CrónicasReflexión

Héctor tiene cien años y le tira piedras a la luna

Por Jorge Mario Sarmiento Figueroa

Ese día, Héctor cumplió cien años. Le compramos un pudín para celebrar con él, con su esposa Cecilia, de 92 años, y con su hija Carmen, que vive con ellos en una hermosa casa de techo de palma que tiene forma de sombrero vueltiao.

Lo encontramos acostado, retorcido de dolor. Nos enteramos de que tiene una obstrucción renal que lo postra. Cada tres días, una enfermera va a cambiarle una sonda que le permite orinar. Sin embargo, por alguna razón que no supimos, la enfermera no había ido ese día a cambiársela.

Carmen estaba angustiada, a tal punto que nos pidió que le ayudáramos a llevarlo en el carro al servicio de emergencia del hospital. “Aunque papá no quiere ir, no le gusta un hospital”, nos dijo. “Ayúdenme a convencerlo”.

Mi madre ni siquiera se sentía con arrestos para entrar a su habitación a verlo, Héctor había enflaquecido de manera preocupante en los dos últimos meses, y padecía. Eso le estremecía el corazón a mi madre.

Estábamos en el patio. Mi padre, que es sobrino de Héctor y lo adora como a un papá, me miró con ternura desde el taburete en el que estaba sentado, como buscando fuerzas en mi mirada. Yo estaba sentado en una mecedora de paja, entendí el gesto de papá y resolví levantarme y entrar yo. Detrás de mí vino Tía Lila, que es tía de mi madre y es al mismo tiempo una de las tantas madres que la vida me dio.

Entramos a la habitación. Héctor yacía acurrucado. Le hablé acariciando su cabello tratando de ser una brisa que se desliza por la cabeza de un bebé. “¿Quién eres?”, me preguntó al sentir mi cercanía. “Soy Jorge Mario, tío Héctor, hijo de Rafael Sarmiento Coley, tu sobrino”, le dije con delicada pausa.

Los años han dejado ciego a Héctor, pero no le han quitado la lucidez. Hace dos meses, cuando vinimos a visitarlo, estaba brioso y nos dio varias dosis de sabiduría. Nos habló de la guerra en Ucrania con un nivel de detalle de última actualidad; nos habló de sus lecturas de la Biblia y del Diccionario enciclopédico. ¿De qué tamaño puede ser la colección del almanaque Bristol de un hombre que cumple cien años? Héctor los colecciona. Y también nos regaló una botella de “Contra”, un menjurje de hierbas que son auténtica medicina naturista.

Como pudo, se incorporó cuando escuchó la voz de Cecilia, su esposa, que entró en ese momento al cuarto. “Héctor, ven levántate que te van a llevar al hospital. La enfermera nada que viene y ya no quiero que te duela más”, le dijo ella. “El tiempo está cumplido, mija. Es hora de irme”, respondió Héctor, apesadumbrado. Cecilia entendió perfectamente que no era al hospital a donde él quería ir.

-No sabemos, Héctor. Eso es voluntad de Dios.

-Por su misericordia es tiempo de partir -insistió él.

-De pronto te mejoras, no sabemos -habló ella con firme esperanza.

-Ay, mija, para qué vamos a tirarle piedras a la luna.

Mi tía Lila, que en ese momento presenciaba conmigo la conversación, intervino con su casta que ya es legendaria en la familia: “A veces hay que tirarle piedras a la luna…. A lo que sea”.

Esa misma tarde, cuando ya nosotros estábamos de regreso en Barranquilla, a mi padre le llegaron fotos al celular de la celebración del cumpleaños, con Héctor sonriente junto al pudín y rodeado de la familia. Me parece que en su rostro centenario vi la frescura de un niño que sin mirar le tira piedras a la luna.

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Practicante del periodismo desde niño, comunicador de profesión, artista por vocación. Email: jorgemariosarfi@gmail.com Móvil: 3185062634
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