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“Si no dejamos de afectar al suelo, tarde o temprano no habrá comida para llevar a la mesa”: IGAC

A propósito del “Día de la conservación del suelo”, el Director General del Instituto Geográfico Agustín Codazzi (IGAC), Juan Antonio Nieto Escalante, aseguró que para garantizar la seguridad alimentaria y proteger los suelos, se debe ir más allá de aplicar unas simples prácticas de manejo.

 “Es necesario erradicar la dispersión normativa sobre suelos, incluir obligatoriamente este recurso dentro de los instrumentos de ordenamiento territorial, tener una coordinación interinstitucional entre las entidades encargadas de su análisis y vincular a la academia, gremios y usuarios del suelo en la toma de decisiones”.

A pesar de que el suelo es el principal responsable de que los casi 9.000 millones de personas que habitan este planeta tengan qué comer, esto no ha evitado su degradación y pérdida; su uso inadecuado ha llegado a tal nivel que ya es catalogado por varios como un recurso natural en peligro de extinción.

Según la Organización de las Naciones Unidades para la Alimentación y la Agricultura (FAO), de poco ha servido que el 95% de los alimentos del planeta sea producido directa o indirectamente por el suelo, o que sea el hogar de la cuarta parte de la biodiversidad mundial.

La realidad de los suelos es otra y poco a poco se ha tornado cada vez más oscura. Por factores como la erosión, la contaminación química, la compactación y la salinización, que están asociados a la mano del hombre, el 33% del suelo mundial ya está degradado. El uso excesivo del suelo por la actividad ganadera, que abarca el 26% de la superficie terrestre, es uno de los grandes responsables del desangre de los suelos.

Los bosques, que en sí son la cobija que protege a los suelos, tampoco se salvan de la maquinaria antrópica. La FAO informó que esta cobertura verde ocupa un tercio del plantea y que proporciona sustento a más de mil millones de personas. Sin embargo, cada año se pierden cerca de 5,2 millones de hectáreas de bosque, es decir que cada segundo desaparece un ecosistema boscoso del tamaño de una cancha de fútbol.

A nivel nacional el panorama también tiene un tufo algo pesimista. Cifras del Instituto Geográfico Agustín Codazzi revelan que cerca del 28,7% de Colombia alberga suelos con conflictos de uso, de los cuales el 15,6% padece por el uso excesivo y sin control de la ganadería y la agricultura. El 13,9% restante son terrenos que a pesar de contar con capacidad productiva, ésta es desaprovechada y desperdiciada.

Entre tanto, el 40% del territorio nacional ya sufre de algún grado de erosión por la intervención del hombre o de la misma naturaleza, siendo las regiones Andina y Caribe las más afectadas por erosión alta o muy alta. En cuanto a la pérdida de bosques colombianos, el IDEAM y el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible aseguraron que en 2014 la tasa de deforestación fue del 16%, año en el que se perdieron aproximadamente 140 mil hectáreas de coberturas boscosas.

Juan Antonio Nieto Escalante, Director General del IGAC, advirtió que ya es hora de dejar de ignorar a este recurso natural, el cual ya está dando señales de alerta. “Como no lo vemos, el suelo siempre ha sido relegado a un tercer plano y se ha ignorado una de sus grandes funciones: garantizar el alimento. Si no ponemos freno de mano a las actividades agropecuarias insostenibles, a la maquinaria minera destructora y a la tala indiscriminada de bosques, y ponemos en marcha una política que lo haga visible, tarde o temprano no tendremos alimentos que llevar a la mesa”.

“Se necesitan aproximadamente mil años para formar solo un centímetro de suelo, cifra que dimensiona que su recuperación no se da en un abrir y cerrar de ojos. Otros recursos como el agua, la flora y la fauna cuentan con una mayor visibilidad, campañas para su protección y hasta hacen parte de la educación ambiental; lo mismo tiene que pasar con el suelo”.

Más allá de las prácticas de manejo

Nieto Escalante informó que para salvaguardar a este recurso no es suficiente solo con la aplicación de prácticas de manejo que eviten que la ganadería o la agricultura continúen con su degradación.

Según el Director del IGAC, todos los países deben empezar a trabajar en cuatro aspectos claves, relacionados con la unificación normativa, la articulación interinstitucional, el ordenamiento territorial y la vinculación activa de la academia, gremios y usuarios directos del suelo.

“Ya hemos identificado varias prácticas para la conservación de los suelos desde el punto de vista agrícola y agronómico. Sin embargo, de nada sirve su aplicación si antes no empezamos a erradicar la dispersión normativa que tenemos sobre el suelo, una gran limitante que genera que seamos muchos los actores que tratamos de salvaguardar al recurso, pero a su vez ninguno concretando acciones frente al control, al seguimiento y a las acciones policivas”.

