Una aproximación personal al panorama de las elecciones que definirán el próximo presidente de Colombia. Una dura contienda, en un país dividido entre quienes respaldan los acuerdos de Paz y los opositores al mismo, liderados por el expresidente Álvaro Uribe.
Por Orlando Molina Estrada
La última gran tensión política que vivió el país fue la impuesta por el Plebiscito de la Paz, el pasado 2 de octubre de 2016. Para la fecha, aparte de definir el futuro de los acuerdos, la contienda medía la aceptación política con que contaba el actual gobierno para consolidar candidato a las presidenciales del próximo 27 de mayo. Hace dos años, por encima de todo pronóstico, Humberto De la Calle fungía como el único heredero de los frutos de unas negociaciones que vivieron buenos tiempos hasta el plebiscito, pero de poca simpatía para un país dividido, que tiene de un lado a quienes respaldan el proceso de paz y en el otro al uribismo. Pero electoralmente hablando, los saldos no fueron los mejores y por 50 mil votos se impuso el No en las urnas.
Esa fue la primera victoria para Uribe que, en medio de la polémica y el rechazo “unánime en las redes sociales”, seguía ratificándose como la primera fuerza opositora del gobierno, adicionando que era también un triunfo sobre el establecimiento, la ONU, la Unesco, el Departamento de Estado de Estados Unidos, la Unión Europea, el Vaticano… en fin, un evento sin precedentes que la oficialidad, la opinión pública y medio país desconoció. Y creo que es esta la razón por la que el uribismo se sigue imponiendo, porque no se juzga en las consecuencias concretas de la obtención de sus triunfos.
Lo que pasó hace dos años debió quedar en el olvido. A pesar de que para algunos el ganador fue Santos con el Nobel de paz incluido, y De la Calle restituido por lo acontecido finalmente con el acuerdo en el Teatro Colón de Bogotá el 24 de noviembre de 2016. Pero los hechos dicen otra cosa y el pasado 11 de marzo quedó demostrado que el santismo, lejos de consolidarse por ser el partido que le dio la tan anhelada paz a Colombia, bajó sus escaños en el congreso. Esta lógica electoral en realidad no es ajena a lo que se venía venir. Este castigo a Santos no es por haber firmado la paz, sino en las condiciones que lo hizo. Sobretodo desconociendo los resultados del No, que automáticamente invalidaban lo hasta ese momento logrado en la mesa de La Habana. Mientras tanto, Uribe representó ese otro país inconforme que sigue viendo los acuerdos como una impunidad legalizada. Lejos de pensar que si es mejor la paz que la guerra, lo cierto es que hay un país que no piensa igual, satanizado y desconocido como fuerza de peso electoral en las urnas, porque la verdad es que no se ha pensado en esta masa electoral desde una estrategia coherente y más aún concreta. Esta misma lógica electoral se ha hecho extensiva hasta nuestros días y tiene al santismo con Nobel y acuerdos incluidos sin candidato propio. Para colmo adicional, inquieta que sea Petro y no De la Calle el que abanderaba la intención de voto hasta ahora en las encuestas.
La radiografía actual del mapa electoral
Hasta hace poco, según sondeos, Petro aventajaba en una distancia considerable al resto de candidatos que aspiran a la presidencia. Pero en la medida que la carrera por el tan anhelado cargo avanzaba, Duque también fue marcando distancia hasta alcanzar a Petro y anticipar así técnicamente una segunda vuelta. Pero tal hipótesis quedó suspendida por los resultados no solo de la consulta bipartidista sino por el gran número de escaños logrados por el Centro democrático en las legislativas el pasado 11 de marzo. Ese certamen anticipó muchas conclusiones. La primera es que hay un país de la mano de Uribe y Vargas Lleras que se impone como las primeras potencias decisivas en el congreso. La segunda es que en una utópica segunda vuelta esta sería una alianza segura, que de acuerdo a las estadísticas se impondría por encima de cualquier otra estratagema de la oposición. Esto sin contar que La U, más por estrategia que por principio (inconcebible que apoyasen a Petro) se iría irremediablemente al árbol que le dé más sombra y no hay la necesidad de decir su nombre.
