Por: Randy Gómez Africano «El Gonzolombiano»
Primera parte de la serie Estudiantado After Hours: Reportajes en Gonzo sobre la rumba universitaria bogotana
Las previas (la que no fue y la que si)
Arge me abre la puerta y responde al boo sutil después de que preguntarse un ¿quién esta ahí? y esconderme dos segundos en el marco.
– ¡Me asústate!
-Jajaja, perdón. ¿Vas a ir al Gringo?
-Si, pero apenas me voy a arreglar-responde con su cara tierna tornándose risueña
-Entonces me voy contigo-respondo
-Dale
Con la confirmación mía de que voy, y la suya aprobando el transformarme en un chaperón, me dirijo a mi habitación a alistarme para este gran regreso a la faena de entre semana, en su cuarta edición dentro de mi estadía universitaria en la capital, a la que me introdujeron mis rommies el Gringo Tuesday.
Pero antes de seguir narrando, mientras escribo este reportaje responderé la pregunta, ¿Qué es el Gringo Tuesday? Este es un evento, aunque prefiero llamarle faena, en la que cada martes los universitarios extranjeros se unen a la costumbre bogotana de la rumba entre o posterior a las clases, con la intención de intercambiar lenguajes y hacer amigos de otros países en una discoteca del norte de la ciudad, zona donde residen muchos de estos en residencias elegantes.
Mientras camino hacia el ático, que digo, mi cuarto ubicado después del pasillo, me pregunto:
-A todas estas, ¿Dónde está el viejo Cyril?
-Debe estar “previando” con los belgas-me respondo al llegar a la puerta
Aquella conclusión, y el hecho de tener que llegar sobrio y con Arge a mi lado, fue el resultado de mis dudas sobre si ir, llevándome al punto que la decisión la hice hace veinte lejanos minutos.
Por eso, debido a que no le confirmé mi presencia, Cyril, el galo que me introdujo a ese evento, se fue desde temprano a la acostumbrada “previa”, también introducida por el, con siete diplomáticos de la embriaguez también europeos en un apartamento escondido en el centro de Bogotá.
Aquello hace que, mientras vienen a la memoria las encendidas y las ganas de “loquiar”, como dicen los del interior, piense frustrado un:
-Carajo, me perdí de las cartas con Michel y Alex
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En la primera ocasión:
Antes de cada evento, indirectamente siendo parte de la experiencia, los extranjeros se reúnen en sus residencias o apartamentos y, en una hora o dos, para prenderse tragan galones de alcohol, juegan con cartas en juegos propios del continente donde apuestan la sobriedad, y fuman cigarrillos hasta colmar los ceniceros mientras escuchan rock, techno o pop.
Cuando fui por primera vez con Cyril, arribé a aquel apartamento del centro y, después de saludar y presentarme cual nuevo estudiante en colegio con los amigos de él, dos de ellos, ya riendo y brincando en sus sillas todo el rato, me dijeron:
-¿Quieres Coke con esto?
-¿Conoces el juego?
En ese instante me mostraron una botella de Ron Viejo de Caldas junto a un vaso rojo de esos que usan en fiestas de películas sobre hermandades gringas, mientras que, al mismo tiempo, revelaron una hilera de cartas de póker, mientras Al me decía, en pocas palabras:
-Fácil, tienes que adivinar si es un número mayor o menor que el que dice el repartidor
-Si ganas, el repartidor se toma tres shots-dijo Michel
-Si pierdes, los tomas-agregó Alex
-¿Te le mides a esto?-preguntó Cyril
A los tres miré en silencio después de la explicación, haciendo con eso una escena de suspenso de tres segundos, y después, con una sonrisa, grité:
-¡Por supuesto!
Un vitoreo de todos dio inicio el juego, y con eso, la faena. Durante cada partida, la dinámica se repitió asi: El rubio repartidor ponia la fila de cartas y señalaba a cada uno, preguntándole:
-¿Es mayor o menor?
Con eso volaron en cuatro ocasiones, calculando lo que recuerdo de una ocasión en la que estaba borracho, un promedio de cuatro mayors , y tres minors, nunca pasando de cambiar esas cantidades hasta que, el repartidor me decía tu turno, yo le aumente una unidad más a cualquiera de las dos opciones.
