En la segunda descarga les contamos los detalles del Torneo de Timbaleros aficionados y de cómo Albert Pérez se convirtió en «El Rey sin timbal».
Escrito por: Jorge Mario Sarmiento Figueroa
Editor general
Albert Pérez, mejor conocido entre sus amigos como ‘Kraken’, se convirtió en «El Rey sin timbal» porque el Jurado del Torneo de timbaleros aficionados lo consideró, en plena final, «Fuera de concurso».
Pero no es que lo sacaran por haber cometido una falta grave o no llenar los requisitos del Torneo, ni tampoco por haberle pegado muy duro al cuero. De hecho, él participó y superó todas las rondas preliminares. Sino porque era «demasiado bueno» para el resto de los competidores. ¿Era ese un defecto o una virtud para un concursante?
El día de la final, luego de ver a los concursantes en faena, el Jurado liderado por José Olivares, músico y profesor pensionado de la Universidad del Atlántico; y Emiro Santiago, reconocido timbalero de vieja data, consideraron de manera textual: «el señor Albert Pérez queda por fuera del concurso porque es tan bueno que es obvio que es mejor que todos. Para él vamos a darle el mayor reconocimiento que podemos darle, nuestra mención como Fuera de concurso».
Eso en el reglamento no existía. El jurado se lo sacó de la manga de la camisa. Lo mismo hizo la ‘Cacica’ Consuelo Araujo tantas veces en los comienzos del Festival de la Leyenda Vallenata. En la segunda versión, año 1969, descalificó a Alfredo Guitérrez, que era de lejos el mejor, alegando que su cajero había utilizado una tapa sintética y no cuero de chivo en su caja. Una soberana pendejada. Al año siguiente, otro sabanero, Lisandro Mesa, tocó los mejores sones, merengues, puyas y paseos, pero la ‘Cacica’ Consuelo ordenó que lo descalificaran porque usó una vestimenta inapropiada (demasiado fina) para el Festival (pantalón y guayabera de lino color zapote). Fue lo que inspiró al periodista Rafael Sarmiento Coley para hacer la canción ‘El Rey sin corona’.
En el caso del Nuevo Taboga, en el corazón del salsero sector de Las Palmas y La Magdalena, Mauricio Rieder Guao fue el primer sorprendido, porque no se tenía contemplado que el Jurado decidiera algo así. Ni diploma de «Fuera de concurso» tenían preparado.
Cabe recordar que cuando el mítico Joe Arroyo fue considerado «Fuera de concurso» en el Festival de Orquestas, que se celebraba en ese entonces en el Coliseo Cubierto Humberto Perea, era que le tenían la sorpresa del Supercongo de Oro como símbolo de su superioridad, o que cuando la Selección Brasil ganó su tercer campeonato mundial de fútbol en 1970 se ganó el derecho a ser el último equipo en levantar el trofeo Jules Rimet. Son cosas que se habían preparado con antelación y no con el destello improvisado en la cabeza de un Jurado.
Como organizador del evento, Mauricio Rieder Guao decidió respetar la definición del Jurado, aunque no estuvo de acuerdo, porque él sabe que esta es una lidia que nunca falta en esta clase de shows de competiciones, especialmente en Colombia donde ya es hora de revisar la idiosincrasia según la cual «es mejor no dejar que los buenos sobresalgan, sino tirarlos hacia abajo».
El Torneo
Durante las rondas preliminares y el día de la final, el ambiente que logró el Torneo de timbaleros aficionadas fue de festividad. La gente se agolpaba en las noches dentro y fuera del Taboga para admirar el talento de los competidores. Familia, amigos y seguidores de los timbaleros gozaron del espectáculo organizado por Mauricio Rieder Guao con el apoyo de la Fundación cultural La Troja, la Casa musical Miche, Aguardiente Antioqueño, entre otros patrocinadores.
Y llegó el día de la final. Solo quedaron 3 concursantes de los 11 timbaleros aficionados que se inscribieron: Eric Franco, reconocido baterista de jazz y profesor de percusión de la Escuela Distrital de Arte, ganador de varios concursos de Barranquijazz; Lissete Cuello, una bella y capaz ingeniera que desde niña se ha dedicado a la música, estudiando por cuenta propia a base de participar en las orquestas colegiales y universitarias; y Albert Pérez, sicólogo de profesión que se presentó con sus propios timbales, aunque viejos y desgastados.
Con ellos, la gente se gozó y puso a gozar al Nuevo Taboga. Allí, en esa esquina de la carrera 44, cientos de salseros se agolpaban para disfrutar de la contienda. Admiraban cómo hubo buena camaradería entre los competidores, quienes se prestaban partes de los instrumentos y se daban mutuo ánimo.
