
La historia política de Colombia está llena de la eliminación violenta de líderes populares a las puertas de ganar la batalla democráticamente en las urnas.
Por Rafael Sarmiento Coley
El 13 de marzo de 2018, en la ciudad de Cúcuta, mientras se acercaba en un carro de alto blindaje a la tarima en donde debía presidir una manifestación, fue víctima de un atentado Gustavo Petro Urrego.
En un plan perfecto, unos bandidos del Ejército colombiano prepararon un plan para asesinarlo. Ubicaron a infiltrados de civil con mochilas llenas de piedra en el área frente a un edificio alto en donde se ubicaron varios francotiradores. El plan era que, en forma sincronizada, los infiltrados lanzarían piedras contra los vidrios del carro donde iba Petro, y, de manera simultánea, disparaban sus fusiles de largo alcance. Los valientes y audaces escoltas que acompañaban a Petro supieron reaccionar con precisión y sacarlo del área de candela.
Se juntan todas las tormentas
Desde hace 200 años, siempre que se aproxima una elección presidencial en Colombia es como si se juntaran todas las tormentas y un dios maléfico sentenciara la muerte del posible ganador, para abrirle paso al peor de todos. Y gana.
En un año de elecciones los colombianos respiran en el aíre que ‘es tiempo de magnicidios’ como si fuera una sentencia maldita escrita en el alma de quienes, desde entonces, han detentado el poder a sangre y plomo, con traiciones, trampas y ‘chocorazos’, como el famoso ‘Registro de Padilla’.

El General Padilla
Y a propósito de Padilla, es bueno recordar la burda traición que sufrió el más alto militar que ha parido el hoy departamento de La Guajira, José Prudencio Padilla López, nacido en Riohacha el 19 de marzo de 1784. Fue el hombre prodigio en la lucha contra la colonia española, al ganar la Batalla Naval del Lago de Maracaibo, que marcó el comienzo de la plena independencia.
Su fama de hombre valiente, de carácter y honesto, lo hizo acreedor a figurar como un posible próximo presidente de Colombia. Solo que, desde ese momento del sonajero, se ganó sus enemigos, que en la taimada Bogotá, por delante lo elogiaban y a sus espaldas le decían “el negro ese cree que llegará a la Presidencia”. Le tendieron miles de trampas-.Lo acusaron de conspiraciones para asesinar a Bolívar. El propio Bolívar lo excluyó de tal sentencia. Pero, a espaldas del Libertador, un tribunal criminal, como los de ahora, lo sentenció al fusilamiento “por conspirador”.
Otra forma de masacrarlos

En casos atípicos en que ‘se cuela’ un presidente que no ‘cala’ en las élites políticas corruptas que siempre han estado agazapadas en este país del Santo Corazón de Jesús, no lo eliminan físicamente, pero le hacen la vida imposible y lo obligan a renunciar, en varios casos en medio de humillaciones, como ocurrió con Marco Fidel Suárez, hijo de una lavandera, honesto, vivía de su sueldo –que en esos tiempos no eran como los de hoy, cuando Iván Duque, por ejemplo, se da el lujo de tener cuentas millonarias en paraísos fiscales, según el informe de Pandora Papers-, y por pedir a Estados Unidos un préstamo equivalente a su estipendio por adelantado, fue masacrado en el Congreso. No le quedó otro camino que renunciar.
Como se puede apreciar en todos los casos de los magnicidios en Colombia, el perfil de las víctimas es el mismo: hombres de pensamiento libre, progresistas.
El mejor general de Simón Bolívar
Un poco antes del mezquino caso de Marco Fidel, se registró el episodio del general José María Melo en 1850, quien era el último alto oficial que quedaba de toda la cruzada libertadora de Simón Bolívar.
Ganó las elecciones en forma limpia, pero apenas pudo gobernar 8 meses. Un general valiente. Nacido en el Tolima (por eso la jauría de contradictores le decían despectivamente ‘el indio ese’). Un hombre que había estudiado en Europa, en países laicos y de una cultura política superior. Al ser derrocado en Colombia se exilió en México, en donde contribuyó al triunfo de la revolución azteca, por lo que hoy todavía lo recuerdan como un héroe y tiene estatuas en varias plazas de aquel país, mientras que en Colombia han borrado hasta sus retratos.
Uribe el bueno

Uno de los casos más repudiables fue el del general Rafael Uribe Uribe, un héroe de mil batallas, hombre valiente y preparado, en 1914 cuando estaba a las puertas de ser elegido Presidente de Colombia, fue asesinado a hachazos por dos matarifes que después desaparecieron como por arte de magia. Por lo que jamás se supo quiénes fueron los determinadores de aquel brutal magnicidio.

Y, exactamente 34 años después del caso de Uribe Uribe, surge la figura más rutilante que ha tenido la política colombiana, Jorge Eliécer Gaitán, de quien se daba por descontado que ganaría, sobrado, el debate electoral. No ocurrió así.
El Bogotazo
Fue acribillado en plenas calles céntricas de Bogotá el 9 de abril de 1948, lo que desató la más sangrienta guerra civil que jamás haya vivido Colombia. El llamado ‘Bogotazo’, que se extendió por todo el mapa de la patria con miles de muertos, heridos, comercios saqueados e incendiados.
Colombia, como en un suplicio eterno, todavía tenía que sufrir lo más brutal y sangriento de su historia por cuenta de los malditos carteles de la droga, quienes en 1990 cometieron la más dolorosa secuela de magnicidios que recuerden los colombianos.
El baño de sangre de los capos de la droga

Fueron asesinados cuatro excelentes candidatos presidenciales, en una verdadera orgia de sangre: Jaime Pardo Leal (UP- Unión Patriótica); Bernardo Jaramillo Ossa (quien recogió las banderas del inmolado Pardo Leal). Ese mismo año también fue acallado por las balas el más brillante de todos los candidatos que han enriquecido la política colombiana, Luis Carlos Galán Sarmiento. Y el macabro ciclo de magnicidio lo cerró un demócrata progresista que se forjó en las banderas del Movimiento 19 de Abril, que hizo un acuerdo de paz con el gobierno de turno, legalizó su partido y designó como su candidato presidencial a su máximo líder del momento, Carlos Pizarro León-gómez. Un muchachito de 18 años, que había escondido la pistola en el baño de la parte delante del avión que volaba rumbo a Medellín, lo mató a quemarropa y enseguida se suicidó.