
Por Jorge Guebely
Deforman al ser humano las estrategias del mercado. Satisfacen cada vez menos necesidades reales para perderlo más en las irreales. Le pulen más la máscara y le distorsionan más el rostro. Le fomentan más las mentiras y menos las verdades. Ya no somos lo que somos, sino lo que compramos.
Tener es ser y de tanto deseo de tener, de consumir, nos perdemos en el estatus. Pérdida lamentable, obligó a poetas, novelistas y filósofos románticos, volver a la Naturaleza. Buscar en su recinto la verdad libre de alienación humana, la vida perdida en tantas imposturas. “La naturaleza es el único libro que ofrece un contenido valioso en todas sus hojas.”, diría Goethe.
Allí vieron la conservación del mundo, la eternidad. Lo confirmó Thoreau: “En la naturaleza está la preservación del mundo.” Lord Byron intuyó la presencia del absoluto, lo divino: “Hay placer en los bosques sin senderos, hay éxtasis en una costa solitaria.”
Un siglo después, Proust publicó En busca del tiempo perdido. Gran elogio a la memoria, instrumento para recuperar la vida pasada, develándose las mentiras de los altos estatus sociales. En su búsqueda, confesó su deuda con la Naturaleza adquirida en su niñez: “Las caminatas por los senderos de Combray, especialmente los que nos llevaban por los caminos favoritos, abrieron mis ojos ocultos a la belleza de la Naturaleza algo que años después se reavivaría con el sabor de una magdalena mojada en té, despertando en mí el reflujo incontrolable de recuerdos.”
Misma actitud de Rivera. Abrió su prístina consciencia en los montes de Aguascalientes donde transcurrió hasta los ocho años. “Desde los primeros años, los ruidos de la naturaleza fueron para el niño un misterioso mensaje cósmico. Causábanle admiración los pájaros y los insectos que llenaban el aire con sus cantos y chirridos.”, confirmó Neale Silva.
Buceó las leyes originales del flujo natural, la tierra prometida, patria verdadera del ser humano. Utilizó la intuición para auscultar el absoluto, lo incondicionado. “Mas no se sacia el alma con la visión del cielo: / cuando en la paz sin límites al Cosmos interpelo, / lo que los astros callan mi corazón lo sabe;”
Ante el fracaso de semejante exploración, así fluyen los versos finales del poemario: “Me borrará la noche. Mañana otro celaje; / ¿y quién cuando yo muera consolará el paisaje? / ¿Por qué todas las tardes me duele esta emoción?”
Lamentable exceso de estatus, nos conmina al olvido del ser humano. Nos queda la literatura para combatir tan deplorable olvido. Así lo pensaba Kundera, así lo hizo Rivera.