
Por Jorge Guebely
Poco me importa la sexualidad de José Eustasio Rivera: si macho premoderno u homosexual moderno, si Velascoco: su amante o compañero, si Lolita: un amor o una estrategia.
Como poco me importa la homosexualidad de Marcel Proust si abunda la belleza en su obra: “En busca del tiempo perdido”. Respeto su intimidad como respeto la intimidad de cualquier persona. La hizo pública y es tan respetable como si la hubiese ocultado. Detesto el absurdo placer de triturar intimidades.
Incluso, respeto si Henry Miller, quien gustaba de escribir en prostíbulos, durmió con una o mil prostitutas. Si Anaís Nin era heterosexual o lesbiana, me refocilo con sus bellos cuentos poblados de fino erotismo. Ninguna homosexualidad representa un estigma como lo creen ciertos ignorantes. Tampoco un honor como lo creen la otra cara de la misma ignorancia.
De Rivera, admiro su consciencia, su verdadero ser, autor de obras trascendentes en el tiempo e intención de trascender el instante para alcanzar regiones sagradas. Celebro su yo residenciado en su cuerpo de vísceras con funciones fisiológicas.
Hawkins no era su cuerpo deteriorado, sino su lúcida consciencia. Tampoco era hijo de Inglaterra, artificiosa entidad enclavada en la Historia, tan ficticia como nuestra Colombia. Lo era del Universo surgido de un vientre universal materializado en específica mujer. Él, su consciencia, escribió “Brevísima historia del tiempo” para conocer la mente de Dios. Ningún culo de la tierra se preocupa por entender la mente de Dios, ya la entiende.
Celebro el ser humano de José Eustasio Rivera, su insólita consciencia de ojos lúcidos para auscultar la esencia del Universo. Capaz de percibir el desfile de la eternidad y expresarla en versos:
“En la estrellada noche de vibración tranquila
descorre ante mis ojos sus velos el arcano,
y al giro de los orbes en el cenit lejano
ante mi absorto espíritu la eternidad desfila”.
Capaz de oír el silencioso lenguaje de los astros:
“Mas no se sacia el alma con la visión del cielo:
cuando en la paz sin límites al Cosmos interpelo,
lo que los astros callan mi corazón lo sabe”
Y sentir nostalgia por una residencia antigua:
“y luego una recóndita nostalgia me consterna
al ver que ese infinito, que en mis pupilas cabe,
es insondable al vuelo de mi ambición eterna”.
Si no existe una búsqueda científica, libre de moralismo, la pesquisa de la homosexualidad de José Eustasio Rivera significaría una revictimización en el centenario de “La Vorágine”. Quizás, la desviación de una insólita ideología o el alimento de consciencias distorsionadas, pues “Los chismes son deliciosos manjares” de mentes destructivas, según La Biblia.