
Un escritor y visionario del periodismo literario. Sus amigos le dicen: “Animo viejo Pinky, lo necesitamos para entender mejor esta vaina que se llama supervivencia”.
Por Chachareros/William Ahumada Maury

Sigifredo Eusse Marino es para las letras de nuestra cotidianidad lo que es Teo para el futbol.
Tiene en sus creaciones más sentidas la exquisitez que esgrime Teo cuando pone su prodigiosa zurda al servicio del arte, y se decide jugar al futbol. Sigifredo es dueño de una visión que lo hace jugar como diez cuando se trata de retratar las vivencias del Caribe. Elige los temas con la meticulosidad de un seminarista y escribe en una dimensión ajena para nosotros, sus admiradores.
Siempre juega -con clase admirable- en los terrenos de una realidad fantasiosa. Lo vi convertir una de esas crueles realidades de Barranquilla -el descubrimiento de un matadero clandestino de caballos en Rebolo- en una magistral crónica periodística.
Soledad Leal Pacheco -nuestra jefe de redacción entonces- me comisionó para hacer el cubrimiento de esa noticia para Diario del Caribe. Desde luego, subí a la camioneta con la intención de hallar un ángulo propicio para redactar una crónica de ese tema.
“Hey Willy, dame un chance que quiero ver cómo es esa vaina de los mataderos clandestinos. Y de cómo nos hacen comer carne de caballos. ¡Pobres animalitos, cuadro!”, me dijo con la compostura de siempre, en sus escasos 1.69 de estatura.
No me extrañó verlo pedir esta palomilla periodística. El Pinky, como se le conoce en el argot periodístico porque es un ‘apodo’ que él lleva en la punta de la lengua para saludar de esa manera a sus amigos y colegas. Siempre ha sido un radar rebuscando temas desde la diciente elocuencia de su timidez. Siempre hablaron más los escandalosos tonos de sus coloridas camisas, que él mismo. Se mantiene oculto permanentemente tras los vidrios lustrosos de sus gafas oscuras. Muchas damitas de la redacción admiraron siempre su compostura de seminarista, su ropa encajada, medias de tonalidad ocre y pantalones con dobladillos por fuera y zapatos de cuero. Camina como habla, con ritmo pausado.
El rey de la bacanidad
El Pinky habla corto, pero con un lenguaje de bacán, tan especial que te hace sentir su llave al primer saludo. Participa en todos los eventos de sus amigos, pero es difícil hallarlo en las fotografías. Siempre se ubica detrás de todos, escondido tras la gente que posa sonriente. Esas fotos muestras escasamente su rostro sonriente.
-Pilas Rafaelito que vamos a meternos hasta el patio. ¡No te vas a arrugar mi brother! – advirtió al fotógrafo Rafael Páez Amaris (Q.E.P.D.), quien regodeaba su voluminoso cuerpo en la silla del copiloto de la camioneta.
Al llegar al sitio de los hechos Sigifredo se nos perdió

Hicimos el recorrido por la casa-matadero, habló el oficial de Policía a cargo y -más tarde- abordamos la camioneta preguntando por el paradero de nuestro querido Pinky. Mientras escaneábamos con nuestra mirada los alrededores, Rafita lo descubrió alimentando con un puñado de hierva a “Alambrito” un esquelético caballo de tiro criollo, que escapó milagrosamente a la crueldad del hacha esa mañana de octubre. “Alambrito”, explotado por años arrastrando una carreta llena de verduras por toda la ciudad, había sido vendido por su amo a los dueños del matadero, negándole el derecho a un retiro digno de su sufrida vida. La bestia tenía el lomo lleno de llagas, las ancas huesudas, los ojos profundos y comía con desgano de la mano de Sigifredo. Tuvimos que convencer al periodista para que nos acompañara de regreso al periódico.
Por la tarde, Sigifredo se acercó a mi escritorio, y con humildad franciscana leyó la cuartilla y media que había escrito. Era un homenaje a la vida que tituló: “Alambrito” un sobreviviente del hambre y la muerte en Rebolo”.
Allí mostró la crueldad de esa realidad desde el punto de vista que todos observaron, pero nadie vio. Visionó un paralelo entre la vida miserable del caballo y el viacrucis permanente de la gente pobre de Rebolo.
Años después Sigifredo terminó abandonando la reportaría clásica y se sumergió de lleno en las aguas profundas de la literatura. Allí siguió jugando como el crac que es. Pero, quienes admiramos su talento, lo seguimos a distancia.
Vivencias de un reportero
Fue compañero de estudios universitarios de una pléyade que se ha destacado en distintos medios de comunicación en esto últimos 40 años del periodismo barranquillero. Entre otros muchos, Mabel Morales, Yadira Ferrer, Erasmo Padilla, Emilia Choperena, Rafael Sarmiento Coley, Soledad Leal Pacheco, Gilberto Marenco, José Orellano Niebles.
