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Con la boca llena es malo, y con el corazón roto también

Joty Cepeda no se guarda nada en esta confesión sobre los amores que se han ido sin siquiera decir adiós.

Por Joty Cepeda

No me bastaron los consejos de mi tía Nancy citando al Manual de Urbanidad de Carreño. Exactamente en el capítulo donde decía que cuando una persona abandona un lugar, hay que darle la mano y sonreír esperando el próximo encuentro.

Recuerdo haber querido tener un novio desde los catorce. Me encantaba la idea de compartir momentos románticos con otra persona. Y lo tuve, a los dieciséis. Me sentía orgullosa de mi logro y de nuestra relación tranquila en donde jamás hubo una pelea. En ese primer noviazgo acordamos el nombre de nuestros hijos para cuando saliera de la Universidad –y yo que ni siquiera sabía qué estudiar-. Para mi papá siempre fue mi “amiguito”, eso no cambió en los tres años de noviazgo que tuvimos. Incluso después de haber roto con Camilo por una infidelidad, mi papá se refería a mi amiguito con gratitud. “Lo cortés no quita lo valiente, María”.

Crecí sabiendo cuántos tamaños de cucharas deben acompañar un plato de sopa, a dejar el plato medio vacío en una cena, también a llamar a los adultos por señor y señora incluso después de una agitada pelea. Entre otras cosas inútiles de mi vida, aprendí después de muchas clases extra con profesores de matemáticas que la trigonometría y el cálculo nunca me ayudarían a solucionar nada importante en el futuro. Porque sí, las casas sí se han caído por poner una estructura inadecuada, pero también se me derrumbaron estructuras que no supe cómo arreglar con derivados y raíces cuadradas.

Cuando crecí, después de Simón y de otros dos que se fueron sin ser nada prudentes, supe lo que era “que se te cayera el piso”. Todo. Ninguno de los dos me dio ninguna explicación, lo cual me parecía maleducado, porque siempre cuando uno se va de un lugar hay que dar las gracias y sonreír, y volveré a citar al Manual de Carreño. Lo cité también en mi primer trabajo, esta vez con ira porque mis compañeras nunca quisieron que ocupara el puesto en el que estaba y me hicieron la vida imposible, así que me fui y ganas no me faltaron de quitarles el señor y señora a todos esos; pero no, les di la mano y me fui. Soy una hipócrita muy educada.

¿Saben? Llega un punto en la vida, no sé si es a los veinticuatro o antes, en los que “ser cortes no quita lo valiente” empieza a ser una frase cliché de mojigatería. Porque no hay modestia que valga cuando te dañan. No vale la pena callarse el dolor y pedir explicaciones para poder concluir algo que se empezó en mutuo acuerdo. Como también no vale la pena conservar una relación cordial con quien te hizo trabas en tu camino. No aporta, no sirve. Te equivocaste Carreño, te equivocaste tía Nancy, en la vida como en el álgebra de Baldor no hay reglas que funcionen en los problemas más dolorosos de la vida, los del corazón.

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