De no ser por Centih Gutiérrez ,su progenitora, hoy Víctor Castro, fuera uno de los protagonistas dentro del proceso de Justicia y Paz, como testigo de los actos de barbarie cometidos por los paramilitares en Colombia.
Por Francisco Figueroa Turcios
Cuando Víctor Castro Gutiérrez tenía diez años de edad, el comandante militar del Bloque Norte de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), Rodrigo Tovar Pupo, alias «Jorge 40», en una de las visitas al corregimiento de Garrapata (San José de la Montaña, es su verdadero nombre), perteneciente al municipio de Pivijay, Magdalena, intentó comprarlo, ofreciéndole 10 millones de pesos a su progenitora.
Al conocer la historia de la enfermedad de enanismo que padece este joven magdalenese, «Jorge 40» pretendió convertirlo en la mascota oficial del Bloque Norte de las Autodefensas. Y a lo mejor le hubiera tocado también tomar un fusil para hacer parte de la lucha armada con la guerrilla, aunque, la verdad sea dicha, el fusil era más pesado que Víctor. Hoy tiene 22 años y solo alcanza 1 metro y 5 centímetros de estatura.
Doña Cenith Gutiérrez, de 65 años de edad, y su esposo Víctor Castro, de 67 años, dos humildes campesinos de la zona rural de Garrapa, hoy recuerdan con una mezcla de ironía y temor aquel acontecimiento.
«Garrapata, al igual que todos los pueblos del Magdalena, fue víctima de la violencia de los paramilitares. Ellos nos visitaban en nuestras parcelas como ‘Pedro por su casa’. Eran la autoridad y la ley en estos pueblos. Víctor es nuestro hijo menor de seis que tuvimos; nació con la enfermedad llamada enanismo, por lo que era el centro de atracción de propios y extraños: esta enfermedad por aquí por el pueblo no es común”, cuenta doña Cenith.
Como si fuera hoy, ella recuerda que el comandante extraditado a los Estados Unidos, «Jorge 40» (causante de miles de muertes, atrocidades y vejámenes a lo largo y ancho de la región Caribe colombiana), una mañana le dijo: -‘tenemos que hablar. Le tengo una propuesta que los va a sacar de pobres-. Ella le respondió: -soy todo oído-. Y enseguida le disparó sus intenciones: -estoy interesado en comprarle a su hijo menor…Víctor-. Sacó de un maletín negro una paca de billetes y mirándola fijamente expresó: – Cuente. Allí hay 10 millones de pesos. Son suyos si acepta el negocio-.
Cenith sacó fuerzas para vencer el miedo que la invadía ante la propuesta de este temible comandante paramilitar, porque sabía que de no aceptar la propuesta ponía en riesgo su vida y la de su familia, especialmente la de Víctor. «Mi hijo no tiene precio. Él no está para la venta».
Fue tan vehemente su respuesta que el ‘señor de la guerra’ agachó la vista, tomó el dinero y se retiró de la sala de la casa sin mirar atrás. «Tuvimos la misericordia de Dios, porque él no se enfadó. Fácilmente pudo ordenar que nos ‘fumigaran’ a todos. Desde ese día jamás nos volvió a molestar”, recuerda ella.
El amor de madre estuvo a prueba, su pobreza no era la excusa para aceptar la propuesta de vender a su hijo, si no, hoy Víctor también haría parte de la historia del paramilitarismo en Colombia.
Sin complejos
Víctor Castro realizó sus estudios de primaria en la Institución San Martín de Loba, en su natal San José de la Montaña. «Me tocó repetir los grados 3 y 4 de primaria porque no prestaba atención y no me gustaba el estudio, pero con esfuerzo terminé. Cuando finalicé la primaria, ya tenía otra visión de la vida, por lo que me propuse estudiar bachillerato para ayudar a mis padres y hermanos a salir adelante», recuerda.
La única opción para cursar bachillerato era ir a Pivijay; y no lo dudó dos veces, por lo que en compañía de su madre fue a matricularse en la Institución Educativa Agropecuaria José María Herrera, es decir que diariamente debía recorrer en su bicicleta los 20 kilómetros de carretera destapada, polvorienta y que en invierno se vuelve intransitable. Esa carretera que une a Pivijay con Garapata fue testigo mudo de las torturas y asesinatos de numerosas personas (la cifra exacta nunca se supo y quizás no se conocerá jamás), de mano de los paramilitares.
