
Por Jorge Guebely
Absurdo, el espectáculo de las aglomeradas hormiguitas que gritaban, desde el suelo: ¡Somételo! ¡Somételo!
Avivaban a la valiente hormiga que, encaramada sobre el cuello del poderoso elefante, intentaba inútilmente someterlo por haberles pisoteado el camino.
Absurdo como los gobiernos colombianos avivando al Ejército Nacional para someter al Clan de Golfo, poderosa y salvaje pandilla. Pedirles que hagan lo que nunca han hecho por real inferioridad y diversas connivencias.
Clan del golfo, poderosa pandilla por ser engranaje de feroces narcotraficantes, animada por un sólido entramado internacional de narco mercaderes, negocio vigorosamente lucrativo. Motor importante de un mercadeo que el capitalismo hipócritamente conserva, fomenta, explota: por las buenas o por las malas, y con sangre tercermundista.
Se sostiene por la sospechosa complacencia de Estados Unidos, su terca y asesina insistencia en prohibirla. Su dudosa incapacidad para neutralizar el extenso mercado interno y la acción de sus brokers recogiéndola impunemente en fronteras mexicanas y comerciándola en sus Estados. Por el fracaso de su inmensa tecnología, incapaz de neutralizar bancos lavadores de narcodineros, policías narco-contaminados y el narcomenudeo de numerosas pandillas gringas. Parecieran cultivar el vigoroso mercado sin grandes capos.
Ninguna explicación convincente para el fenómeno Barry Seal: gran capo, exagente de la DEA y con aeropuerto particular para transportar armas a antiguos contras nicaragüenses e importar coca del legendario Pablo Escobar. Capo amigo personal de expresidentes norteamericanos. Los amos nunca explican sus miserias a sus subalternos.
Razón tenía Bolívar. Los Estados Unidos estaban destinados, por la providencia, a generarnos miseria. Lo profetizó en 1829 en carta al coronel Patricio Campbell y su profecía se ha cumplido durante toda nuestra vida republicana. Nos desmembró el istmo de Panamá, nos sembró miseria y sangre durante la explotación del banano, nos convirtió los campos en ricas extensiones improductivas con los Tratados de Libre Comercio.
Y hoy, sigue cultivando sangre y miseria entre colombianos a través de la coca. Producto bien cotizado hasta cuando lo cultiven en sus propios territorios, similar estrategia de la marihuana. De nuevo, la sangre para nosotros, la miseria para nuestros campesinos, las masacres para nuestra gente, el acribillamiento para nuestros soldados… Pagamos muy caro el narco-enriquecimiento de grandes mercaderes del capitalismo nacional e internacional.
Supremacía del poder imperial, alimentado con estupidez nacional de nuestras élites, conservadoras y liberales, morrongas y astutas, egoístas e indolentes. La culpa nunca la tiene la estaca, sino el sapo que brinca y se ensarta. No nos degrada la hipocresía imperial. Nos pudre la estupidez nacional, la élite que es mezquina y avara, egoísta y arrodillada.