Pero no hay que gastar mayores esfuerzos en vaticinar lo que será de los partidos hegemónicos en la consulta electoral del 27 de mayo. No se necesita conocer mucho a Colombia para entender que la oposición no la tendrá fácil, y no hablo de fraudes o manipulación mediática como la vieja costumbre de desacreditar los triunfos electorales de los partidos hegemónicos, me refiero a la clase de país que somos. El que sea Petro por encima de De La Calle el abanderado en las encuestas se explica perfectamente cuando vemos que es el Uribismo y sus tradiciones afines (que incluyen a Cambio radical) el que prefieren los electores y no al candidato que representa todo lo contrario. Es una lógica que se explica por sí sola. De la Calle también hace parte de las tradiciones. Prefieren a Duque por encima de Petro, otra lógica también deducible, pues prefieren al Uribismo dentro de las tantas aparentes tradiciones que gobiernan este país. Y esto último no debe desconocerse.
Hay otro punto importante que es la polarización y quien mejor lo ha definido es Claudia López, aunque no creo que haya sido ni la indicada, ni la mejor forma de controvertir en el debate político cuando es el Uribismo quien arrasa en votos. Hasta hace poco éramos la nación ultraderechista, donde la única manera de granjearse los sufragios era a través de la consigna liberal y conservadora, y que en razón a ella se le legó al país dos guerras civiles en el pasado siglo XX. De dos décadas para acá la tierra de Colón se ha teñido de otros tonos, con la misma tinta política es cierto, pero con un ingrediente nuevo que es el que imprime el acuerdo con la guerrilla. Quiere decir esto que la carga se equilibra, el país paramilitar que gobierna con masacres e impunidad tiene a su dialéctico contendor en la balanza opuesta, con los mismos crímenes y la misma impunidad; y no es únicamente un candidato, sino medio país que ha despecho y por principio de contrariar a las tradiciones hegemónicas se ha declarado simpatizante de las desmovilizadas y activas guerrillas. Y esto no es bueno, cuando se sabe que el proyecto político de Colombia es la paz y la reconciliación, pero no la paz y la reconciliación como principio de contradicción y negación del otro. Mucha gente no se explica el que haya que perdonar a unos y condenar a otros. Pero se sabe que se perdona por estrategia. Creo que nadie discute que encima de todo lo que ha pasado, la firma de los acuerdos y la entrega de armas de las Farc haya sido una decisión conveniente, pero hay un país que no lo ve así; y si el principio de toda democracia es la posibilidad de mantener y valorar la diversidad de opiniones, esta forma de pensar no se debe apreciar como una simple continuidad de la guerra o producto de la ignorancia como se hace ligeramente. Aquí es donde entra en juego Álvaro Uribe. Querámoslo o no, hay un país que simpatiza con la guerrilla e ignora sus aberrantes crímenes, pero al mismo tiempo se indigna con las homólogas atrocidades que cometieron los paramilitares. A esto se llama polarización y en palabras de Claudia López, quien mejor la aprovecha es el uribismo.
Frente a la cuestión de los principios y los odios entre partidarios de la derecha y defensores de los acuerdos de la guerrillera solo se definen dos posiciones, quiénes están a favor y quiénes en contra de uno y otro bando. Difícilmente el país derechista verá en Petro una mejor opción, como tampoco verán en Duque los simpatizantes del cambio y la no continuidad de lo mismo una opción distinta. ¿Quién tiene la razón?, ¿quién se equivoca? Realmente poca importa. La gran verdad es que la balanza está inclinada hacia las ideológicas tradicionales y por mucha vibra que genere el petrismo, si en las urnas no se traduce en votos quedará como un mero triunfalismo, ya vivido con Mockus, que se adjudica claramente a la pauta envolvente de las redes sociales.
