El ex-futbolista barranquillero, Carlos Molinares, toca puertas para lograr un trabajo de monitor de fútbol, para no seguir con esa vergonzante necesidad de acudir a la caridad pública por unas cuantas monedas día a día para poder sobrevivir.
Por: Francisco Figueroa Turcios
De los veinte goles que Molinares anotó con el Junior, el más importante fue el que le hizo al Deportivo Cali el 17 de diciembre de 1980, en el estadio «Pascual Guerrero», que marcó el sendero para que el cuadro ‘Tiburón’ alcanzara el segundo titulo, lo cual significó para él convertirse en un referente histórico del cuadro rojiblanco.
Treinta y tres años después, este ex-futbolista barranquillero vive el drama del desempleo. Desde hace 18 meses deambula por las calles en busca de un trabajo decente y no lo encuentra.
En este tiempo no ha acariciado, ni una sola vez, los bigotes del escritor Jorge Isaac, que domina el billete de $50 mil. La palabra sueldo ha desaparecido de su lenguaje diario. Sobrevive de la ayuda de los amigos.
Día a día, con su compadre el ex-futbolista Federico Hérnandez, salen a ‘rebuscase’ el sustento de sus familias. Carlos, que cumplió 54 años de edad, tiene 4 hijos, se juega el partido más importante de su vida, su esperanza quimera, lograr que sea contratado como monitor de fútbol, que es lo que él sabe hacer y para eso se ha capacitado en varios cursos de la Federación Internacional de Fútbol Asociado (Fifa).
De aquel diminuto puntero derecho que burlaba a sus rivales con base a la velocidad y a gambetas cortas y sorpresivas, con una cabellera larga que emulaba al exfutbolista argentino Ramón ‘Ratón’ Ayala, hoy sólo es recuerdo, porque la calvicie apareció de manera irreversible con el paso de los años. Al comienzo trató de salvar su pelo con distintas fórmulas y un champú especial que le recomendó un indio amazónico, pero al final tuvo que aceptar el sano mamagallismo de uno de sus mejores amigos: “olvídese de eso, compadre, es que plátano maduro no vuelve a verde”. A lo mejor quienes hace mucho tiempo no lo ven, si se encuentran con él en una de las calles céntricas de Barranquilla, a lo mejor no lograrán distinguirlo.
«Debo confesar que en la administración de Alejandro Char me fue muy bien los cuatro años estuve trabajando. Primero entré como guía de movilidad y, al final de su administración, como monitor de fútbol. Prestaba mis servicios a los niños de los barrios más vulnerables, como en La Chinita y La Luz. Me sentía en mi ‘salsa’, sabe cómo es, porque el fútbol es mi arte y me gusta transmitir a los jóvenes mi experiencia como futbolista. Yo apoyé con los votos de mi familia y amigos a la doctora Elsa Noguera para llegar a la a Alcaldía. En compañía de mi compadre Federico Hernández nos reunimos con ella y nos puso de interlocutor a Guillermo Polo, pero no he visto persona tan mentirosa como esa. Guillo superó a Pinocho, al Pastorcito Mentiroso, a Condorito y a todos los demás campeones del mundo en materia de mentira. Y peor es que le habla a uno con una seriedad de sacerdote de iglesia franciscana. Después de año y medio sigo esperando las promesas de que me volvían a contratar como monitor de fútbol a través de la Secretaria de Deportes. Estoy desesperado, la situación cada día es más difícil porque tengo que buscar el sustento de mi familia. No veo una luz en el camino».
Ya en esta parte de la charla, la angustia que lleva por dentro sale a flote.
Quienes lo reconocen le dan una palmadita y le dicen: «viejo Moli, te acuerdas del gol que le marcaste al Cali y que abrió la ruta del título, cuando perdíamos dos a cero ante el cuadro ‘azucarero’ y al final empatamos a dos goles». Como los payasos de circo, a Carlos Molinares no le toca más que sonreír aunque el calvario va por dentro.
«Un gran mecenas del fútbol y que ha sido como un padre para un puñado de ex- futbolistas, como por ejemplo Lucho Montaño, Federico Hernández, David Reales, ‘Maquinita’ Cervantes y conmigo, es Ricardo ‘El Cachaco’ Jiménez. Lamentablemente está enfermo. Oramos por su salud. Cuando recurríamos a él nunca nos dejaba con las manos vacías», reflexiona Molinares cuando evoca los nombres de las personas que lo han apoyado en los momentos difíciles.
«Lo que ganamos como futbolista sólo alcanzaba para vivir. En esa época los sueldos no eran tan generosos como ahora, que cualquier futbolista se gana mensualmente un dineral. Jugábamos por amor al fútbol y en mi caso al Junior. Para uno era un honor jugar en el Junior. El afecto de la afición era el mejor alimento espiritual para uno. Cada vez que hacen la reseña de los títulos es un orgullo aparecer en la foto del año 8O, cuando logramos el segundo título. Teníamos una excelente nómina. Recuerdo de memoria a mis compañeros: Juan Carlos Delménico, Jesús ‘Toto’ Rubio, Dulio Miranda, Gabriel ‘Jopa’ Berdugo, Oscar Bolaño, Omar Alfredo Galván, Juan Miguel Tutino, Carlos Alberto Delatorre, Rafael Reyes, Wulfrand ‘El Campero’ Cervantes, Bonifacio Martínez, Miguel Ángel Converti, Fernando Fiorillo y Óscar Fornari. El técnico fue José Varacka. Nací en el barrio Alfonso López y allí vivo”. Vuelve a brillar el rostro de Carlos Molinares, cuando retrocede el casette de su vida futbolista.
«El gol que le anoté al Cali, sin duda que fue el más importante en mi carrera futbolística con el Junior. Lo guardo en mis gratos recuerdos de mi vida y cuando le muestro el video a mis hijos de ese partido me lleno de emoción. Parece que fuera hoy. Perdíamos dos a cero, Cali se hacia el campeón. Al minuto 71, gané en base de velocidad un rebote de la defensa del cuadro ‘azucarero’ y desde unos treinta metros remate con todas mis fuerzas, con la convicción de que podía anotar y gracias a Dios logré el gol del descuento. Con el empate eramos campeones. Mi gol sirvió para motivar a todo el equipo y al mismo tiempo crear la inseguridad en los vallunos. Gabriel Berdugo marcó el empate y todo fue felicidad. Un momento inolvidable», al culminar el relato Carlos se queda pensativo.
«Son sólo recuerdos-reflexiona en voz alta, hoy la historia de mi vida es otra. Busco afanosamente un trabajo para vivir dignamente. He tocado varias puertas y hasta el día de hoy todo son expectativas».