Por Jorge Mario Sarmiento Figueroa
Hace más de sesenta años, cuando el telégrafo era la máxima tecnología de telecomunicaciones en Colombia, Ángel Tapia estudió Dibujo Artístico por correspondencia.
Él vivía en una hacienda cercana al caserío de Mochila, al sur de Montería, en el corazón del Caribe colombiano.
A 7.328 kilómetros de distancia de allí, desde Buenos Aires, Argentina, le enviaban por correo los textos y guías de actividades para aprender las técnicas de dibujo. Cada paquete tardaba cuatro meses en llegarle.
Ángel Tapia no solo aprendió, sino que llegó a darse a conocer en el gremio de artistas en Barranquilla, que desde entonces ya era un epicentro cultural del país.
Guerreros intergalácticos
Esos pasos los vio desde niño su hijo mayor, Óscar Tapia, quien decidió seguir la senda de su padre.
Un cuaderno de colegio y decenas de dibujos sueltos, que Óscar todavía conserva siendo hoy en día un maestro de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad del Atlántico, muestran el talento precoz de ese niño que aprendió viendo el arte de su padre.
Todos esos dibujos eran los héroes animados de los años 80’s, especialmente los guerreros que cumplían misiones intergalácticas.
“Teníamos que esperar cada semana a que dieran un capítulo de nuestras series favoritas. Nos veíamos ansiosos y disfrutábamos de esas aventuras. Cuando el programa se terminaba, Óscar se sentaba de inmediato a dibujar a los personajes y creaba nuevas historias de misiones. Yo era muy feliz viéndolo crear”, relata su hermano menor, Miguel.
Artes vivas
Esta historia de honra a su padre, y del valor del arte en las ilustraciones que él mismo hacía de niño, Óscar la convirtió en una obra performática con la que se graduó como Maestro en Artes Vivas La presentó la noche del sábado 16 de marzo en la sala Luneta 50, en una sesión privada para un público que vio la obra y luego retroalimentó al artista.
La obra, concebida como una instalación, comienza con la proyección de una fotografía en el lado derecho de la pared de fondo del escenario. Es en blanco y negro, allí aparece un hombre caminando de frente por la calle de una ciudad, va flanqueado por otras personas, pero es claro que él es el personaje central de la imagen. Se nota que fue tomada hace muchos años, por la ropa que usa y por la textura de la luz.
Sobre esa imagen, el artista Óscar Tapia entra en escena, nos cuenta en muy pocas palabras quién es el de la foto, y la cubre con un papel periódico en blanco. Sobre el papel que es traslúcido y que deja ver de manera nítida la imagen debajo, Óscar empieza a dibujar con un marcador negro sobre el contorno de su padre. Lo hace con talento exquisito, cultivado desde niño y heredado de su progenitor.
Pocos trazos hacen falta para que nos percatemos que está delineando a un guerrero intergalático sobre la figura del hombre. El silencio es conmovedor, su arte lo dice todo: su verdadero héroe es su padre.
A la memoria de su ángel
Ángel Tapia falleció hace cuatro años. Esta obra performática es un homenaje póstumo a su memoria y es también un tributo a la consagración con la que desde niño Óscar se entregó al arte.
Si la imagen de su padre caminando por las calles de Barranquilla, convertido por su hijo en un guerrero de las galaxias, es conmovedora, ver luego a Óscar sentado en la mesa trazando sobre otro papel periódico un dibujo de sí mismo con un casco intergaláctico fabricado por él y por su hermano especialmente para la escena, crea un círculo virtuoso de amor, un cordón umbilical de luz y carboncillo.
Todo se potencia por el sonido amplificado del carboncillo rasgando el espacio vacío para que nazca el dibujo en el papel, mientras atrás, en la misma pared de fondo donde esta instalación comenzó, está de nuevo su padre, Ángel, en una fotografía de tiempos remotos, dibujando a un presidente de Estados Unidos que vino en aquella época a Colombia. Es un viaje en dos tiempos que se juntan en esa escena, con trazos de una misma felicidad.