Cada vez constatamos, más y más, que no siempre en la vida se crece, se avanza y se gana.
Por: Padre Rafael Castillo Torres
Hay muchos momentos, en la vida personal de cada uno de nosotros, en que experimentamos una crisis sicológica, una enfermedad física o el oscurecimiento de la luz.
Cuando esto sucede, entonces se rompe algo muy grande en lo más íntimo de nosotros. Es aquí cuando experimentamos la vida como una pérdida, como un límite o una disminución. Nuestras seguridades se van al piso. La alegría del corazón desaparece y ya no somos los de antes. De aquí nace nuestra rebelión y empezamos a vivir todo como algo negativo que poco a poco irá dañando nuestro ser.
Pero estas situaciones, que no nos son ajenas, las podemos también vivir de una manera diferente. Podemos asumirlas como un desprendimiento o una pérdida que nos ayudará a asentar nuestra vida sobre bases más firmes. Me llama mucho la atención la metáfora de Jesús en el Evangelio de San Juan, cap. 15, 1-2: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Toda rama que no da fruto, la corta; y toda rama que da fruto, la limpia para que dé más fruto”.
Si somos capaces de hacer un itinerario humilde y confiado, “perder”, es decir la poda, nos puede conducir a “ganar”, en este caso, fructificar. Pero antes hay que aceptar nuestra propia situación. No sigamos negando lo que nos está pasando. No sigamos disimulando ante nosotros mismos ni ante los demás. Cada uno que reconozca su limitación y su fragilidad. Ese ser frágil, limitado, inseguro y poco acostumbrado al sufrimiento, también es cada uno de nosotros.
Asumir la crisis es volver a nuestras raíces y preguntarnos con sinceridad: ¿cuál es la verdad última que motiva e inspira mí vida?, ¿en qué se apoya realmente mi vida?
Hay una verdad rutinaria que es la del día a día. Pero hay otra, más honda y profunda, que sólo sale en momentos de crisis y debilidad.
Para quienes seguimos a Jesús, este proceso es experiencia salvadora. En él, Dios, está sanando nuestro ser. Y el mejor signo de su presencia salvadora es esa alegría interior que se despierta en nosotros.
Al respecto anota el Papa Francisco: “Si un día la tristeza te hace una invitación, dile que ya tú tienes un compromiso con la alegría, y que le serás fiel toda la vida”.
Tal vez estas experiencias, que nadie niega que son duras y difíciles, nos pueden ayudar a entender ese lenguaje difícil de Jesús que, en contra de toda lógica de apropiación y seguridad, propone la pérdida como camino hacia una vida más plena: “El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece en este mundo, se guarda para la vida eterna”.
Mantengamos la Esperanza. Todo es posible para quien tiene fe.