‘Bacatazos’ finales
Las bases de la final eran tres rondas con diferentes dinámicas. A las 10 pm soltaron la primera, en la que los participantes fueron evaluados en el acompañamiento a una canción. A las 12 de la noche soltaron la segunda, en donde cada participante «tiró» dos improvisaciones alternadas de 2 minutos. Mauricio Rieder les sugirió ante el público que guardaran la mejor para el segundo momento, y vio a Albert tan emocionado cuando le tocó la primera vez que le advirtió que estaba «botándola toda» desde el principio y que después no hallaría cómo sorprender.
Se equivocaba. Albert rompió los cueros combinando ritmos de manera independiente con sus manos y pie. Kike Cepeda, quien también había concursado en estos torneos, expresó de la final: «Ver a Albert llevando ritmos alternados de manera independiente, manteniendo un nivel de cadencia y descarga, mientras con la boca hacía los gestos al mismo estilo de Tito Puente, nos muestra que estamos frente a un fuera de serie. Y eso que no es profesional».
La impresión de Lissete Cuello, la «timbalera del ingenio»
Para Lissete Cuello, quien resultó ganadora del Torneo, esta experiencia fue «un momento feliz, porque es el resultado de mi dedicación y me permitió abrir un espacio de integración con mi familia y amigos». No es para menos su alegría, ya que desde cuando estudiaba en el colegio La Sagrada Familia integró la orquesta institucional y luego en la universidad del Norte siguió la senda con la reconocida «Tambores del Norte».
«Casi dejo los timbales y la música para el olvido, pero cuando me enteré de este Torneo me motivé e hice un gran esfuerzo. Después de salir del trabajo como ingeniera, me iba a casa de un amigo a tocar de 6 a 12 de la noche, todos los días, porque no podía ensayar en mi casa ya que los vecinos se quejaban», relata Lissete.
Ella tuvo que asumir templanza en el momento del veredicto, porque, además de lo ocurrido con Albert, el Jurado la eligió en medio de rumores de una supuesta cercanía familiar entre ella y Emiro Santiago, el jurado timbalero, algo que aclaró de plano. «Me han inventado de todo, para quitarme el orgullo de haber ganado entre los mejores. Dijeron que por mi vestido corto y hasta afirmaron que soy sobrina o familia de uno de los jurados. Ni uno ni lo otro. Me preparé para ganar con la música y lo logré».
«La timbalera del ingenio», como podrían decirle a esta joven ingeniera, entiende la molestia que tuvo Albert Pérez esa noche porque conocía desde antes su talento. «Enfrentarme a él y a Eric para mí era un honor, además de que son mis amigos. Lo que quiero de esta experiencia es que sea positiva para todos, que se nos abran nuevas puertas y yo seguir aprendiendo de sus trucos. Ahora yo sacaré tiempo de mi trabajo habitual para que la música siga siendo parte de mi vida, como también lo están haciendo ellos».
La historia de Albert Pérez
La historia de competición de Lissete es parecida, en el esfuerzo, a la de Albert Pérez.
Aunque muchos lo ven siempre con un timbal, una cajón flamenco, unas tumbadoras, un llamador, unos bongoes, una campana, un redoblante o algún otro extraño tambor africano o brasilero, creando la atmósfera de sabor en cualquier fiesta, muy pocos saben que en realidad Albert es un joven sicólogo que cultivó la afición por la música desde temprana edad y hoy en día está desarrollando con su colega, amigo y vecino suyo en Puerto Colombia, Mauricio Caro, un programa de musicoterapia en un reconocido instituto de neuropedagogía.
Cuando se enteró del Torneo de timbaleros aficionados, concibió su gran sueño de reemplazar los viejos timbales, oxidados y malgastados hasta el punto que Celia Cruz no le gritaría “rómpelo que ya está pago”, sino “rómpelo que ya murió”.
Lina Rodríguez, joven cantante que lo animó a participar, relata que “Albert ahorró cada semana el valor de los taxis ida y vuelta para este torneo, porque empezaban muy de noche, y terminaban como a las 4 de la mañana. Fijo eran 100 mil pesos que nos tocaba gastar en transporte por cada ronda”.
Pero la plata era lo de menos si estaba en juego su sueño de ganarse los timbales nuevos.
En plata blanca, el designio del Jurado resultó en que Albert Pérez ganó, pero por ser superior en talento perdió el derecho a llevarse alguno de los dos timbales que otorgaba la Casa Musical Miche para el primero y segundo puesto, que están hoy avaluados en cerca de 1 millón 800 mil pesos y 1 millón 200 mil pesos, «en la referencia ‘Tito Puente’ del primer lugar; y en la referencia del segundo lugar», como explicó Mauricio Rieder Guao, organizador del evento, a www.lachachara.co.
«Ahora me siento mal, no queríamos dejar sin premio al mejor, que es Albert», dijo cabizbajo el Jurado José Olivares, dándose golpes de pecho el día de la final después de haber dado el veredicto.
No había nada que hacer. Sin saberlo, por su improvisada y desmedida decisión, nació en Barranquilla el nuevo «Rey sin timbal».
Proverbio del Budismo Zen: «El mejor nunca gana, porque el mejor no compite».