Crónicas

La noche extraordinaria en la tienda del ‘Pai’

Muy desesperado tenía que estar el periodista para salir a buscar historias en la tienda de su barrio. Mucha fortuna tiene el dueño de la tienda que no tiene que salir porque todas las historias llegan a su noche.

Por Jorge Sarmiento Figueroa – Editor General

Los cachacos en el Caribe son los chinos del planeta: dueños del comercio, de los bajos y de los altos mundos. No tienen que ser de Bogotá, como los chinos no son de China. Pero son los dueños de las tiendas.

Edwin Romero, el ‘Pai’, no es cachaco. El ‘Pai’ es tan costeño que hasta grande anda en chancletas por la calle, con el pecho afuera y abierto como una vela. Así también andan los pescadores en su canoa por el mar Caribe.

En la primera juventud, antes de 1997, lavó ropa en batea ajena y sirvió la comida de los patrones en casas de familia, mientras se acababan los oficios domésticos para correr en las tardes a subirse al palo e’ uvita playera que reina desde hace muchos años en el centro del parque El limoncito, en uno de los barrios más populosos del norte de Barranquilla.

Infancia feliz, subido en el árbol con su camada de amigos. Allí se les pegaban en los testículos unos gusanos blancos y enormes que le dejaban fiebres necesarias para no levantarse de la cama por días. «Me dolían los huevos, ‘Pai’, pero no importaba, nos subíamos a comer uvitas y después no tenía que trabajar porque me enfermaba», relata el ‘Pai’, le pusieron ese apodo por andar llamando así a todo el mundo.

Tienda El paiCuando empezó en 1997 como ayudante de tienda, el ‘Pai’ creyó que ya sabía cómo vender. «Me creí cachaco, ‘Pai’. Empecé como ayudante, luego corrí mi propia cerca, alquilé un negocio, me casé, tuve hijo».

Pero era un hombre del Caribe, desenfadado y con la mirada libre más allá del mar, lector de los rusos, de Dostoievsky, de Tolstoi, amante de la cháchara y no de los precios. Probó cuanta idea pudiera sacarlo de la necesidad de contar pesos todos los días. Asfixiado le tocó entender que la mejor fórmula era no competir con esos admirables hombres del interior, los cachacos, capaces de encerrarse por milenios en el cuadrilátero de su negocio sin cambiarse los guantes ni los calzones con tal de ahorrar centavos del Fab, del Colgate, de la Coca Cola, la bolsa e’ leche, los panes de cien, las maquinitas, las viejas chismosas, los borrachos de ayer y «tanta fregadera que les cae a los ‘pelaos’ cuando los mandan a la tienda».

El ‘Pai’ abre su negocio después de la primera hora «pa’ que los clientes me lleguen relajaos y se vayan tarde, ‘Pai’, a las tres de la mañana si quieren. A mí no me importa, yo leía mientras vendía y ahora tengo audio libros».

El tendero que aprendió a vender

El 'Pai' siempre lee, mientras atiende, cuando descansa.

El ‘Pai’ siempre lee, mientras atiende, cuando descansa.

Andaba ya en las malas. Vendía, pero no vendía. No tenía el espíritu abnegado y competidor de la guerra del centavo. «Si fuera más importante que una gaseosa me deje cien o cincuenta pesos, no entraría en las batallas de saber el color de la rosa que le gusta a mi mujer, ‘Pai'».

Para colmo de males, ese día, dos noches antes del Amor y la Amistad, botó la cédula. «Me tocó salir a la Registraduría de por el Country a buscar la contraseña, ‘amargao’, ‘Pai’, porque qué vaina tan aburrida buscar papeles», dice. «En el bus que iba se subieron sin mentirte como cinco vendedores de papitas, de bom bom bum, de portaminas. A todos les di doscientos pesos. A todos los apoyé, Pai’, pa’ que no anden atracando sino vendiendo, así sea». Y se subió el quinto vendedor. «Pai, yo no sé ese man cómo iba a vender. En el bus no quedábamos sino quince pasajeros y todos habían comprado algo. Pero el pelao que se subió hizo algo extraordinario: abrió una caja de chocolates como si hubiera abierto una mina de oro. Dijo: ‘parecen esniquer, pero no lo son. Huelen a milquiguei, pero saben mejor. Son la delicia de hoy y se los vendo a un millón, un millón de gracias porque si ustedes me dan quinientos pesos, yo les doy el sabor que no tiene precio’. ‘Pai’, cuando yo le digo que todo el mundo le compró es porque hasta el chofer del bus le pidió un chocolate».

Tienda El pai3Shakiro

El ‘Pai’ ve que unos malandros llegan, recorren los jardines de la tienda buscando colillas y monedas caídas, husmean como plaga. El ‘Pai’ los saluda por su nombre. «Vayan por el camino justo, ‘Pai’. Les pongo el ejemplo de Kike, que gana más plata cuidando carros que cualquier ejecutivo. Se lo echo al banquero que sea ahorrando. Y el man no mete vicio ni se vuelve loco, ‘Pai’, cuídense».

Kike tiene el pelo negro, largo y enredado, por eso le dicen Shakiro, como la estrella barranquillera que vivió en este mismo barrio cuando todavía no era la latina más famosa del mundo y tenía el pelo igual al de Kike.

‘Shakiro’ viene todos los días a la tienda con una pila de monedas, las cambia por billetes y deja un montoncito para gastarlo en minutos de llamadas de celular. Llega a las once de la noche, puntual, y se queda una hora hablando con su novia por teléfono. Luego se sienta en el muro a mirar a la gente. Hoy les contó a los malandros que bajando la calle vio al hijo de Hugo, «uno de su grupo de bandidos, que la policía se lo iba llevando como ‘sanduchera’ en la moto: en la mitad y esposao».