Con todo esto, nadie se pregunta en sentido realista qué debiera hacer Petro para triunfar en las urnas. Con el carisma caudillista en las plazas públicas, los sólidos argumentos fundados en la verdad y la arrolladora fuerza de los universitarios y gente ilustrada no es suficiente para derrotar a más de dos siglos de hegemonía. Se necesita de una buena estrategia para sumar votos, pues el 11 de marzo quedó demostrado que hay mucha tela por cortar. Demasiada. No hay una razón de peso en estos momentos por parte de la campaña de ningún candidato diferente a Duque o Vargas Lleras que no apele al discurso de la corrupción, el paramilitarismo y “lo mismo de siempre”, argumentos que de seguro en algún país coherente del mundo influirían radicalmente en el electorado, pero se nos olvida a veces que estamos en Colombia. En cambio vemos que el castrochavismo es la cuota exclusiva con que hace campaña el uribismo y sin importar que sea una falacia, esta palabra ideada por Uribe sí influye notablemente en la campaña de Duque y con menos incidencia en Vargas Lleras. Pero qué ha hecho el petrismo sino burlarse y tratar de «ignorantes urebestias» a los que ganan adeptos con este neologismo, y con ello no hacen más que desacreditar con insultos lo que en las urnas generan buenos saldos en votos.
Y este sí que es un punto neurálgico. A mucha gente le da miedo Venezuela, sobre todo porque en un tiempo se quiso ser como ella, cuando era próspera y subsidiaba mercados, electrodomésticos, intervenciones militares e ideas expansionistas de socialismo a todas las Américas. Duque, Vargas Lleras, Marta Lucía Ramírez y Alejandro Ordoñez no dieron un argumento distinto al socialismo como fracaso y eso ha significado muchos votos. Pero Petro por ejemplo, ha sido tímido frente al tema. Y lo que podríamos llamar la izquierda en Colombia ha sido muda frente a los abusos de poder del vecino país, algo que en las urnas está pesando. De manera cómoda culpan a los principales medios privados de comunicación, desconociendo que en las redes sociales como Facebook y Twitter son sus simpatizantes quienes mandan la parada
A Petro le urge una estrategia concreta para sumar votos. Frente a la entrevista que le hizo Jorge Ramos para el Noticiero Univision frente a la pregunta que si Chávez y Maduro son dictadores se hace el de la vista gorda, elude, no da una respuesta concreta, muy a pesar que le reiteran de manera enfática el cuestionamiento. Deja mucho que pensar esta actuación, si se tiene en cuenta que es transmitida en una programación internacional dirigida a 16 países y frente a un periodista que ha hecho gala de su rol poniendo en aprietos al mismísimo Uribe.
Otro aspecto a tener en cuenta, es que los votos de Duque, aunque productos del clientelismo y las estrafalarias chequeras con que compran conciencias siguen siendo votos por muchas connotaciones morales y negativas que se les pretenda atribuir. Además, muy a pesar de la manipulación propagandística, neologismos antisocialistas y populismos de derecha hay un país que es así, país del cual Uribe se alimenta a tal punto de representarlo. Que no se les olvide que fue el ganador de plebiscito, sometiéndose en campaña a la burla y al señalamiento social, y que encima de eso le ganó a todas las maquinarias del mundo. Entonces, ¿Por qué habría que desacreditarlo?
Al parecer, si Petro aspira a ganar la presidencia tendrá que buscar una estrategia que le permita sumar votos adicionales a los que ya tiene y no mostrarse inseguro frente al tema con que más se le relaciona para desprestigiarlo y restarle credibilidad como candidato. Los votos producto de la indignación que genera el tema de Venezuela para los uribistas, también podrían ser suyos si define un concepto claro y explícito de los vejámenes que a nombre de socialismo cometen aún el chavismo de Maduro. Y de paso, matando dos pájaros de un solo tiro despeja la sospecha castrochavista que tanto le resta aptitudes en las urnas.