Gracias a eso, dos veces hice que el rubio gritara un insulto en francés y tirara la carta tan duro como un pitcher con una pelota de beisbol, haciendo que los otros seis griten y, en medio de sus burlas, el rubio se empinara el vaso colmado de cola negra infestada de ron suave con olor a madera.
Pero justo antes de irnos al evento, como en la segunda partida la situación fue lo opuesto, pero ahí, en vez de solo alegrarse, el repartidor se paró y, haciendo la celebración de cristiano, gritó un “TAKE IT, mientras me miraba con cara de ahora te vas a fregar.
Mientras lo hacía, Alex, lamentando y riendose a la vez, agarro el vaso y me dijo un:
-Te toca tomarlo
Una pasada de un liquido con sabor excesivo a azúcar y perfume agrio se me fue por la lengua y la garganta con el paso de cinco segundos después de empinarme ese vaso, lo que en un instante me nubló la vista, me abulto la garganta de un litro de gargajos y me aligeró el cráneo. Al mismo tiempo que se me lleno el hombro del buso de ese olor a madera vieja o pintada con asnda. La borrachera, el objetivo de la previa, me había alcanzado, justo en el momento en que Gas, el austriaco, miró su iPhone y se limitó a decirnos:
Ya llego la van. Vámonos que se llena ese lugar.
La zona y las listas (breve relato del proceso para entrar)
Volviendo a la quinta ocasión:
Mientras vuelan los como te fue en las clases y los como hiciste ese trabajo para charlar con Arge, en un segundo se ilumina radicalmente el interior del Chevrolet Aveo, llenándose la carrocería interior, y nuestros ojos, de rayos y manchas neones dispersadas que vienen de las luces de edificios modernos cubiertos en vidrios y bloques gigantes con letreros coloridos.
Al mismo tiempo, aparece ante nuestra una avenida ancha de cuatro carriles grandes y aceras descubiertas que cubren las luces de alguno que otro bar o restaurante. Aquellas apariciones solo confirman que que hemos arribado a esa zona acaudalada de lujoso estilo de vida y estética que es la calle 85 de Bogotá.
Al instante el Aveo se orilla en una acera de medio metro de alto cubierta por un bar apagado y nos bajamos después de Arge pagar al conductor una cifra que la perturbó por pasar de los diez mil.
-Como pueden cobrar más de diez, si siempre suele costarme como 7-dice mientras caminamos por la acera
En eso aparecen una decena de carros de supermercado o cajones de madera cubiertos por cajetillas, botellas y paquetes de pasabocas, y rodeados por una o dos personas, mayormente una pareja de hombre y mujer que, apenas intentamos ingresar a la zona donde se da el evento, nos dan la bienvenida con sus:
-Agua, cerveza y gaseosa amigo, siga
-Night club, venga y vea sin compromiso, amigo
-Siga amiga y tómese algo
-Cigarrillos, cigarrillos
Perturbado y resignado a la vez por observar eso pienso un esto no es nada diferente a lo que veía en Quilla, y entro con Arge a la zona después de que una pareja de vigilantes nos requisa y la música a alto volumen de sus bares retumba en nuestros oídos y la superficie de la avenida.
La zona es una corta calle o camino rodeado por edificios oscuros de ladrillo o concreto en la que de un lado hay almacenes, cerrados por la hora, y del otro hay unos cinco bares, gastro-bares y discotecas pequeñas y casi escondidas que, mientras caminamos hacia al fondo, se interponen y ofrecen, con música que puede ir desde la popular (rancheras, corridos, banda, etc.) hasta electrónica de toda clase (trance, techno o house), que tanto Arge y yo como el resto de la gente, entremos y consumamos en vez de transitar, como lo estamos haciendo en nuestro caminar al bar donde se da el Gringo Tuesday.
La interacción y el parque (o como pegarse un viaje donde se busca plata y se encuentra visaje)
En unos pocos segundos Arge y yo estamos en la fila colmada por la luz del gran letrero neón del bar Vintrash y el resplandor de su colosal techo con forma de pirámide de vidrio. Ella esta metida en una exclusiva para estudiantes que están en listan V.I.P, mientras que yo, debido a que no me metí en una, aprovecho la poco común ausencia de una fila en la entrada normal y llego de primero buscando ingresar sin desembolsar.
