Arte y Cultura

Tres miradas literarias sobre la escuela tradicional

Por: William Castro A.

Jotamario Arbeláez

    El estilo directo y porte decadente son algunos de los aspectos característicos del nadaísmo de Jotamario Arbeláez, desatado a través de un poema que representa su hilo de desolación frente al presente y la nostalgia de un país que no existe, y que lleva por nombre Santa Librada College.

 Sus primeros versos son una muestra clásica de puerilidad característica del estudiante que, sin resignarse al encierro dentro de esas cuatro paredes de lo que llama “laberinto”, se siente capaz y puro de romper con la típica normatividad escolástica.     

   El vicerrector es una figura que representa el papel del “intendente” o aquel que vigila y controla la actitud general de los demás “oficiales” (que en este caso son los docentes), para así poder acostumbrarlos “al estilo de los ejercicios de la escuela”, cuyo enfoque tradicional los vuelve docentes (de asignaturas como química, biología, literatura, música, dibujo, entre otras) carentes de didáctica, pedagogía y comunicación con sus estudiantes, a los que poco les sirve que sepan todo acerca de la materia que manejan, si no saben cómo transmitir tales saberes.

        Producto de la negligencia de los docentes, los estudiantes se empoderan en horas de descanso, tan solo con presenciar las prácticas de rebeldía que otros ejercen, y que ultimadamente son emuladas entre unos y otros.

          Cierra el poema con una referencia histórica que representa la estatua de Santander, y que hace las veces de base de baseball en aquel patio tomado, símbolo de la lograda revolución que se sella el día del grado, con entrega de diplomas y reconocimientos bañados de una espesa mezcla de “discursos, misa, risa, copas de vino, humo de pipa y cigarrillo fino”.

Andrés Caicedo Estela.

      De la misma región del poeta nadaista es Andrés Caicedo, en quien ahora encontramos el bosquejo de una juventud hastiada por la violencia en Colombia que ejerce su propia resistencia desde lo marginal; confinados en una ciudad movida por las drogas, el ocio, los vicios y otros conflictos.

 Pero si existe un tópico en torno al que raramente se aborda dentro de la escritura de pepito metralla, es el de la educación tradicional, presente en relatos como Maternidad (1974), donde la muerte de varios jóvenes estudiantes del colegio Sagrado Corazón resulta ser la materia prima que desata la afirmación de vida de un educando, traducida en el acto de embarazar a una mujer: símbolo de la ascendencia a la etapa adulta.             

           En vista de lo anterior, los padres y docentes del colegio sostienen una actitud constante ante tales sucesos, absteniéndose de protestar o siquiera inmutarse por las palabras del rector que conforman la voz impersonal que parece venir de arriba, con toda la autoridad que confiere una verdad establecida.

           Dicha afirmación se convertiría más adelante en un fuerte resentimiento por parte del estudiante (narrador) hacia su escuela, de la cual, en relación con lo que observamos del enunciador poético en Santa Librada College, recibe múltiples reconocimientos el día de su graduación, con los que, no obstante, manifiesta poco o ningún agradecimiento, al tiempo que focaliza al público que lo acompaña.

       Nótese cómo concuerda el número de veces que el estudiante fue llamado para recibir una cantidad igual de diplomas, que a su vez concuerdan con la cifra de compañeros muertos: “666” sería el número que hasta el final de la historia lo estuviera persiguiendo, posterior a esa afirmación de vida que hiciera para demostrar que, a diferencia de lo demás alumnos, él no se trataba de otro cuerpo sin vida y sumido en el adoctrinamiento de la escuela jesuita.      

        Coincidiendo aquella afirmación de vida con el despertar de las pasiones amorosas, el estudiante viviría su relación con Patricia Simons de la manera más irónica, redescubriendo poco a poco que su destino sería el mismo destino mortal que el de los compañeros.

David Sánchez Juliao

      David Sánchez Juliao es considerado por muchos como un “escritor de casete” que desarrolló en su momento la moderna transposición del relato oral al escrito, cuidando los rasgos lingüísticos, costumbristas y populares que evidencian las voces de los personajes en sus historias. Ejemplo de ello es El flecha, un registro simbólico de la procedencia, pero también de la cultura e identidad de las sociedades mestizas en la que se devela el ser loriquero. 

      La naturaleza testimonial de este relato radica en el contenido social y de denuncia que se logra mediante evocaciones de la histórica lucha campesina por la conservación de tierras como las del Sinú, y en la que se reconocen los puntos de vista y las vivencias de las clases populares de esa región de la costa atlántica colombiana.

            Dicho colectivo se manifiesta a lo largo de la construcción testimonial del personaje principal con apodo homónimo, de quien se sirve de un lenguaje informal y muy costumbrista para comunicar a otro agente ficticio su sueño malogrado de volverse boxeador desde las cuatro paredes escolares.

          El famoso profesor Deibi es quiense involucra primero como testigo y participante directo del mismo, para dar cuenta del cómo, durante los tiempos en que este laboraba como docente de historia universal, la vida de El flecha depende grandemente de lograr lo que en principio representaría una aspiración única: volverse boxeador.

             Atendiendo a las maneras como se dan las relaciones internas entre el docente y los compañeros de escuela, es de analizarse cómo, pese a que Elflechaconsigue alcanzar su sueño, este lo hace sin dejar atrás los estudios como condición estipulada por su propia madre, cosa que en otras palabras empezara a motivar cada uno de los entrenamientos del personaje a fin de cumplir con ambos postulados.

          Quizás a partir de este punto las clases de historias (como la desarrollada en torno a la cultura egipcia) se volverían más interesantes para El flecha, pero solo porque esta vez contaba con ese eje motivador en su vida, que le imperaba tapar como fuese esos vacíos que le generó la educación tradicional.        

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