Por: Edwin Romero @aprendizajeirresistible
Todos alguna vez en la vida hemos asistido a formaciones, a capacitaciones en donde hemos repetido continuamente oraciones o mantras para que el capacitador acabe rápido o se desmaye. O, en su defecto, hemos ingerido litros de café para activarnos o aprendido técnicas para dormir con los ojos abiertos y «no dar boleta» con el resto de asistentes evitando cabecearnos de lado a lado por estar a merced de Morfeo.
Sin dejar la táctica más usada a nivel mundial: Adentrarse al universo de nuestras redes sociales desde nuestro celular como antídoto infalible a la posible muerte de aburrimiento producto del centenar de diapositivas que tendremos que “soportar”, para al finalizar la sesión celebrar con ahínco por haber salido vivos de semejante tortura china.
La realidad es que en pleno siglo XXI muchos educadores y capacitadores continúan usando como metodología de enseñanza las clases magistrales, aquellas en donde en más de un 80% la comunicación es unidireccional, el profesor habla y el alumno escucha todo el tiempo, hasta que alguien “si contamos con suerte” actúa valientemente e interviene para solicitar aclaración o dar un aporte, justo ahí es cuando la mayoría nos despertamos, validamos qué tan interesante es el aporte y, si no le encontramos valor, retornamos a dejar escapar nuestra alma de ese lugar.
Basado en la observación y en la experiencia acumulada en estos diez años de facilitación de cientos de capacitaciones en pequeñas, medianas y grandes empresas en Colombia y a nivel latinoamericano, noté que para resolver esa inquietud e impulsar que las personas que asistan a las formaciones o capacitaciones participen de la manera más activa posible, evitando así que se duerman, el diseño de la experiencia y los retos planteados deben alinearse con la siguiente premisa: aprendemos desde la necesidad de resolver un problema que esté relacionado con nuestra realidad.
El contenido de la formación, las metodologías activas a usar y las técnicas de facilitación deben estar dirigidas a brindarnos información relevante o técnicas de cómo resolver el problema que nos acoge, lo que generará un gran interés a estar alerta y a aprender con una altísima motivación de aplicar lo aprendido.
Al aprendizaje podemos definirlo como el proceso mediante el cual adquirimos nuevas habilidades, conocimientos, conductas, instalamos y reforzamos los valores, como resultado del análisis, de la observación y de la experiencia, por lo que conocer cómo aprendemos es de vital importancia. Nos ilustra a los facilitadores sobre qué metodología activa usar en cada caso, para equipar de manera efectiva a niños, jóvenes y adultos con los conocimientos y habilidades necesarias en el saber y saber hacer para de manera posterior lo apliquen en la práctica lo aprendido.
El maestro, Edgar Dale, investigando las mejores y peores maneras de aprendizaje, presentó en 1969: The Cone of Learning (El Cono del Aprendizaje) en el que se concluye que luego de 2 semanas tendemos a recordar…
el 90% de lo que decimos y hacemos
el 70% de lo que hacemos
el 50% de lo que escuchamos y vemos,
el 30% de lo que vemos,
el 20% de lo que escuchamos,
y solo el 10% de lo que leemos.
Por su parte el NTL (National Training Laboratories) presentó The Learning Pyramid (Pirámide del Aprendizaje) basada en las investigaciones de casi dos décadas del investigador Cody Blair, en la que se concluye que aprendemos:
el 5% de lo que escuchamos,
el 10% de lo que leemos,
el 20% de lo que escuchamos y vemos,
el 50% cuando argumentamos en grupos de discusión guiados,
el 75% cuando hacemos las cosas,
y el 80% cuando lo enseñamos y facilitamos a otros.
Y que la retención del conocimiento, pasadas 24 horas, dependería de si el aprendizaje fue activo, es decir, si a través de la experimentación cada individuo generó anclas visuales, auditivas, olfativas o quinestésicas, que le permitan traer al presente experiencias de aprendizaje significativo vividas en el pasado.
Con base en lo anterior, se requiere un cambio de paradigma en los modelos de formación, ya que es imperativo que estos se enfoquen:
- Del almacenamiento momentáneo de información al aprendizaje en el tiempo.
- De la instrucción, a la construcción y el descubrimiento, al auto-aprendizaje.
- De la educación o formación centrada en el facilitador a la educación centrada en el alumno o participante y su problema a resolver.
- Del aprendizaje como “tortura” al aprendizaje como diversión.
- De la transmisión de conocimiento a la facilitación de la experimentación y del aprendizaje.
- Aprendemos por las consecuencias que se derivan de nuestra conducta. Esto nos lleva a aprender por descubrimiento, es decir, por ensayo y error, siendo este último un insumo valioso en el proceso de aprendizaje. Cuando nos enfrentamos a un problema nuevo, empezamos a probar conductas de tal manera que aquellas que nos permiten solucionar el problema las incorporamos en nuestro repertorio conductual para usarlas en el futuro, mientras que aquellas que no nos sirven para solucionar el problema las descartamos. El error se convierte en un insumo valioso en el proceso de solución.
- Aprendemos por imitación.Observamos todo el tiempo cómo se comportan las personas y cómo consiguen lo que desean, luego analizamos internamente sus actuaciones, nuestros juicios de valor nos conllevan a aprobar cierto tipo de conductas en otros y nos lanzamos a imitar esos comportamientos para conseguir los mismos resultados.
- Aprendemos siguiendo instrucciones.