hombre tumbado en el mesón del bar. Lo máximo que pudo teorizar fue alguna que otra vez que manoteé la mesa para llamar a los barmans. Pero, aparte de que una sola vez fue la que el dueño presenció eso, el propio Will me dijo que la razón verídica de su orden fue:

Tiene la sospecha de que tu haces cosas malas. Pero tu no acosas a las muchachas ni a nadie, tampoco formas peleas. Tu eres bastante tranquilo para los manes que se echan.

Pero después de todo eso, en medio de un sentimiento de satisfacción, pero a la vez, de que no tengo necesidad de tener resentimientos, me encamino hacía Deja Vu y pienso que allá algo debe haber. Espero que ahí no esté muerta la fiesta.

CONTINUARÁ…

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