Ahí, se aparece un hombre moreno de unos notorios cuarenta con corte militar, abdomen gordo que alcanza a abarcar el ancho de la fila y una camiseta gris que en su pecho dice: GRINGO TUESDAY.
Aquel era el vigilante de la fila publica, la de los que pagan, quien ya sabía que, a veces, yo intentaba entrar pagando por otros medios, al nunca traer efectivo por mi incapacidad de meterme en una lista para pasar gratis.
Estas, en su mayoría diseñadas por agencias y grupos de atención a extranjeros en universidades privadas de Bogotá, suelen ser exclusivas para los estudiantes de, siendo compartidas en links de grupos privados donde solo interactúan ellos, y solo pudiendo ser enviadas a estudiantes locales y habitantes de esta ciudad a través de un chat, y una relación, con alguno de sus miembros.
Al observarme con su cara aburrida después de intentar chocar los puños con él, me dice:
– ¿Con quién vino?
– Con la mona que esta en la fila exclusiva
– Ajá y ¿trajiste el billete? -pregunta
– ¿Cuánto es que es el cover?
– Veinte barritas papá-responde
– Déjeme y voy al cajero-digo
Oyendo esto, el vigilante me exhibe su cara ahora amargada, mientras que en el mismo segundo busco a Arge y, viéndola anunciarse al vigilante de los que pasan gratis, le grito un voy a sacar la plata para entrar, espérame,al que responde con un gesto, dándome la luz verde, originada por su gran indiferencia, para irme.
****
-Eh, Randy, ¿Quién crees que ganará la Champions League? -pregunta Titouan
-Yo digo que el Bayern Múnich- responde metiéndose un amigo bogotano suyo
-Ah, yo diría que el PSG se la gana y fácil-agrega Pier
-No sé, la veo complicada, pero igual y se la gana el PSG-digo después de esperar el turno
Había llegado de viajar como por tres cuadras largas, como suelen ser estas en Bogotá, hasta un BBVA único que, viendo la hora, era la promesa para poder sacar plata, que se rompió cuando a intentar abrir la puerta del cajero, esta estaba bloqueada.
Justo ahí, sin opciones y con la sensación de estar derrotado me fui de vuelta al bar, volviendo a comenzar el viaje por las tres cuadras largas hasta que, en un parque ubicado diagonal a la oficina, me encontré con Titouan, Pier y Paul, tres amís galos de Arge con los que, siendo realista, siempre nos hundimos en habladurías que son siempre aleatorias en cuanto tema y espacio, incluso si no estoy borracho.
Al verlos, como buenos galos se alegraron y gritaron al encontrarme, por lo que los saludé y, justo ahí, entre risotadas y abrazos nos pusimos a hablar de las semifinales de la Champions.
-Yo digo que el Real Madrid, a pesar de todo, ganara ese torneo-digo
– ¿En serio?, ¿Por qué?
-La mística
-Cierto
En ese instante, Paul, percibiéndome sediento por como lo observo al tomar de ella, me pasa una botella de cola negra y, me pregunta:
– ¿Quieres?
-Si, no sabes cuanto quería una Coke
Agarro esa botella de litro y medio y me empino un shot, mientras Titouan y Pier se empiezan a reír lentamente, como si fueran villanos de película escondidos que miran al protagonista caer en su trampa. Al instante, en mis papilas se mete y golpea un sabor hostigante a un químico oloroso que no tiene nada de la azúcar y jarabe de la cola negra. Aquello parecía como si le hubieran echado perfume a la Coke.
Tras esa “sorpresa”, le pregunto a Pier:
– ¿Le echaron ron a esto?
-Jejeje
Con aquello confirmo la trampa a la par que emulo la risa de este francés bajito con corte militar y vestido en guayabera, pues había encontrado la ebriedad en medio de mi falta de dinero gracias a él y su barato experimento de Cuba Libre.
Ya actuando con la cabeza ligera les digo un ahora nos vemos y me dirijo a sacar una plata sagrada y ahorrada que se me va a reducir aún más en un cajero Bancolombia escondido que, en este momento, dudo si se encuentra abierto.
