Juan empieza recogiendo basura con su gente en Guatemala, recorre miles de kilómetros para cumplir el «sueño americano» y, si llega a suelo estadounidense, le toca dedicarse adivinen a qué. Película ganadora del Ficbaq 2014.
Por Jorge Sarmiento Figueroa – Editor general
Para hacer una reseña de ‘La jaula de oro’, opera prima (primera película) del director español Diego Quemada-Diez que ha ganado más de 40 premios en festivales y acaba de ganar en Barranquilla, no hace falta cumplir la norma según la cual jamás se puede contar el final de la película.
Todos sabemos lo que sucede a aquellos latinos que se deciden a emprender su búsqueda del ‘sueño americano’ arriesgándose por los vericuetos de la frontera mexicana sin papeles y con poco dinero, empujados por la necesidad imperiosa de salir de los basureros en que muchos seres humanos conviven hoy en día, a plena luz de ciudades y pueblos centro y suramericanos.
Así que el valor de ‘La jaula de oro’ no subyace en la narración en sí misma, porque Diego Quemada-Diez, quien ha trabajado con directores de la talla de Oliver Stone o Spike Lee, no acunó la historia en su imaginación para impactar al público. La riqueza de su película es, como él mismo lo narró a los asistentes a la proyección durante el festival de cine de Barranquilla, que «recoge seis años de experiencia recorriendo el mismo camino que miles de inmigrantes eligen para llegar a los Estados Unidos. Viví casi todos los riesgos y hasta estuve a punto de perder la vida en manos de un secuestrador que se dedica a capturar a los que buscan el sueño americano y les exige revelar datos de sus familias en el Norte para pedirles sumas de dinero a cambio de no asesinar a sus parientes». Quemada-Diez vivió él mismo indocumentado en México y de allí surgió el detonante para indagar a profundidad sobre esta realidad.
Luego de reconstruir el camino palmo a palmo y con los más finos detalles, el director prefirió entonces no hacer casting con actores profesionales, sino elegir entre los mismos inmigrantes que había ido conociendo con los años de inmersión entre Guatemala y México. Semejante proeza le llevó, por ejemplo, a «hacer audiciones con cerca de 6 mil niños del territorio para encontrar a Juan, el protagonista.
Les describía una determinada situación que ellos de sobra conocían más que yo, porque era siempre sobre la inmigración, les pedía luego que la recrearan a su modo. Eso era fantástico, salían unas cosas alucinantes, mucho más reales de lo que yo podría crear en un guión. Prácticamente la historia se iba dando por sí sola en la interacción de los mismos actores naturales», relata Diego Quemada-Diez.
De esta manera el rodaje de la película, con una duración de siete semanas, contó con miles de extras y personajes reales que aparecen representando sus propias vidas en escena. «Adelante de nosotros iba un equipo de avanzada, guiado por mis experiencias de campo, organizando las escenografías, reclutando actores, poniendo todo a punto para cuando llegásemos los del rodaje». Fue una producción con altas dosis de imprevistos, de situaciones inesperadas, en las que este director de 45 años sintió muchas veces la presión de «responder por las vidas de las personas que estaban participando en mi deseo de mostrar en carne y hueso lo que millones de ser humanos atraviesan para salir del infierno en el que viven».
El problema es que al final ‘La jaula de oro’ nos revela que el infierno que es el patio trasero de América se vuelve más llameante y cruel cuando se va por el camino de secuestradores, violadores, extorsionistas y toda clase de asesinos en que se ha convertido la frontera mexicana con los Estados Unidos. Y todo esos riesgos que purgan las personas que logran cruzar se convierten en la mayor tragedia porque al llegar allá se topan con dos muros: el primero, una gigantesca construcción de concreto que el gobierno norteamericano mandó a erigir en su límite sur para evitar inmigrantes ilegales de suramerica y que es solo comparable en tamaño a la Gran muralla China; el segundo, no menor, es el racismo imperante, la discriminación a la que los latinos son sometidos, que empieza por una cacería de hombres armados de rifles dispuestos a matar a quienes superan los obstáculos fronterizos y culmina, en la película y en la vida real, con el paisaje de trabajadores en toda clase de empleos de mala muerte como en carnicerías donde recogen las sobras de los manjares que irán a las mesas de los estadounidenses.
Como en el periplo trágico de la novela El viejo y el mar, de Ernest Hemingway, en la que un hombre sueña con salir de la miseria pescando al más grande de los peces y al final obtiene lo que desea pero el mismo mar y sus vicisitudes se encarga de arrebatárselo y dejar su presa en tristes huesos, con esta misma metáfora Diego Quemada-Diez ha logrado una estampa viva de la mágica nieve del «sueño americano» que termina convertido en basura. Muchos latinos quieren salir de la jaula basuriega de sus pueblos, de sus almas, y se lanzan al mar, como aquel viejo pescador, para verse encerrados en una jaula de oro llamada Estados Unidos, en la que también recogen la basura.