Para Nieto, vivo ejemplo de ello son las grandes urbes, donde se endurece el suelo para impulsar el crecimiento urbano, irrespetando las restricciones que el marco legal colombiano ha fijado para que los suelos rurales sean incorporados al área urbana. “Para dar solución a esta dispersión, 23 países de América Latina y el Caribe que hacemos parte de la Alianza Mundial por el Suelo, ya empezamos a realizar una revisión general para la unificación normativa y a trazar una hoja de ruta para el manejo sostenible del recurso en nuestra región”.

Como segunda medida, el directivo recalcó que es necesaria una organización y coordinación interinstitucional que prevalezca, y que permita orientar a los tomadores de decisiones. “El Secretario General de la Alianza por el Suelo aseguró que Colombia es un territorio privilegiado por contar con una entidad como el IGAC, que se encargue de estudiar, analizar y custodiar los datos sobre los suelos del país, algo que muy pocos países tienen. Sin embargo, no hemos sido ajenos a rifirrafes con otras instituciones por la información sobre el suelo, su manejo, la participación y el rol de cada entidad”.

Las otras dos acciones planteadas por el alto funcionario son la vinculación de la academia en la investigación frente a la conservación y la inclusión obligatoria del componente suelo en los diferentes instrumentos de ordenamiento territorial.

“Todo los esfuerzos quedarían en vano si el ordenamiento territorial colombiano sigue desconociendo la importancia estratégica y vital del suelo. En Colombia, los planes de ordenamiento territorial han sido deficientes en este aspecto, al no incluir la vocación y limitantes de las tierras, como lo podemos ver en continuo proceso de urbanización y endurecimiento de los mejores suelos del país, los de la Sabana de Bogotá. A esto se suma la desarticulación de las entidades encargadas del manejo y estudio de este recurso, y el cumplimiento casi nulo de la normatividad”.

Finalmente, Nieto Escalante recalcó que con el apoyo de la FAO, Colombia está abriendo su visión sobre las potencialidades del suelo. “Somos un territorio privilegiado, donde tienen cabida el desarrollo agrícola, ganadero, forestal y ambiental. La clave está en saber exactamente que cada una de estas actividades productivas tiene sus umbrales límites, y sobre eso establecer claramente hasta dónde puede soportar el suelo según su vocación”.

Prácticas propuestas por el IGAC

El 7 de julio de 1960 falleció Hugh Hammond Bennett, científico norteamericano que creó el movimiento de conservación de los suelos en los Estados Unidos, y que es considerado como el padre de la conservación de este recurso natural.

Por esta razón fue escogida esta fecha para conmemorar el Día Mundial de la conservación del suelo, como un llamado de atención para frenar el uso inadecuado y excesivo.

El IGAC, como autoridad agrológica del país, elaboró una serie de prácticas que permiten que las actividades agrícolas y pecuarias continúen degradando los suelos.

Controlar la erosión: incrementar los sistemas forestales, agrosilvícolas y silvopastoriles; proteger el suelo con cobertura vegetal y residuos de cultivos; controlar la escorrentía con zanjas de ladera; evitar la labranza en el sentido de la pendiente; y no compactar el suelo.

Aumentar la calidad: realizar cultivos de cobertura, sistemas agrosilvopastoriles, reforestación, recuperación de pastizales degradados; incrementar el contenido de materia orgánica; evitar la quema de bosques, pastizales y residuos de cultivos; disminuir la descomposición de los materiales orgánicos de la labranza.

Una buena labranza: el sistema de labranza y el tiempo de uso de la maquinaria deben hacerse en función del suelo; poner atención al contenido de humedad; evitar las prácticas excesivas de laboreo y preparación de tierras; evitar remover el suelo durante el cultivo; prevenir la compactación; minimizar el uso del rotovator; y hacer uso de la labranza mínima y siembra directa.

Fertilidad química sostenible: conocer la dinámica y las propiedades de los suelos; que los fertilizantes y enmiendas sean parte del plan de manejo integral; hacer uso de los estudios de suelo para el uso de fertilizantes; el tiempo de aplicación debe ser definido con el agricultor; hacer uso de prácticas de manejo que incluyan rotaciones, abonos verdes y residuos de cosecha; y constituir sistemas agrosilvopastoriles y silvopastoriles.

Adiós a la contaminación: mantener la materia orgánica, encargada de controlar los contaminantes; aplicar fertilizantes de acuerdo con los análisis químicos; evitar excesos de fertilizantes; para el uso de pesticidas se debe aplicar el nivel más bajo posible, contar con manejo integrado de plagas, rotar cultivos y utilizar cultivos resistentes a plagas; tener en cuenta la profundidad a la cual se encuentra el nivel freático; y que la permeabilidad permita una rápida absorción de efluentes que evite la afectación de las aguas subterráneas.

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