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Un día de labores en Barranquillita

Esta vez Lacháchara.co se puso en los zapatos de un vendedor del reconocido mercado.

Por Andrés Ibañez

Las gafas oscuras guardan la mirada cansada de Luis Carlos Gutiérrez. A las 11:00 de la mañana regresa de su jornada laboral en el mercado de Barranquillita. Sus pasos ansiosos hasta el lugar donde toma el autobús dibujan las ganas de llegar rápido a su vivienda para poder descansar. Ya sentado aprovecha el trayecto para echar una siesta como adelanto al premio por su trabajo arduo. Cuando ya está cerca del destino se espabila, espera el momento indicado para tocar el timbre y se baja en la cuadra más cercana a su casa donde la familia le espera para solucionar lo que se va a preparar para el almuerzo. Mientras todo está listo, Luis se va a dar un baño para aplacar de momento la temperatura que sacude a la ciudad a mediodía. Sale del baño, se cambia, habla sobre cómo le fue, luego realiza algún mandado pendiente, hasta que está el almuerzo. Come sentado en su cama viendo la televisión, cuando termina entrega el plato y ahí mismo queda rendido sin darse cuenta.

Así comienza todo

17797493_1434517973248703_142540701_oFaltando diez minutos para la una de la mañana, Luis pega un brinco de su cama y sale directo al baño, se alista, toma un morral desgastado por el uso y se va bajo la sigilosa noche en la que el ladrido de los perros y un culto evangélico que se confunde con los mismos, interrumpen aquel silencio fúnebre que indica que gran parte de la ciudad ya está dormida. Se hace la 1:50 AM, pasa un ‘taxi-colectivo’, Gutiérrez saca la mano, el carro se detiene y se sube saludando al chofer con un: «casi no pasas, cara de…», seguidamente todos los tripulantes sueltan una carcajada que caduca apenas el conductor le sube el volumen al reproductor de sonido, la canción que suena es ‘Rebelión‘ ,de Joe Arroyo, que sirve para que los pasajeros se alegren por el resto de lo que queda de viaje.

Entre las carreras 38 y 40 y desde la calle 17 a la 30 está ubicado el Boliche, fuente de diversidad de comercio. Luis se dirige hasta los camiones ubicados frente a la Cervecería Águila para comprar los productos que va a vender para ese día: limón y ají, que tienen varios precios y formas; del lugar de procedencia de los alimentos dependen las características de calidad. Ha escogido lo necesario y sigue su curso por las calles llenas de minúsculos charcos negros que se convierten en ríos cada vez que se presenta la época de lluvia, a la que todos le temen por esos lados. Ya en el puesto se dedica a limpiar los ajíes y a clasificar por tamaño los limones para así poder asignarle los precios, los acomoda en las mesas de su propiedad y terminada la sesión pide un tinto para espantar la desidia que a las tres de la mañana se quiere apoderar de él.

La entrevista

17759265_1434517923248708_1652016701_oSon toneladas de basura las que saca la empresa de aseo de la ciudad en este sector. Gutiérrez, después de haber tomado su café, hace lo propio barriendo  bajo las mesas de su puesto y se sienta a esperar a que comience a llegar la gente, mientras eso sucede me dirijo a él para hacerle algunas preguntas:

¿Desde qué edad viene usted a trabajar acá?

“Yo tengo 37 años de edad y vengo al mercado desde que tenía 15”.

¿De quién aprendió este oficio?

“Todo eso lo aprendí de mi padre que hace años me trajo aquí cuando Barranquillita apenas estaba empezando, lo que era la avenida principal  no estaba pavimentada todavía. Fue un proceso en el que poco a poco cedí y me gustó y me quedé”.

¿Cuáles son los días en los que usted viene a trabajar y por qué?

Bueno, yo vengo los días de plaza que son lunes, miércoles y viernes, porque son los días más movidos aquí en el mercado. Los días regulares son martes y los sábados también, los jueves son días muy quietos”.

Luis recuerda que tiene que ir a negociar unas mazorcas, se va corriendo por ellas y las trae para quitarle las hojas envejecidas, las acomoda junto con los otros alimentos mientras observa cómo empieza a llegar la gente; son las 6:00 a. m. y ya se escuchan los gritos de algunos  vendedores ofreciendo sus artículos. En el puesto donde se encuentra Gutiérrez conversando con los colegas de la zona llegan varios clientes ya conocidos que generan la ganancia que le ayuda a recuperar el saldo base invertido. Ya ha salido el sol, son las 10:00 a. m., ha llegado la hora de rematar lo poco que queda (si es que queda), para irse a casa con la esperanza de que los días venideros sean mejores. Lo conseguido apenas alcanza para solucionar los percances que acechan de forma frecuente y apenas se logra subsistir con ello.

Son muchas las familias que dependen económicamente de estos guerreros que tienen como armadura esta forma de negocio con la que sacan a sus hijos adelante, sin importar la decadencia de alguna de las estructuras y leyes de espacio público que, más que un aporte a la organización del comercio, son una obstrucción para el verdadero progreso, que para ellos solo significa el pan diario.

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