
Resulta absurda la idea de que la publicación en redes sociales de una imagen lograda con riesgo para la vida sea el condicionante para la aceptación propia o pública de las personas o el instrumento para alcanzar los likes requeridos en una competencia sinsentido de la modernidad, ni mucho menos un factor para conseguir amistades o elevar el estado de ánimo, ni tampoco debería constituir una actividad tan riesgosa.
Por: José Consuegra Bolívar
La selfie o auto fotografía más antigua es atribuida al dueño de una tienda de lámparas en Filadelfia, Robert Cornelius, quien se la tomó en 1839. Desde entonces evolucionó y, hoy, con la llegada de los teléfonos inteligentes se volvió una práctica común y masiva, pero, lamentablemente, hay quienes se han obsesionado tanto con ella que se aventuran a buscar lugares o situaciones extremas e, incluso, peligrosas para sus vidas.
Este hábito deja un creciente saldo de lesionados y, lastimosamente, fallecidos, por lo cual es considerado un problema de salud pública. Entre 2008 y 2021 fueron registradas 379 víctimas mortales en estas circunstancias, sin embargo, es probable que exista un subregistro considerable.
El afán de publicar imágenes atípicas, espectaculares y singulares en sitios con geografía escarpada, ante la presencia de animales salvajes, en pleno tránsito vehicular, en medio de hechos violentos, etc., es hoy una moda que ha derivado en una especie de necesidad permanente de influencers y de usuarios asiduos de redes sociales. No escatiman esfuerzos para lograr las ‘mejores’ selfies, aunque ello implique desatender las recomendaciones, el sentido común y las señales de riesgo.
El más reciente caso conocido ocurrió el pasado 9 de julio cuando un turista estadounidense de 23 años cayó al cráter del volcán Vesubio, al intentar recuperar su teléfono después de tomarse selfies en este riesgoso sitio de acceso prohibido. Por fortuna, el joven fue rescatado herido, pero con vida.
El estudio de la Fundación IO —que lleva estas estadísticas—, cita entre los países como más casos a India, Estados Unidos, Rusia, Pakistán, Brasil, España, Indonesia y México. Un dato muy preocupante es que la juventud es considerada un “factor de riesgo” pues la edad promedio de las víctimas de estos accidentes es 24 años. Justamente, un estudio realizado en la India (2017, Revista Internacional de Salud Mental y Adicciones), señala que se ha validado el término ‘selfitis’ para englobar la obsesión, adicción y/o compulsión por las selfies. El análisis estableció también seis factores subyacentes a esta práctica, tales como la mejora ambiental (se relaciona con sentirse bien y tener mejores recuerdos), la competencia social, la búsqueda de atención, la modificación del estado de ánimo, autoconfianza y la conformidad social (aceptación en el entorno).
Resulta absurda la idea de que la publicación en redes sociales de una imagen lograda con riesgo para la vida sea el condicionante para la aceptación propia o pública de las personas o el instrumento para alcanzar los likes requeridos en una competencia sinsentido de la modernidad, ni mucho menos un factor para conseguir amistades o elevar el estado de ánimo, ni tampoco debería constituir una actividad tan riesgosa. Por ello, el tema debe seguir siendo objeto de análisis y de programas para evitar más heridos y muertos por esta causa. La vida y la integridad física son patrimonios personales trascendentales y, por supuesto, valen muchísimo más que una autofoto.