El legendario jugador barranquillero falleció ayer en su tierra natal a los 70 años de edad. El sepelio será este domingo a las 4pm. en Jardines de la Eternidad.
Escrito por: Rafael Sarmiento Coley y Francisco Figueroa
José del Carmen Zárate Samudio, conocido por todos como ‘El Boricua’ Zárate, falleció este sábado en su Barranquilla natal, a los 70 años de edad, víctima de una penosa enfermedad que lo minó desde muchos años atrás.
Zárate Samudio debutó en el Atlético Junior, el equipo de sus amores, en 1970. Le fue tan bien en este cuadro, que estuvo de titular en 177 partidos. Hasta cuando en 1976 pasó al Deportivo Independiente Medellín (DIM) hasta el 1983. Jugó 320 partidos con los paisas. Y finalmente en el Cúcuta jugó 11 partidos en el año 1984.
Por los años 70 en que Junior era la indescriptible pasión que enloquecía a los barranquilleros, todos los jugadores y hasta los aguateros y masajistas, eran unos verdaderos ídolos populares. Las estrellas del patio. Y por lo general a casi todos les gustaba alzar el codo después de los partidos en el viejo ‘Romelio Martínez’.
Todos, de grupo en grupo, se iban a rumbear por rumbos distintos. Algunos pocos, en una madurez poco común en un medio tan jacarandoso, se iban a sus casas a departir sanamente con la familia.
El bailadero de moda
El Boricua Zárate y otros, no. Ellos eran atraídos por las sorpresas que les deparaba la noche en bares de mala muerte o en ciertos estaderos de más categoría en donde, además de la mejor salsa del momento, la cerveza era más fría, tenían el mejor servicio de ‘crédito malrboro’ (el dueño del establecimiento apuntaba la cuenta del cliente digno de confianza en un cartón vacío de esa marca de cigarrillos). Pero lo más atractivo de ese sitio era que allí prestaban sus servicios las mujeres criollas más bonitas de la plaza. Eran unas morenazas de caderas electrizantes. O una de piel canela y ojazos atrapadores.
El lugar era de un rebuscador de la vida, Luis Boricua, a quien le sonó la flauta casándose con una viuda rica. Montó el estadero, que bautizó con su propio nombre, ‘El Boricua’. Además, Lucho Boricua acumuló una de las primeras empresas de taxis que hubo en Barranquilla. Amasó una enorme fortuna, que, al final, se le fue, tan rápido como le llegó.
Cuando José Zárate y su compadre Gabriel ‘El Jopa’ Berdugo fueron allí por primera vez, dijeron: este es el sitio bacano para escondernos a rumbear una que otra noche. Quedaba en la calle de las Vacas (calle 30), con carrera 25, cerca del Mogador, del Tropical, del Estadio Moderno, de La 100, del barrio Rebolo, en fin, su mundo, lo que hoy es el inframundo, en una esquina llamada ‘El Boricua’.
Como se aficionó tanto a aquel lugar, tan pronto sonaba el pitazo final de un partido en el Romelio, Zárate levantaba su brazo grueso, su manota de matador de puerco y sus dedos de ordeñador de vacas y gritaba a sus compañeros “¡nos vemos en el Boricua!”. Lo hizo tan repetitivo y mecánicamente, que se le volvió un estribillo y al final, su apodo famoso.
Fue un defensa central de respeto. Su 1.82 de estatura y sus 80 kilos de pesos, más largos brazos y fuertes manos, lo hacían una muralla invencible para cualquier atacante. Bastaba que Zárate se le interpusiera con su cuerpo, para que el contrario saliera despedido por los aires.
Su único defecto era que no era muy hábil para mover la cintura y soltar las piernas para despegar a tiempo. Deficiencia que suplía con su estatura para cubrir balones aéreos. Por los aires nadie la ganaba. Y en el cuerpo a cuerpo, menos.
Por eso fue llamado en 1975 por su amigo y paisano Efraín ‘Caimán’ Sánchez para integrar la Selección Colombia que participó en la Copa América.
En la gran final, Colombia le ganó al Perú un gol por cero. En el partido de revancha, a Colombia le bastaba el empate para quedar campeona. Iban cero a cero. Hasta cuando llegó el fatídico minuto 42 del segundo tiempo. Zárate estaba cerca de su marco. De repente viene el balón en el aire y él se queda anonadado, viendo el flotar de la bola que se dirigía su puerta, y él con los brazos en la cintura y los pies pegados a la gramilla. Sin moverse. Sin tirarse de pecho. Cuando reaccionó fue para provocar un autogol que le costó a Colombia el título de Campeón de la Copa América. Tuvo que conformarse con el Subtítulo. Perú fue el campeón.
A partir de ese momento José ‘Boricua’ Zárate se convirtió, para muchos narradores del interior –envidiosos y venenosos- en el antihéroe de las canchas futboleras. ¡No me la deje ahí, cariño mío!
Todavía se recuerda las narraciones del regordete y poco varonil Pastor Londoño Pasos, cuando narraba los partidos de la Selección Nacional y el balón llegaba al área de Zárate: “no me la deje ahí, Boricua, tirela para donde sea pero no me la deje ahí, cariño mío”. Con ese estribillo lo hizo célebre.
Después de una larga temporada en Junior y de integrar varias veces la Selección Nacional, Zárate pasó en 1976 al DIM. En donde jugó 320 partidos y marcó 7 goles. Fue, precisamente, durante su larga temporada en el DIM, cuando impuso el apodo más célebre en su vida de mamagallista eterno.
Un día se presentó Hernán Darío Gómez con la cabeza rapada. Zárate estaba rodeado de los demás jugadores, cuando de repente dice: “Miren a Hernán, con ese corte parece un bolillo”. Y así se quedó desde ese día el ‘Bolillo’ Gómez. Zárate se retiró del DIM en 1983, para irse al Cúcuta. Allí jugó apenas 11 partidos y se retiró de las canchas en 1984.
Regresó a Medellín en busca de una preparación como entrenador. Se fue a dirigir una escuela de fútbol en Putumayo, e hizo lo propio en Pasto. Más la suerte le fue esquiva. En el 2010 le amputaron la pierna izquierda como consecuencia de una herida que se le afectó porque padecía de diabetes y él no se había dado cuenta.
Murió este sábado de un paro cardiaco. Paz en la tumba de un jugador que vivió momentos de gloria y ratos amargos, como aquel maldito autogol que le costó el título a Colombia.