Por Jorge Guebely
El azar teje sus luces para iluminar al ser humano. Basta estar despierto para oír sus voces. Basta afinar la intuición para captar sus orientaciones, para anular los conflictos de la mente. Para reinsertarse en el flujo natural del Universo, abandonar el estatus de expulsado del paraíso terrenal. “Solo en el azar se puede sentir la vida”, afirmaba Heidegger.
Maravillosa Mary Shelley, escritora inglesa. Por azar conoció y se enamoró del poeta Percy B. Shelley quien seguía los principios libertarios del padre de ella. Quedó embarazada a los 16 años, razón por la cual debieron huir de la mojigatería inglesa y refugiarse en algún lugar de Europa.
Pero el azar siguió tejiendo sus luces. Mary Shelley perdió su embarazo. Peor aún, su hermana se suicidó casi al mismo tiempo. Grande fue su depresión.
Por azar, surgió entonces la invitación de Lord Byron a pasar una temporada de verano en Villa Diodati, Ginebra, Suiza. Percy aceptó: primero, para disipar la pena de su joven compañera; segundo, por el contenido de la invitación. En esas tertulias habían participado Voltaire, autor del “Cándido”; Rousseau, piedra angular del romanticismo. Y otras figuras importantes de la nueva cultura.
Pero el azar no cejaba de construir el destino de Mary: no hubo un tiempo espléndido en aquel verano, solo un tiempo oscuro. Había estallado el volcán Tambora en Indonesia. Aconteció el fenómeno climático llamado “el año sin verano”.
Movido por el azar, Byron propuso, en noche oscura, escribir una historia sobrenatural. De la propuesta, surgieron dos brillantes personajes literarios: “El Vampiro”, creado por Polidori, médico personal de Byron; y el “Dr. Frankenstein”, de Mary Shelley. Ambas creaciones iluminarían la consciencia de los siglos venideros.
En la obra de Mary Shelley, el Dr. Frankenstein o el moderno Prometeo roba el fuego al poder liberal: sus recientes conocimientos, el auge de la electricidad, el espíritu positivista en la ciencia, para develar al nuevo ser humano. Lo crea en laboratorio con pedazos muertos de unos y otros e intenta darle vida con energía eléctrica. Le surgió un ser monstruoso, maltrecho, desprotegido, solitario. Un ente sin tener a quién amar, razón por la cual se torna violento, asesino.
La potente sensibilidad de Mary Shelley, su afinada intuición, descubrió al mundo una inquietante metáfora: el hombre moderno del relato liberal. Un ser solitario, abandonado por su creador. Conmovedoras sus palabras cuando habla con su creador: “No hay nada más triste que la soledad del ser humano”.
Y mientras escribía esta columna, me vino por azar a la mente el inicio de una gran novela colombiana: “Jugué mi corazón al azar y me lo ganó la Violencia”.