Adentro (gastando, vagando y mirando lejos)
Paso por fin la entrada, que ya se había abarrotado de cuerpos apretados en las filas al punto de que movieron levemente las barricadas que separan cada una, y ahora una manilla rosada se convierte en parte de mi pinta toda azabache, haciéndome parte de los habitantes fumados y borrachos que están en este bar y confirmando que llegó el esperado inicio del “degenere” encendido y protagonizado por los extranjeros.
En ese momento me sumerjo una primera sala cubierta en palmas y arbustos, como un tipo de salón burrero pero frio y en un barrio lujoso de Bogotá, colmada de altos sujetos blancos en camisas de botones o camisetas cubiertas por busos amarrados en los cuellos llevando las botellas de Stella Artois o Club Colombia y hablando con caras que parecen de sueño ; y mujeres castañas o rubias en tops, camisas pegadas o enterizos mirando sus celulares
Aquí el ambiente deja de ser iluminado por las luces de las calles y lo invaden luces estroboscópicas y coloridas que no tienen un color definido, dejando te la piel cubierta en verde morado, aportando a la notoria “elevación” que emana como la aura de este sitio, que ni siquiera he empezado a recorrer, y que me invita, pasando entre cuerpos y un clima que se va calentando, a unirme al ambiente.
O eso pensé hasta que, como un golpe de realidad financiera y de estrato, llego al bar que esta enfrente de este ejército de maniquíes que hablan y llevan las cervezas o las botellas de agua calientes, medio llenas y como adorno de sus manos, le pregunto a la bar tender de pelo aleatorio en color un a como la Club Colombia y esta responde:
-Once mil, caballero
-Ok. ¿No tiene agua de la llave con hielo? -pregunto con cara confundida
-No, antes se podía dar, pero ya no-responde
Era obvio que en estos bares del norte y en estos opulentos eventos internacionales una cerveza que cuesta, como mucho, seis mil pesos la pongan al doble. Por lo que, asumiéndolo, me voy después de un ok, gracias y pienso que en la pista de baile podre prenderme mientras saco la habilidad prohibida en “perreo” con las extranjeras emperifolladas que predominan por aquí.
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Se calienta la pista de la sala principal, que en apariencia es como quiosco gigante, y Arge se lleva a los tres galos que me brindaron el Cuba Libre de tres pesos al centro de esta, haciendo que se los trague la multitud, mientras que yo, no muy amigo de las otras muchachas con las que ella suele andar por acá, me quedo solo en un costado.
-Carajo, no sé por qué traje buso si esto esta que me hace sudar-digo en medio del ruido
En ese momento me pongo a “perrear”, mientras al mismo tiempo la sala se llena de parpadeos de luces estroboscópicas; la lista de reproducción de la música pasa de una mezcla de techno teutón a dos o tres canciones de Feid, comenzando a divagar entre reguetones viejos y nuevos; varias mujeres se abrazan y restriegan sus entrepiernas con otras mientras se graban o toman fotos; varios hombres con la misma vestimenta del vigilante llevan bandejas con botellas de vidrio; otros equivalentes suyos pero un poco más jóvenes se besan y manosean con alguna que otra muchacha; y otros solo se mantienen moviéndose excitados mucho mientras llevan vasos en la mano y miran de un lado, o mejor dicho, de un cuerpo femenino a otro. Tal como, colmándome en sudor, lo hago en estos momentos a falta de compañía.
Al instante resuena Quédate de Quevedo y Bzzrp,y mientras dos extranjeras se voltean después de una mirada violenta hecha hacia mí con extrañes, me encuentro con varios de esos voyeurs que están faltos de un par de glúteos restregándose con sus entrepiernas. Al notar que bailan para no desanimarse, los miro y me integro a su círculo de solitarios, mientras brincamos al son del quédate, que las noches sin ti duelen como si tuviéramos una hermandad de años y está fuera una salida más hecha en confianza.
Pero a pesar de lo alegre que está siendo esta unión de fracasados en el perreo, aburrido por no poder bailar con alguna fémina y la imparable ametralladora de reproducciones del reguetón y la música urbana en general, me termino yendo a otro lugar recordando que este enredado sitiotiene como cuatro pisos.