El borracho ladrón

«‘Pai’, ese man de ahí viene todas las noches, ‘Pai’, siempre anda solo. En sus peas le dice a todo el mundo que no crean lo que la gente diga, que a él lo engañaron y tal». En efecto, el hombre tiene la actitud de la derrota, borracho hasta sentarse, su mano alzada no paga una cerveza y reniega del dinero que repartió a los empleados corruptos como él, cuando trabajaba en la aduana. «Cuando tenía plata, a los ladrones les daba en chorro sus tajadas, y me querían, ¡qué va! en la mierda ni me ven, no me conocen. Si mañana digo con quién bebí, ese traidor lo niega», balbucea el borracho.

Tienda El pai2El mulo que vuela en su bicicleta

El ‘mulo’ es un niño vuelto hombre con puñal. Maneja una bicicleta BMX que ama más que a la novia que no tiene. Hoy tiene rabia porque no sabe quién fue el que le tiró una piedra a la cadena cuando él se fue al baño de la tienda. «Le hicieron un ‘chibolo’, ‘Pai’, mira donde no tiene el color, ‘Pai’, me la reventaron de envidia, mañana averiguo y mato al que sea». El »mulo’ corre por la calle 84 a cien kilómetros por hora. Más rápido que la marea de carros que bajan cada día por la calle principal del norte de Barranquilla. Por ahí baja un arroyo único en el mundo, ni los expertos japoneses contratados pudieron entender porqué ponen una vía donde bajan aguas feroces capaces de arrastrar buses. Una vez, un aguacero virulento reventó la placa de asfalto y dejó un hueco de diez metros que el ‘mulo’ se voló en su BMX. Al ‘mulo’ le queda el récord de ese salto en su bicicleta. Ya al hueco lo sanaron y parece que por fin al arroyo lo van a meter por debajo.

– Me duele, ‘Pai’, que se metan con lo de uno.

– Mira ‘Pai’, la envidia te duele porque te joden la cadena de la bicicleta, pero mañana tú la arreglas y te vuelas el mundo.

– Me vuelo el mundo, ‘Pai’.

Alex Campos, ‘tu poeta’

«Una vez -les cuenta a todos el ‘Pai’, mirando al periodista que vino a buscar historias-, en otro bus de los que iba, se subió un ‘pelao’ con una guitarra. Les pidió disculpas a los pasajeros, que lo perdonaran por fastidiarlos por venir a cantarles un rato, les iba a dedicar la inspiración de un artista al que admiraba y tal, que lo disculparan. ‘Pai’ y ese ‘pelao’ arrancó a cantar. La canción era de Alex Campos, se llama ‘Tu poeta’, y es muy buena. Pero ese ‘pelao’ la cantó mejor. Cuando se acercó adonde yo estaba, le pregunté: ‘¿Por qué te enfocas en lo negativo?’. Dejé al ‘pelao’ sorprendido con la pregunta, ‘Pai’, no se la esperaba. ‘Sí, fíjate, ‘Pai’ -le dije-, pides perdón por fastidiar cuando lo que tú haces es alegrar a la gente. Mejor diles que los vas a alegrar un rato con tu voz’. ‘Pai’, y el ‘pelao’ se fue contento. Seguro que ahora le va mejor.

La rosa y el pañuelo

«‘Pai’, yo a mi hijo siempre le digo que lo quiero. Le digo: ‘te amo’. Y él me dice: ‘yo también te amo, papi’. Él va entendiendo y esa energía lo va nutriendo. Esa vaina lo rodea, ‘Pai’, si le digo que lo amo, a él se le van guardando esas cosas como buenas y más tarde le van a servir. No sé cómo explicártelo ‘Pai’. Es como un día en el Centro estábamos con unos ‘pelaos’ y había un mago que mostraba el pañuelo limpio a todos y les decía que por tres mil pesos les sacaba una rosa. Y el mago la sacaba no sé de adónde ‘Pai’. Nos quedamos hasta lo último pa’ saber cómo era el truco de la vaina y no dábamos. Entonces uno de los pelaos le dijo al mago que le enseñara. Y el mago le pidió tres mil pesos pa’ enseñarles. ‘Pai’, ¿sabes lo que le dijo el otro pelao’ al mago?: ‘Mira mago, te doy cinco mil con tal de que no me enseñes. Porque si me pillo el truco ya no va a salir más la rosa del pañuelo'».

En la tienda está la vida

No importa si hay macro éxitos olímpicos tamaño jumbo, esas cadenas de grandes superficies que controlan la comida del planeta. Barranquilla, esta ciudad nacida de libres, blancos, indígenas, negros, turcos, soñadores y errabundos, sigue siendo hasta ahora la arenosa en la que la gente prefiere sentarse a sus anchas en las tiendecitas y cuevas más recónditas a vivir sus propios universos.

«Tú me ves riendo siempre, echando chistes y todo el mundo contento a mi alrededor, pero yo soy solo una ficha de esta tienda del ‘Pai’. Desde ahí donde está atendiendo, él es el centro de la vaina», remata Raúl Gascón Escalante, el ‘ñao’, que también subió a que lo picaran los gusanos, ficha segura del ‘Pai’ desde cuando tiene uso de razón, hacen casi treinta años.

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Practicante del periodismo desde niño, comunicador de profesión, artista por vocación. Email: jorgemariosarfi@gmail.com Móvil: 3185062634
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