
El capitalismo no erradicará la pobreza. Por el contrario, la fomentará. Ya lo ha demostrado, su patológica codicia ha creado enormes cinturones de miseria en todos los continentes.
No está en su ADN tan loable interés, siempre triunfa sobre la miseria moral y material de los más débiles. Se lo exige su avidez, el motor de su vida, su voracidad insaciable de acumular. Nada llena el hueco de la avaricia capitalista.
Desconoce Milei, o finge desconocer, los desmanes humanos del capitalismo, origen de enormes tragedias planetarias: grandes ciudades con fastuosos centros bordeadas de espantosos barrios miserables. Sinécdoque de la otra gran podredumbre universal: 10% de la población del mundo, las élites, usando y abusando del 83% de la riqueza total. Ignominiosa concentración, fogón de todos los infortunios.
Por la codicia capitalista, países del primer mundo devoraron a los del tercero. Los convirtieron en neocolonias, saquearon sus riquezas naturales, torturaron sus nativos, mutilaron sus extremidades, les infligieron pavorosos castigos, los asesinaron, cometieron horrendos genocidios, solo para satisfacer su voraz codicia.
Lo testimonia la literatura, Joseph Conrad en su corta novela “El corazón de las tinieblas”, relato esquizofrénico del colonialismo belga en África. No menos escalofriante, José Eustasio Rivera en “La Vorágine”, perturbadora novela sobre la voracidad capitalista inglesa con la complicidad del codicioso César Arana en el sur de Colombia. Cientos de indígenas mutilados, decenas de miles asesinados, genocidio puro, por la codicia del caucho, por la mentalidad depredadora del capitalismo. También Vargas Llosa en su novela histórica, “El sueño del Celta”, devela la codicia capitalista en el Congo, entroncada con el Perú y la selva amazónica a través del personaje, Roger Casement.
Por la apetencia capitalista, obreros asesinados en el primer mundo: Sacco y Vanzetti; un viernes negro en 1929, una pavorosa primera guerra mundial, una peor segunda guerra mundial, una tercera en gestación. ¡Gran negocio para los codiciosos del capital mundial!
Víctimas de la voracidad capitalista, multitudes de africanos arriesgan sus vidas en el mar mediterráneo buscando el sueño europeo. Muchos colombianos pierden la suya en el tapón el Darién buscando el sueño americano. Africanos y colombianos, saqueados por la codicia capitalista, atraviesan océanos y continentes por un empleo miserable.
No, señor Milei, la codicia capitalista no erradicará la pobreza. La fomentará hasta destruir el planeta si esa salvaje moral, tan amada por Donald Trump, persiste en la consciencia de los pueblos. Si Warren Buffet, sacerdote del capitalismo salvaje, predica: “Sea temeroso cuando otros son codiciosos y, codicioso, cuando otros son temerosos” y una multitud de pobres mentales la aplaude y la asimila.