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Estoy arrecostado en una pared de madera vieja y oscura mientras estoy en el cuarto piso sin nada que hacer, mientras veo como las cosas ocurren en la zona y espero a que la terraza de ambiente rave tenga más movimiento tanto en baile como en público.
Ahora mi escena repetida aquí es observar lo que ocurre en esta especie de sala con tres sofas, mesas de madera barata con juegos de Jenga gigantes encima de estas y un balcón donde predomina el humaral y la habladuría.
Había arribado calentado por los saltos y rompimiento de la cadera, y la pelvis, de la sala principal con el rico deseo de vibrar y zapatear mientras golpea el ritmo del techno y el trance en la terraza del Vintrash, que se emplaza al lado de esta sala, siendo separada de ella por unas escaleras estrechas.
Sin embargo, al entrar, el vacio que había ahí, y el resonar de un house lento, me quitaron la alegría y el desorden de mi cara, y me hicieron hospedarme aquí en la espera de que ese lugar muerto ya tenga ambiente.
Ahora, por eso, estoy acá, y solo me encuentro con una marea de jóvenes de todo origen e idioma que hablan sin parar, con sus conversaciones enredándose entre sí como si el ruido un mercado o centro comercial fuera reducido a un solo cuarto de menos de 20 metros cuadrados; unos pocos malos borrachos que duermen noqueados y cabeceando en los sillones; hombres que les hablan a las extranjeras con caras indecentes; y el olor a cigarrillo que emana de los tabacos de la gente del balcón invadiendo el lugar.
Al mismo tiempo, me giro y restriego contra esa pared de roble viejo con velocidad y sobresalto como un animal restregando su hocico en un tierrero, tratando de que se pase el efecto del ron barato con cola negra, mientras en medio ocurre una de esas escenas de conquista común en una rumba, que, por mi falta de acción y “desparche”, procedo a relatar.
Ella, una rubia piel clara que por su voz confirma ser alemana, le habla a el, un falco de treinta años parecido a Hugo Weaving pero con barba, mientras este se recuesta en el descansabrazos del sofá, haciéndose el galán. La postura encorvada de ella y su falta de equilibrio demuestran su ebriedad e interés por él, que se ve sobrio y excitado, mientras le habla de algo que el ruido de las conversaciones no permite entender.
Pero ese impostado rostro de galantería de él, y esa verdadera cara de excitación se esfuman al ella lanzarse, besándose los dos de lado y jalándose. Estando así segundos, hasta que ella, tomada por el, se monta y empieza a restregarse, dando tumbos duros como si quisiera golpearlo y sacarle el aire del estómago con su entrepierna, agarrándole la cabeza tan firme con las manos que parece que lo esta arañando y con sus glúteos meneándose hacia adelante como una prensa industrial mientras el los agarra varias veces efímeramente.
Mientras tanto, en aquella pared de roble viejo ahora manchado por mi sudor, al observar aquella escena me corre el picor, la sensación y el gusto por el torso. Causando que ahora, reconvertido en un pervertido voyeur, me retire de aquí excitado y harto del olor a cigarrillo.
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Ahora esto es un círculo en medio del, ahora vacío, kiosco gigante. Ya no hay una masa de cuerpos restregándose y tropezando, pero si un piso de ladrillo brillante; unos bartenders que solo nos miran mientras están quietos o hablan; y unos DJs que siguen animados aunque no quedan más de veinte personas bailando los temas que sueltan.
Entre esa veintena estoy yo, empujando mi entrepierna hacía adelante mientras hago una pose como si tuviera en cuatro a alguien, llevando mi cadera hacia los lados como un péndulo y empujando mi sexo hacia arriba mientras me observan los miembros de este círculo por varios hombres fornidos en camisas observando mis pasos, una mujer rellena riendo de un lado y dos flacas en jeans apretados bailando sensualmente al ritmo de Salió el sol de Don Omar.
Son minutos así, “perreando” solo, hasta que una morena alta con gafas se pega a mi mientras “perrea” y mira hacia adelante. Ahí una especie de atracción, sudoración, excitación y ansiedad nos lleva como imanes a pegarnos y comenzar ese baile en el que, obviamente, se emula el coito hecho por detrás.