“Pinky y yo fuimos buenos amigos desde cuando coincidimos como estudiantes de la desaparecida Universidad de Barranquilla, fundada por el sociólogo y escritor Abel Ávila Guzmán y Camilo Monroy Romero. En aquellos tiempos a todos nos gustaba el teatro de vanguardia. Recuerdo que fueron nuestros profesores de teatro Teobaldo Guillén, Guillermo Choperena, Nando Mendoza, entre otros y Guillermo Tedio. Logramos montar dos obras, ‘La ‘opera de los 3 centavos’ y ‘El Pozo’, ambas del dramaturgo alemán socialdemócrata Bertolt Brecht. En ‘El Pozo’ a Pincky le correspondió el papel estelar de un líder estudiantil revolucionario, y yo, era el teniente de la policía represiva. Hubo una escena en la cual dimos con el escondite del rebelde, y, como mi papel era reducir a la impotencia a punta de bolillo, se me fue la mano en uno de los golpes y él grito, “¡Eeeche, hijueputa me vas a matar de verdad!”.
Era muy de buenas con las compañeras de estudio y más tarde con las periodistas en las salas de redacción de Diario del Caribe y de El Heraldo. Fue novio de más de una docena de colegas, entre ellas la recientemente fallecida Lola Salcedo Castañeda.
Lo malo era que Sigifredo en todo pensaba, menos en organizarse con una mujer, y mucho menos en calidad de esposo oficial. Porque su vida era la farándula y la bohemia. Era el primero que, como el buy, mayor halaba a la patota para ir a tomar cerveza y aguardiente en cualquier casa de citas. En una ocasión, ya entrada la madrugada, todos los de la barra empezaron a salir para sus casas. Y se quedaron, de perniciosos, Eusse y el difunto Eduardo Barrios Sarmiento. Cuando ya despuntaba la aurora, Sigifredo le dijo a Eduardo que “la noche ha terminado; vámonos”. A la vuelta del estadero quedaban varias funerarias que, en aquellas épocas, funcionaban día y noche. Por lo general dejaban en la puerta sus mejores ataúdes, madera lacrada, ventana de vidrio, forrados por dentro con finas telas encima de material espumoso. Al llegar frente a uno de los féretros abiertos, Eduardo Barrios se acostó, y exclamó: “¡Estoy muerto, ya me fui de esta puta vida, chao Pincky, nos vemos en el infierno”! Sigidredo recuerda que, por más que lo intentó, no logró hacer despertar a Eduardo. De tal manera que, aburrido y con sueño, borrachera y cansancio, lo dejó ahí, con la desagradable sorpresa conocida en las primeras emisiones de los radioperiódicos, que al periodista Eduardo Barrios casi lo sepultan, y despertó cuando sintió que caían sobre la caja mortuoria las primeras paladas de tierra.
En otra ocasión Sigifredo, con casi media redacción de Diario del Caribe, se tomaron el grill ‘Las Caleñas’. Tomaron licor y cerveza hasta cuando todos terminaron borrachos. Pidieron la cuenta. Eran $60 mil de aquella época. Un cojonal de plata para unos periodistas que ganaban sueldos de “obreros literarios”. Entonces a Eusse se le ocurrió la idea de dejar ‘empeñado’ al entonces ‘pichón’ de periodista Ramiro Díaz, mientras los demás salían a esperar que abrieran las casas de empeño para dejar cuanta prenda de valor tuvieran, hasta una cámara y dos grabadoras. Solo hasta el medio día pudieron reunir la plata, cuando ya Ramiro empezaba a llorar porque la dueña del establecimiento le decía que, si intentaba irse antes de que vinieran sus compañeros con la plata, le daba un tiro en un pie. Y blandía un viejo revolver en las narices de Ramirito, ya moquientas de tanto llorar.
Una de las mayores virtudes de Sigifredo Eusse Marino era la de ponerle títulos jocosos a sus crónicas. En una ocasión, estando ya en El Heraldo, Juan Gossaín -entonces editor general- lo envió a cubrir un asalto a un selladero de las carreras de caballo de aquellos años, un juego de apuestas al caballo ganador, denominado ‘El 5 y 6’. Eusse fue. Indagó todo, y redactó su crónica con el siguiente título: “En un 2 X 3, cuatro asaltaron el 5 y 6”. Titular que ha pasado a la historia del periodismo nacional, citado como ejemplo en talleres y seminarios.
Hoy, Sigifredo juega en una cancha cruel y desconocida de la supervivencia, frente al enemigo cruel, implacable, invisible.
¡Pinky, ánimos mi llave! Espero leer otra cuartilla y media de este partido que juegas en el partido de la vida. Dios tiene para usted muchos años más en este juego de la vida. Necesitamos tu talento, para entender mejor esta vaina…