Václav Pacl, maestro checo del piano, viajó desde el Claro de luna, de Beethoven, hasta la Sonata en Si menor, de Liszt, para deleitar por segunda ocasión a los barranquilleros en el teatro de Bellas Artes.
Por Jorge Sarmiento Figueroa – Editor general
La ignorancia es atrevida. Ambos conceptos, el de ignorar y atreverse, son válidos para asistir por primera vez a un concierto que lleva cincuenta y siete años existiendo en Barranquilla.
‘El Concierto del mes’ es una organización fundada en 1957 por el profesor Alberto Assa, apenas cinco años después de su llegada de Europa a Barranquilla, en donde se quedó a vivir y entregó toda su obra en legados que perduran entre los más brillantes tesoros de la cultura de esta ciudad del Caribe colombiano.
En su más de medio siglo de existencia, el Concierto del mes ha traído a Barranquilla a grandes artistas cuyo renombre internacional llega, sin embargo, a ser escaso para convocar nuestras masas. La música de chelistas, violinistas, pianistas y las voces connotadas de los más bellos matices, es un mundo aún muy ignorado en el recinto popular barranquillero, donde el día del concierto de Václav Pacl reinaban las finales del Festival vallenato y del balompié nacional con el partido entre el Junior e Itagüí.
Alberto Assa no creó el Concierto del mes para que la orquesta juvenil alemana viniera a disputarse las entradas del público que corea los goles de Toloza o del que salta con los brincos de Silvestre Dangond, sino para crear un nicho de cultura hermandado con las búsquedas de la excelencia musical, alejados del efectismo de los ritmos populares. Amén de esa decisión estética, los niños del colegio Experimental, fundado por el profesor Assa en 1970, pueden apreciar sin costo los referentes de primer nivel en los instrumentos que ellos están aprendiendo a conocer en los salones de clase. El colegio Experimental José Celestino Mutis es el centro de enseñanza gratuita más importante de Colombia, sus niveles educativos son el patrón a seguir por los demás y sus egresados son recibidos con becas en las más prestigiosas universidades.
El concierto de Václav Pacl
Esta noche en el teatro de Bellas Artes de Barranquilla, que corona la carrera 54 con calle 68, las butacas están llenas de niños, familias, profesores, expertos y aficionados, y uno que otro atrevido que vino a probar suerte con la música que ignora.
Václav Pacl es un pianista checo múltiples veces premiado y reconocido a nivel internacional, por su talento y dedicación. Ha venido en varias ocasiones a Colombia, es docente en Bellas Artes de Cali y en la Universidad del Cauca.
En su segunda presentación en Barranquilla, en el marco del Concierto del mes, ha traído un repertorio que empieza de manera cronológica en 1801, con la Sonata Op.27/2, Claro de luna, una de las obras cumbres del compositor aleman Ludwig Van Beethoven.
Claro de luna
«Es una Sonata, por su forma musical, que consta de varios movimientos de distinto carácter», le enseña al ignorante una estudiante de nombre Hellen, que ya es compositora de piano. Miguel Iriarte, que observa el concierto y escucha la conversación en el intermedio del concierto, comenta sobre la estudiante: «verás que ella dará su propio concierto y te deslumbrará.
Cómo no será grande si viene a aprender con los mejores». Miguel Iriarte es vicepresidente de la junta directiva del colegio Experimental; le ha correspondido seguir la tarea de Pepe Stevenson, quien acababa de fallecer siendo entre otras grandes cosas presidente de esa junta directiva.
El pianista empieza con la sonata Claro de luna y el público queda en completo silencio. Los niños se apaciguan en un lenguaje familiar, su espíritu ya conoce esta música elevada, por eso prefieren esta noche ensalzada en la que solo las notas de ese claro de luna ilumina sus vidas. El ignorante sucumbió también ante el silencio, un contraste notorio con los acostumbrados vítores que reciben a los artistas de la fama cuando saltan a los escenarios; miró por unos instantes al pianista, alto, serio, de corte caballeresco, que toma el piano en sus manos como una pieza de palacio y la pone al servicio de su alma infantil. Pronto, en el silencio, se deja cerrar los ojos por la música, el ignorante siente que las teclas invisibles del piano toman forma de notas brillantes en la oscuridad, solo bañada con el reflejo redondo de la luna en el cielo.
No hace el esfuerzo de pensar en estructuras, porque no las conoce; no compara, porque lo que entra por sus oídos es incomparable. Abre los ojos para entender la diferencia. El pianista mueve sus brazos y ese baile de su cuerpo en completa comunión con el piano se traslada de nuevo a su interior, ahora los brazos del pianista son suyos y se mueven como dos espigas que baten las alegrías y las fobias del que escucha su música. Esta música no le remite en letra ni ritmo a una experiencia concreta, no le habla ni le canta. Es el sonido por la belleza del sonido mismo. Y por tanto es el alma que alma es.
Lecciones de música
El intermedio, cuando el pianista descansa fuera del escenario y los niños revolotean, sirve para que Miguel Iriarte y la joven estudiante de piano den nuevas luces. «Hemos escuchado los movimientos de Claro de luna, luego el Impromtu No.6 de Voríseck. ‘Impromtu’ es el nombre de una forma musical que permite libertades al intérprete sobre una base. Se utilizó justo con Vorísek por primera vez, él es de la misma tierra y lleva el mismo nombre del pianista que hoy nos deleita», enseñan en dueto fantástico. La primera parte finaliza con Frédéric Chopin. Václav Pacl es experto en Chopin. El poeta lo hace saber. «Quizás la vida atormentada de Chopin pudiste sentirla en la Ballada No.4 Op.52 y en la Polonesa Op.53. Sus tormentos, además de la vida, son estéticos. Poco arte se logra de la felicidad. La felicidad es una palabra que solo está en los otros, los que están ante el arte de los inmortales», dice Miguel Iriarte al punto de ser un verso sus palabras.
Cuando vuelve el público del intermedio, el pianista ya está sentado esperándoles. Los niños bajan con su gorgoteo de pajaritos, se ubican lo más callado posible en sus butacas. Un viejo sin cabellos se sienta de último en las primeras filas, como un preludio de la solemnidad de esta segunda parte del concierto.
Un coro de Bach y una Sonata en Si menor de Liszt toman por completo a Bellas Artes, el piano ya es amigo de todas las intimidades de quien minutos antes desconocía cómo es esa presencia. Esta música despierta y adormece, llora y ríe, «es dócil, pero tiene el poder de un camión», comenta con humor Iriarte, que trata de iniciar al novel visitante en el camino de este gusto máximo.
Después de cada pieza, el pianista se levanta para recibir un aplauso breve. Al final, el pianista vuelve a sentarse y se dispone a regalar una última pieza. «Debe de ser un vals de Chopin», atisba Iriarte. Suenan los primeros acordes y Hellen lo mira: -Nada mejor.
El Concierto del mes ha terminado, los aplausos son interminables. Una alegría serena corre juguetona en Bellas Artes. Los niños se toman fotos con el pianista, sin tener que burlar seguridades, este es otro tipo de espectáculos.
La ignorancia todavía alimenta el atrevimiento: Miguel, ¿cómo hiciste para saber que el pianista regalaría un vals de Chopin? «Quien toca con tanta sabiduría una pieza de Chopin y luego decide darle un regalo al público, sin duda lo mejor que nos brindará es uno de sus Vals».