Eran más o menos las cuatro de la tarde cuando recorría el parque central de San Benito Abad.
Por: Jhony Polo Barrios
El sol no había menguado su fuerza y aún quemaba como una olla hirviendo, por suerte el lugar está rodeado de árboles que brindan abundante sombra en donde por demás uno puede guarecerse del resplandor. Observé en una esquina a los mismos cuatro ancianos de siempre haciendo su acostumbrada tertulia, ambientada por el aroma de los tabacos ajustados en sus labios. Me acerqué con la curiosidad de un discípulo que aprende de su maestro.
Reconocí al viejo mingo, que era el que precisamente tenía la palabra en el momento, me detuve a escuchar. Cruzado de piernas, con un pantalón de terlenka fina muy bien conservado y con sus abarcas expuestas porque el pantalón estaba arregazado hasta la mitad de la tibia, el viejo mingo exponía con cierta paciencia un tema que llamó fundamentalmente mi atención. Mientras suelta una bocanada de humo y acomoda el tabaco en la horqueta formada por el índice y el dedo medio, el anciano se remonta al pasado y cuenta con cierta melancolía en su semblante, lo que fuera una época maravillosa en el pueblo, a saber ; los gloriosos tiempos de la subienda o la bonanza pesquera.
Es casi diciembre- dice el viejo- en otros tiempos ya estaríamos instalados en las orillas de los caños,hace una pausa y continúa,todas las casas quedaban deshabitadas, por esos días San Benito era un verdadero pueblo fantasma, todo giraba en torno a la pesca y todos esperábamos la época de la subienda; las riberas de los caños o afluentes del río San Jorge, eran el escenario del frenesí pesquero.
Las redes salían repletas de peces, y se hacían casi imposibles de mover, el precio del pescado descendía vertiginosamente, pero aun así las ganancias eran máximas. Lo más triste- asevera el viejo mingo, mientras se hace dueño de un “mea culpa”, era ver el desperdicio; miles de cadáveres de peces quedaban tendidos a lo largo de las orillas, el brillo de las escamas vestía el suelo de plata, a nadie le preocupaba, pues teníamos la falsa creencia que por la abundancia del momento nunca se acabaría la cosecha. Hoy lo estamos pagando caro, interrumpió otro anciano del grupo, que se pone en pie y sigue su discurso al estilo de Gaitán: hoy no encontramos otra manera de sobrevivir, la subienda parece ser una quimera, porque no administramos bien los peces que atrapábamos y a todo esto le sumamos las aguas contaminadas por los desechos mineros que el río Cauca vierte en el San Jorge.
Sin darme cuenta el sol se había puesto, una bandada de “pisingos” cruzó el cielo y otro de los ancianos los señaló diciendo, hasta los tiempos han cambiado, pues esos animalitos anuncian más lluvias, en otras épocas ya soplaban brisas de verano.
Las puertas de la iglesia se abrieron y el viejo mingo volvió a tomar la palabra: el año entrante habrán elecciones, ojalá que los candidatos propongan generar empleo, porque a este paso San Benito tiende a desaparecer- lo juropor ese Cristo que está abierto de brazos- sentenció mientras señalaba con su dedo índice al fondo del templo. Las campanas sonaban porque había misa de seis. Una nube gris se cernía sobre la cúpula del templo.












