Alfredo Correa De Andreis, lleno de inocencia intentó evitar, con esa voz de angustia, que el sicario le quitara la vida. No pudo hacer nada. ‘El gato’ disparó su arma contra él y su escolta asignado. Crónica de muchas muertes anunciadas.
Escrito por: Jorge Mario Sarmiento Figueroa
Editor general
Hoy ‘El gato’ está prófugo, sin poder mirar a los ojos con la chispa de sinceridad; lleno de miedo y violencia huye como una rata cobarde, como un hombre sin alma, si es que ya sus contratantes no le han aplicado la tenebrosa ley del silencio.
Perdió la vida aquel 17 de septiembre de 2004 cuando cobró unos cuantos pesos por matar al sociólogo Alfredo Correa de Andreis.
Ese día cumplió la orden de ‘Don Antonio’, quien a su vez obedecía la decisión que más arriba tomaba ‘Jorge 40’, comandante de los paramilitares en buena parte de la región Caribe. Y más arriba en la estructura de esa maquinaria criminal, la Justicia ha demostrado que brillaba tristemente la inteligencia de Jorge Noguera, Director del DAS, quien tenía línea directa y toda la confianza del entonces Presidente Álvaro Uribe Vélez.
Alfredo Correa de Andreis utilizó todas las armas del pensamiento y el diálogo para salvar al Estado de esta tragedia, más allá de su propia vida.
Lo primero que hizo fue investigar desde la academia el impacto sociológico que estaba causando el paramilitarismo en la población de la zona de influencia de la Ciénaga Grande del Magdalena. Los desplazamientos, el reclutamiento forzado de niños y jóvenes, el asesinato selectivo, las masacres, el acoso a las mujeres, el comercio rampante de drogas, secuestros, extorsiones, torturas, saqueo al erario, coacción a la democracia y toda clase de vejámenes a los que se sometió a la gente de esta región.
Correa hizo lo que todo ciudadano de bien -y máxime si es de profesión sociólogo, que es el estudio del comportamiento del ser humano en la sociedad en que vive- tiene la obligación de hacer. Estudiar los orígenes, causas y consecuencia de una descomposición social brutal y salida de madre. Como todo hombre probo, bueno y sin malicia en el alma, no pensó que se enfrentaba a enemigos poderosos. Inmensamente poderosos, como nunca antes se habían apoderado de este país.
Fue tan despótico ese poder desatado con furia contra un indefenso profesor de universidad, que desde la cúspide del paramilitarismo dieron la orden al todopoderoso jefe del desaparecido DAS para que se le montaran expedientes judiciales sin pies ni cabeza, con testigos falsos; y todo con el contubernio de la Fiscalía, para relacionarlo con células urbanas de las Farc.
Con sorna se ha dicho que Alfredo Correa era un ser tan pacífico y bacán, que no era capaz de disparar ni un cohete en las Fiestas del caimán de su Ciénaga natal. Escribió desde la cárcel varias cartas al Presidente Álvaro Uribe Vélez, donde narraba sus hallazgos y le pedía su apoyo para salir libre de la prisión y de las amenazas.
Sus estudios del fenómeno paramilitar no lograron el objetivo de despertar la conciencia del Gobierno. Al contrario, el Presidente Uribe nunca respondió las cartas ni se pronunció en favor del profesor. Lo que hizo fue proteger hasta más no poder a su pupilo Jorge Noguera, el nefasto Director del DAS, quien para entonces, como una pésima caricatura de las películas del Oeste, andaba con dos pistolones al cinto y una más pequeña escondida en el sobaco. Noguera no podía abrir la boca porque se le salía cualquier desfachatez. Pero Uribe lo defendía con la misma ternura con que se defiende al hijo bobo. Todavía lo defiende, aunque su «pupilo» purgue una condena de 25 años de cárcel.
Lo último que Correa hizo fue abrir sus manos gigantes y extenderlas en diálogo, con el pecho abierto, al sicario que lo mató: «¡Aguanta loco, no dispares!».
En esa misma esquina, en la acera de la carrera 53 #59-55, el DAS (o lo que quedaba en su reemplazo como oficina de inteligencia, porque, para menor vergüenza de este país, el DAS descansa en paz) tendrá que venir a Barranquilla a pedir perdón público, el próximo 17 de septiembre cuando se cumple el aniversario noveno del crimen.
Luego de aquella, muchas muertes más vinieron por culpa del paramilitarismo.
Hoy Álvaro Uribe Vélez, en campaña, se defiende de esta y de muchas otras acusaciones en las que él, como representante máximo del Estado, pudo hacer algo para que Colombia no pagara tan alto precio por su solución militar del conflicto interno.
Muchas personas agradecen su «mano firme» para devolver la seguridad al país, pero otras lamentan que no haya tenido el «corazón grande» para sentir el clamor de hombres como Alfredo, quienes con la voz, las palabras y la vida le contaban de lo que estaba ocurriendo por la violencia desatada de su mano.
Todas, al final, fueron la crónica de muchas muertes anunciadas.
Réquiem para Alfredo
Alfredo Correa de Andreis quedó en la memoria colectiva de la ciudad por muchas más razones que la de su trágico crimen de Estado.
Varios estudiantes de la Universidad del Norte recuerdan todavía sus pasos de mole, la melena desgreñada, su mirada de animal tierno y su voz nítida, fuerte, con la que describía en los salones de clase las teorías sociales, lleno de pasión por sus convicciones de libre pensante.
Además, la Estación número 14 del Transmetro (sistema de transporte masivo de Barranquilla), ubicada en la carrera 46 entre calles 60 y 62, lleva el nombre de Alfredo Correa de Andreis, elegido por más de 12 mil votantes que participaron en un campaña de comunicación institucional realizada por el mismo Transmetro.
Su familia y sus amigos más cercanos jamás han dado la vuelta o pasado la página a su historia, hablan de él sintiendo que su ser está vivo, porque Alfredo «no murió con tristeza ni pagando culpas. Murió como pueden morir muchos en nuestro país, defendiendo con vitalidad los derechos humanos».