Tiene solo 50 segundos para realizar su show de equilibrista: es exactamente el tiempo que permanece en rojo el semáforo de la calle 84 con la carrera 53.
Por Francisco Figueroa Turcios
En esos valiosos segundos debe emplearse a fondo para que su show sea impecable y llene la expectativa de los conductores. Y son cincuenta segundos en los que pone en riesgo su vida.
Carlos coloca una cuerda (cáñamo) entre los dos postes de cemento, a una distancia de diez metros de extremo a extremo. La cuerda tensada queda a seis metros de altura.
Cuando en los circos se va a hacer este show, para proteger la integridad física del equilibrista, ubican una malla elaborada de cáñamo debajo de la cuerda, por si sucede algún percance. También suelen colocar una colchoneta de goma. En el show que ofrece Carlos Iglesias, en plena vía pública, no tiene ningún tipo de medidas preventivas en caso de un accidente. Si llega a perder el equilibrio, Dios no lo quiera, el físico cemento es su receptor.
Los riesgos a los que se expone son muchos. Quienes han tenido la oportunidad de observar su show lo habrán podido advertir. Tiene milimétricamente diseñada una presentación para aprovechar los 50 segundos: comienza recorriendo la cuerda caminando de espalda, allí emplea veinte segundos (son segundos escalofriantes, por el riesgo que conlleva este acto. Requiere concentración total). Cuando cumple este trayecto se detiene y rápidamente se acuesta en la cuerda sin agarrarse de ella, como si fuera un modelo de los comerciales de colchones y luego procede a sentarse en el cáñamo, obviamente sin sujetarse. En estos dos momentos utiliza quince segundos. Se levanta rápidamente y en el último lapso recorre la cuerda para completar los cincuenta segundos.
Y la función ha culminado para los conductores que tienen detenidos sus vehículos esperando que el semáforo pase a verde.
En este circo todo funciona contra el reloj. Abajo está Javier Narváez, acompañante de Carlos Iglesias, que tiene que aprovechar los instantes que el semáforo permanece en la luz amarilla para pedir la recompensa por el show de su socio. Javier no solo tiene la misión de recolectar las monedas que la gente les da como símbolo de que les gustó el acto de equilibrio, sino que él debe advertir al desprevenido conductor que Carlos está arriba en la cuerda haciendo el show.
Son las pericias que debe hacer un joven para ganarse el pan de cada día y compartir las ganancias de su show con un socio; al mismo tiempo poner en riesgo su vida sin ningún tipo de protección social. En caso de sufrir algún accidente deberá recurrir a la caridad pública.
Carlos trabaja seis horas diarias. La primera jornada la cumple de ocho a once de la mañana y la segunda de tres a seis de la tarde. En promedio en cada hora hace quince shows. Toma descanso cada quince minutos para tomar fuerza y arrancar cada tanda de espectáculo.
Secretos profesionales
Pese a que no ha trabajado en un circo, Carlos maneja sus propios secretos para sacar adelante sus shows y minimizar los peligros de cada presentación. «Para caminar con facilidad por la cuerda utilizo 8 pares de medias que me dan confort y sostenibilidad. Trato de dormir las horas que más pueda para tener mejor concentración, porque cualquier descuido puede ser fatal. Utilizo una moneda de quinientos pesos en cada oreja, que me ayudan mucho al equilibrio. Antes de cada show me encomiendo a Dios, que es mi protector. Muchas personas no nos apoyan porque piensan que el dinero que ganamos es para consumir droga y no es así. ¿Se imagina yo drogado caminando la cuerda de espalda? Trabajo para ayudar a mis padres», relata.
Otro aspecto que pone en riesgo la vida de Carlos en su show es la fuerte brisa que durante esta temporada -algo no usual- azota a Barranquilla. Parecen por ráfagas que amenazan con tumbar a señoras desprevenidas y a las frágiles ramas de los árboles. Carlos ha aprendido a manejar con pericia ese factor climático.
«No le temo a las alturas, por el contrario, siento una sensación muy especial cuando voy caminando por la cuerda, siento una adrenalina que me hace feliz cada vez que hago el show y escucho de vez en cuando un aplauso. Si me toca morir en mi arte, sería feliz», acota. Verlo exponerse a ese peligro en las alturas concita la solidaridad de numerosos conductores, que, por lo general, no tienen tiempo, por la rapidez del semáforo, colaborar con este actor natural de los circos ya casi en extinción. La idea sería lanzar las monedas a la vía peatonal, para que después el socio de Carlos empiece a recogerla. Es una recomendación para los conductores y una advertencia para el ´recaudador´ o taquillero ambulante del arriesgado malabarista de la calle.
Sueño frustrado…
Carlos Iglesias tiene 23 años de edad y desde muy niño mostró su interés por la gimnasia y el equilibrio. En su natal Maicao, en casa con sus amigos del barrio se ponía a practicar y le contaba a ellos que su meta era trabaja en un famoso circo.
Como sus padres eran de escasos recursos a duras penas pudo terminar de estudiar la primaria. Cuando cumplió quince años de edad decidió venir a Barranquilla para trabajar y tener la mayor posibilidad de vincularse a un circo, porque en su tierra natal pocos iban.
Inicialmente se puso a cuidar carros en las calles, pero a duras penas ganaba para pagar la habitación que tomaba en un hotel del Paseo Bolívar. Estaba pendiente cada vez que llegaba un circo a Barranquilla para ir a solicitar trabajo.
«La primera vez que me presenté a aprobar suerte en un circo fue al de los hermanos Gasca. De eso hace como cinco años. Llegué como a las diez de la mañana y hablé con el celador para que permitiera dialogar con el dueño del circo. Le dije que yo era equilibrista y me respondió que no habían vacantes, que no perdiera el tiempo porque el que había en el circo era muy bueno. Esa fue mi primera experiencia al buscar trabajo en un circo», narra Carlos.
Así le ocurrió varias veces con otros circos, por lo que Carlos Iglesias decidió mostrar al público al aire libre su show, hacer de las calles de Barranquilla un circo imaginario.
«La tendencia es que los circos van a desaparecer, hay muchos eventos en los que la gente se distrae. Hoy la televisión presenta centenares de canales, con muchas ofertas y el Internet es otro inventos que estás acabando con la vida de los circos. Por eso yo decidí hace cinco años ofrecer mi propio show a la gente que transita en sus vehículos. Busco sitios estratégicos donde hay mayor afluencia, aquí en la calle 84 me ha ido bien, me gano mis 50 mil pesos diarios. Le doy 20 mil a mi socio y me alcanza para sobrevivir. El sueño de trabajar en un circo creo que solo quedó en eso, en un sueño», señala Carlos, que ofrece su arte con el mismo fragor circense, pero desafiando el peligro.