Así, al señor Landron cantar la parte de reguetóoo…n, piden reguetóoo…n, mira hacia mi lado, mientras sus glúteos suben y bajan en mi ingle, y hace que me vaya al opuesto, empezándonos a mirar. Luego, se devuelve y hace que mis manos pasen por sus piernas, sintiendo sus medias veladas y su movimiento, mientras que en su mirada cubierta por sus gafas de solo le noto una cara excitada en la que aprieta sus dientes. Durando así hasta que, en un segundo, se despega y vuelve a bailar sola, mientras yo, queriendo seguir, vuelvo a mis pasos solitarios que los demás miembros del círculo admiran, o más bien, ríen de ellos disfrazándolo como una admiración.
En la terraza (donde uno (no) se mueve al son del techno)
Subo las escaleras estrechas y me encuentro la terraza atiborrada de cuerpos de pie mientras está toda oscura, pero a pesar de eso veo que todavía hay espacio. Lo que hace que, unos segundos después, esté zapateando al ritmo del la ra ri, la ra ra.
En ese momento, emergiendo de la masa aparece Cyril y me dice un hey Randy, seguido de su propio agite, y de Caspar y Oscar, quienes están al fondo brincando, como cada ocho martes, al son del techno, acompañadosde una masa de jóvenes extranjeros apilados uno junto al otro mientras todos se mueven a cada lado; alzan las manos, algunos para vibrar, otros por el viaje que tienen; o agarran de la cadera alguna flaca francesa para besarla. Al fin me los había encontrado.
A pesar de que me dijo que vendría hoy, Cyril había estado desaparecido durante todas las horas que llevaba el Gringo de celebración, lo que me hizo creer que se había quedado en La Candelaria tomando con los siete embajadores, de los que, hoy, solo cuatro se presentaron.
Ahí, en ese segundo, comienza una faena. En tres segundos llegan diez bailadores y los brazos de todos se pegan entre sí, aumentando la temperatura cuando ya este martes fue muy alta para los estándares de Bogotá, y la gente grita, pero no por alguna emergencia, mientras los bartenders se tropiezan o se los tragan los cuerpos bailarines apilados por unos segundos y tanto yo como cada uno de los que están aquí, nos vemos reducidos a estar en una sola baldosa.
Intento bailar al son de la viral Cola de CamelPath, pero cada pisada aplasta un pie ajeno, mi sexo roza los glúteos de alguna extranjera y la alta temperatura se apodera del aíre, mientras veo la salida y en los mismos segundos en los que ideo el salir de ahí entran otra decena de personas desde los escalones que dan este piso después que el guardia de la entrada les da el pase.
Esta zona de Vintrash suele ser la más concurrida, desafortunadamente, pues la selección musical varia de la acostumbrada hegemonía reguetón–dancehall–tribal de las salas principales que ni a la salsa o el merengue dejan sonar mucho, y que es poco común para el gusto de los europeos. Consistiendo en una mezcla de techno¸ house y trance de los mas progresivos y bailables, que son más comunes para ellos. Lo que causa que, cada martes, se hagan filas en las escaleras que dan a esta zona desde el primer piso y haya tumultos como en este que ahora, aparte de bañarme en sudor, me activa el miedo al sobrecupo.
Ahora, empieza a sonar extrañamente Come As You Are de Nirvana, mientras la gente se aquieta y yo por dentro pienso un ¿Por qué pusieron Nirvana? Pero en pocos segundos, en la parte del primer memoryyy…, yeaaah… vuelva a retumbar un beat en los parlantes y en el suelo y a los primeros tumbos que da esta masa al mismo tiempo, después de reconocer que es una mezcla en house observo la salida y salgo al segundo.
Pero en esa sala, justo en la zona aledaña a la entrada de la terraza, miro que ocurre ahí, y ante lo vacío, y las parejas hablando para repetir lo de la rubia y el norteamericano siendo lo único presente, me hace divisar otra vez a las escaleras de esa entrada y subir en el mismo momento.
Dos remixes y veinte minutos después, suena una versión de Lady (Hear Me Tonight) que no para durante diez minutos, y entre el apretón la gente se abre un espacio. Era Cyril, quien había empezado a bailar muy fuerte, al punto que la gente se empezó a apartar de él, rejuntándose más.
