Por Jorge Guebely
Grande el escritor cuando se libera de la razón oficial. Se asoma al territorio de sus propios sueños, a la posibilidad de oír las voces silentes del Universo. Avizora las profundas complejidades del ser humano a través de la imaginación. Solo en el sueño hay libertad, afirma el poeta Juan Manuel Roca. Libertad para escribir con el esplendor de la intuición.
Enormes los sueños convertidos en obras literarias, igual si sus autores sucumbieron en las trampas de la razón. Enorme La Divina Comedia igual si Dante oficiaba como soldado del dogma católico.
La rígida razón extirpó los sueños del poeta Mayakovsky. El partido comunista lo rebajó al estatus de propagandista político. Se suicidó a los 36 años, dejando inconclusa una obra de corte idealista, Hablando a plena voz, tan contrario a los principios de su bando.
Ezra Pound, mayor cuando soñó Los Cantos, una de las obras mayores del siglo XX, gran poema épico con tono homérico. Menor cuando compuso arengas fascistas y alabanzas a Benito Mussolini. Gigante cuando soñó, enano cuando razonó.
Quizás la misma razón de Eugene Ionesco, uno de los fundadores del Teatro del Absurdo, cuando criticó a Sartre, brillante filósofo francés. No le aceptaba sus encendidas diatribas contra los crímenes del capitalismo mientras consentía los del comunismo. Criticaba su pequeñez, no su grandeza de filósofo, al autor de portentosas obras: El ser y la nada -filosofía-, La náusea -novela-…
Comparto, como testimonio personal, las críticas de Kundera a Sartre. No entendía su silencio de gran humanista cuando la Unión Soviética invadió su Praga amada. Lo veía como un monje medieval, un sumiso del poder.
Comparto también la experiencia de Jean-Louis, compañero de La Sorbona, presente en mayo del 68. Tan pronto Sartre asomó a las barricadas del Barrio Latino, los estudiantes al unísono le gritaban: “imbécile”, “imbécile”, “imbécile”. Nunca le perdonaron su absurda sumisión al poder de la Unión Soviética. Aquellos estudiantes soñaban lo imposible.
Soñó en grande García Márquez su Cien años de Soledad, pero la adhesión a Fidel Castro lo convirtió en presa de la feligresía política. Aleluyas en las izquierdas, maldiciones en las derechas. Enceguecidos por las ideologías, perdían la sabiduría del texto literario. El peor exabrupto, María Fernanda Cabal, solo le deseó el infierno en la hora de su deceso.
Mayor cuando el escritor sueña, vuela en libertad, produce obras asombrosas. Menor cuando razona, se torna presa fácil de proyectos políticos o religiosos. Lo advirtió Hölderlin desde perspectiva romántica: «El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona”. Cuando sueña sus propios sueños, agrego yo, no el sueño oficial de cada sistema.