La bicicleta en que se moviliza Víctor se la regalaron sus compañeros de clase, y los profesores en una colecta, al descubrir que abandonaría los estudios por la falta de recursos para pagar diariamente el carro que lo transportaba. Este año no le toca viajar, sólo los fines de semana, porque su hermano Juan decidió residenciarse en Pivijay, para apoyarlo en sus estudios y evitar que se exponga a los peligros propios de viajar solo.
«Cuando Víctor llegó al colegio, el primer día de clase los profesores nos preocupamos de cómo iba a ser el recibimiento de los demás alumnos; era la primera vez que un joven con la enfermedad del enanismo estudiaba en la institución. Al principio los estudiantes se mostraron sorprendidos – era algo obvio -, pero después se ganó el cariño, admiración y el respeto de todos», relata Alain López, licenciado en Lenguas Modernas, uno de los profesores abanderados de hacer sentir a Víctor como un estudiante normal, pese a su pequeña estatura.
Cursa 11 grado y sus compañeros de curso se disputan quién lo carga para subirlo ya sea a la silla en el salón de clases o en el restaurante escolar, porque no alcanza para hacerlo solo por su estatura. El es más pequeño que el fallecido cantante brasilero Nelson Ned (1 metro y 12 centímetros).
«Le cogí el ritmo al estudio en el bachillerato y gracias a Dios no he repetido ningún grado. El estimulo de los profesores, del rector Edgardo Gonzalez Acuña y de la coordinadora Rosalba De La Cruz, y de todos mis compañeros, me hacen sentir feliz en esta institución y con ánimo para estudiar», reconoce Víctor.
Otro aspecto fundamental en el que acertó Edgardo González, rector del la Institución «José María Herrera», fue el acompañamiento a través del departamento de psicología, a cargo de Remberto Valle, quien le hizo el afianzamiento para evitar complejo ante la comunidad estudiantil y la vida.
«Ahora la meta que tenemos la directiva de la institución y el profesorado es prepararlo a él y a sus compañeros para que obtengan un buen puntaje, para que se les cumpla el sueño de estudiar una carrera profesional», añade el licenciado Alaín López.
«Mi sueño es estudiar ingeniería mecánica. Cuando estudiaba primaria no me gustaban mucho los estudios. Ahora que estoy para culminar el bachillerato voy a cumplir la meta de estar a las puertas de una universidad, pero mis padres no tienen los recursos, por lo que me esmero en prepararme para las pruebas del Icfes; debo sacar un buen puntaje para aspirar a una beca. Me gustaría estudiar mi carrera profesional en Barranquilla», confiesa Víctor sobre su futuro académico.
Víctor Castro quiere ser el primer ingeniero mecánico de su pueblo natal, San José de la Montaña, o Garrapata, como se le conoce popularmente a través de los cantos valllenatos ya sea de Poncho Zuleta o Jorge Oñate (el saludo casi siempre era para el ‘mayor Atilio Álvarez’ en Garrapata y Aguasnegras), para demostrarles a sus coterráneos que cualquier discapacidad no puede ser obstáculo para triunfar en la vida.
María le rompió el corazón
María Ternera fue su primera y única novia. Fue un amor a primera vista, desde que cursaba cuarto de primaria. Ella era su compañera de estudios y además vivían en el mismo sector del pueblo. Este hecho fortaleció más su relación sentimental, pero una mala pasada del destino los separó para siempre cuando se habían jurado amor eterno. Pedro Ternera, el padre de María decidió hace tres años abandonar a Garrapa para trasladarse a Barranquilla a buscar un mejor futuro para su familia.
«María ha sido el amor de mi vida, la noche ante de partir me dio la mala noticia de que viajaba a Barranquilla con sus padres. Jamás volví a saber de ella, pero recuerdo una frase que no se me ha olvidado: ‘de pronto el destino nos vuelve a unir'», acota Víctor cuando recuerda a su novia, la novia del pueblo.
De pronto Barranquilla puede ser el puerto del amor de Víctor cuando se le cumpla el sueño de estudiar en la capital del Atlántico y como las famosas novelas mexicanas tenga un reencuentro con María, para un final feliz. Víctor es un hombre sentimental, cuando recordaba su romance con María se le escaparon unas lágrimas que dejó correr por su rostro sin la vergüenza de un adolescente cuando recuerda a su primer amor. Esta es la historia de un enano que ha resultado gigante. Queda esperar que la buena voluntad de quienes creemos en la fuerza del amor ,haga posible que Víctor Castro pueda estudiar en una universidad de Barranquilla.
Sería, además,una conquista significativa de derrotar la guerra para que anide la paz. Si la madre de Víctor pudo apartarlo de las armas,el resto de los colombianos podemos facilitarle el acceso a los niveles de educación que sueña y necesita.