Pero ahí, al regresar, empieza a cabecear a los lados; encogerse como tortuga y al mismo tiempo dispararse como corcho; lanzar puños en diagonal; agitar su cabeza tan duro como en un headbanging al escuchar rock pesado; pisar el piso como si quisiera aplastar la cabeza de alguien con furia; reírse como un villano mientras suda; y lanzar codazos y patadas como si estuviera en un pogo.
-Esto se volvió un concierto-le digo a Caspar
-Si-responde entre sonrisas
Aquello hace que, cada minuto, ponga mi brazo como en la guardia que hace un pelador de artes marciales o un boxeador, y le bloquee un par de izquierdazos. Durando así hasta que, al mirar como la gente empieza a empujarnos también, me despido de cada uno, y me voy corriendo hacia la corta calle que me dio la bienvenida al llegar a la faena, siete horas atrás. Así, abruptamente, finaliza mi travesía entre, aburrida y cachonda, en las paredes y el descontrol del GRINGO TUESDAY.
Epilogo con posibilidad de sexo comprado
Salgo a la acera y la muchedumbre de treinta hombres que trabajan con, literalmente, los negocios de la calle, me aborda.
Unos ofrecen nait clubs, chicas, y extienden el brazo al mismo tiempo que dicen vaya y vea sin compromiso; otros tres, en formación de acordeón, guachara y caja, ofrecen el toque de algún vallenato; uno que otro grita otra vez el agua, gaseosa, cerveza; y otros hasta me dicen un también tengo “coquein”.
Uno de los penúltimos se me acerca apurado y me mira de frente con una cara entre deprimente e incómoda y me dice:
-Hermano, le tengo chicas, venga y dele con una
-No compadre, no puedo-respondo
-Venga y escoge-dice
-No compa, no tengo plata
-Vea, le traje unas de ahí, para que hable y cuadre con ella mijo
Apenado por su mirada y la necesidad y el desespero que lo colmaba en su semblante, como el de un trabajador necesitado de conseguir clientes, le permito que insista y haga una ademan que llama a una de las trabajadoras sexuales y me soba del buso para acercarme a ella debajo de la carpa de su tienda.
En ese momento me confronta cara a cara una bella morena alta y volupuosa, de ojos grandes levemente arropados por los parpados que le dan una mirada profanadora; piernas fuertes, como de practicante de halterofilia; y vestida en bufanda, suéter y falda grises que me mira con una sonrisa gigante de dientes pulcros y suavemente, en un acento que demuestra su origen del Valle del Cauca, me habla.
-Hola, precioso
-Em…hola-respondo incomodo
– ¿Te quieres ir conmigo, bizcocho?
– No se, ¿Cuánto cobras?
-Ciento cincuenta mil la media-responde
-Nada, estoy pelado-digo
En ese instante me voy directo al borde de la acera y veo que transportes, por presupuesto los que hay en aplicaciones, hay cerca mientras un hombre en chaqueta bombacha extiende la mano y me dice servicio de taxi caballero. Luego, al pedir el auto, observo a la trabajadora sexual, en una confirmación de mi gusto por ella motivado por su sensualidad y su acento caleño suave, y ella responde a esa mirada. A lo que, después de mirar alrededor, aparece de frente a mí y me diga:
-Hola, bizcocho, ¿ahora si quieres?
-No preciosa, no tengo plata
-Vos sos costeño, ¿verdad?
-Si, ¿Qué opinan de nosotros allá en Cali?-pregunto
-Pues bien, tienen su fama de gente chévere y demás
– ¿Nosotros les caemos bien allá?
-Claro, bello
Después de una última repetición de su propuesta de sexo comprado, y otra repetición del no tengo plata de paso, se despide y justo en ese instante llega el transporte, al que subo sudado, con agite en el pecho y una fuerte excitación que deja a mi sexo en firme guardia, y con el arranque del vehículo empiezo el regreso a mi residencia al mismo tiempo que, tumbado en el asiento de copiloto de este y con ganas de caer en sueño, me pregunto si volveré el otro martes.
Al contemplar esa obvia duda autoimpuesta, solo me contesto con un sencillo obvio que si volveré.