Menos mal que quedaron vastos sectores de Barranquilla intocables, en estado de conservación, impidiendo que se borrara la memoria urbana.
Por Adlai Stevenson Samper
En un aciago tiempo se pensaba en Barranquilla que la piqueta de la demolición era feliz síntoma de progreso. Que tumbar edificios viejos era arrasar con un pasado ominoso cuya precariedad existencial era necesario borrar para que irrumpieran las nociones “sanas” de desarrollo urbano.
Lo malo de tal teorización tan de moda en las décadas de los sesenta y setenta fue que coincidió con un estancamiento económico, político, de administración urbana y el colapso de los servicios públicos, lo que impidió mayores niveles de apoteosis en la demolición del patrimonio arquitectónico, quedando vastos sectores de la ciudad intocables, en estado de conservación, impidiendo que se borrara la memoria urbana. Algo en cierta forma parecido a lo sucedido con La Habana después de la revolución de Castro en donde las actividades de explotación capitalista a través de la construcción quedaron paralizadas. Allá por una revolución. Acá por una crisis económica y política.
Ciudad es edificios con alma
Pero la ciudad no son los edificios, que son en el fondo un marco para vivir. Sin habitantes y edificios no hay ciudad: allí están en diversas épocas desde Macchu Pichu hasta Chernobyl, para confirmarlo. Y, esto es otra historia, que sitios de libres como Barranquilla, sin fundación formal, se convirtieran en ciudad. Así que cuando se habla de ciudad, en líneas generales, se sobreentiende un contexto cultural de intercambios sociológicos y económicos antes que un sinnúmero de edificios que por cierto adquieren importancia cuando se presentan como la muestra fehaciente de una determinada etapa de la vida de ese conglomerado de habitantes.
El Camellón Abello desapareció en los cuarenta ante la idea de una ciudad encementada con vehículos y reapareció hace 10 años cuando se intentó, sin éxito, retrotraer a un estado de ciudad en donde los habitantes que le habían otorgado validez a ese Camellón o Paseo habían desaparecido.
Una rara campaña mediática
Por ello es curioso que en una entrevista realizada por Marco Schwartz al arquitecto Gian Carlo Mazzanti el día domingo 29 de noviembre en el diario El Heraldo, se hayan planteado sin fundamento algunos temas tan obtusos del talante de cómo y porqué desapareció la arquitectura en Barranquilla en aras de la especulación con los bienes raíces sin considerar el aspecto fundamental del engranaje: qué clase de habitantes de esa ciudad somos los que permitimos esos desafueros contra la memoria urbana sin ejercer la más mínima protesta al respecto; o si esos habitantes cambiamos tanto que ya esa ciudad –con esos edificios- no nos importaba para nada.

Edificio de la Aduana, con todo su esplendor, luego de ser restaurado con esmero y mucho sentido estético.
Como para un debate el tema. Pero Marco Schwartz, ignaro en estas cuestiones, quiere descrestarnos a todos sirviéndole de portavoz a los proyectos de Mazzanti que pese a sus buenas campanillas como diseñador, imposible negarlas, ha tenido célebres metidas de pata como el caso del diseño de la curiosa pared flotante con su argamasa de vigas estructurales en el Parque Cultural del Caribe y sus accesos tortuosos; el parque o plaza o lo que sea de ese mismo edificio y su monumento a las tuberías sin función alguna conocida; los fallidos recubrimientos caídos en el Parque Cultural y en la Biblioteca España del barrio Domingo Sabio, en Medellín, con problemas estructurales que hicieron que el edificio fuese desocupado; o el pleito jurídico de marca mayor por la construcción de un enlace entre el parque, el planetario y el nodo cultural de la Biblioteca Nacional y el Museo de Arte Moderno sobre la carrera 26 del cual no se sabe todavía que resulte.
El Pobre Romelio
La idea de la entrevista –eso es claro- era socializar el proyecto de Mazzanti sobre el estadio –o lo que sea- Romelio Martínez ya plenamente inutilizado en otra operación de espaldas a la ciudadanía cuando le cortaron su espacio de parqueos para cedérselo a la empresa Transmetro. Una interesante labor de relaciones públicas en la que Schwartz se ha hecho diestro y donde uno pierde la perspectiva en dónde empiezan y finalizan las cosas. O en dónde termina el periodismo y empieza la labor gratuita u onerosa de publicidad. Porque lo que sí es cierto es que los temas de arquitectura, urbanismo y sociología cultural urbana no se encuentran dentro de las habilidades del distinguido periodista y eso salta al rompe en preguntas de este tenor: “¿Siente usted que en Barranquilla hay salvación arquitectónica? Lo pregunto porque es muy difícil encontrar casas o edificios hoy que la gente tenga en la mente como hitos urbanos”.
Las demás preguntas tienen el hálito de intentos de internarse dentro de la mentalidad del arquitecto Mazzanti recurriendo a un catálogo de enumeraciones importantes dentro de la concepción espiritual de la farándula, como para entender el gusto por los frozo malt. Pero sin ninguna duda ni vacilación son asuntos válidos que Mazzanti disfrute estas añoranzas; además, dentro del libre albedrío que nos da Dios y las leyes para su regocijo intimo, pero me excusa el periodista y su entrevistado, son asuntos que no nos interesan para nada si se trata de explicarnos en forma ingeniosa el cuento de cómo van a remodelar la zona del Romelio Martínez.
El Mesías de arquitectura
Schwartz está desconcertado. Sostiene que en Barranquilla no hay salvación arquitectónica. ¿Acaso quiere entronizar a Mazzanti como el Mesías para la tierra prometida de la buena arquitectura? O, ya Mazzanti se encuentra convenientemente dentro, una especie de demiurgo investido del papel de Mesías, cuando en otras ciudades civilizadas estos encargos de gran magnitud son sometidos a rigurosos concursos arquitectónicos internacionales para que la ciudad se desarrolle con construcciones de gran calidad y de cara a las contradicciones y polémicas del gremio de arquitectos y urbanistas. Eso es lo sano. Lo correcto. En su intento de desaparecer todo a través del recurso de las palabras, en esta entrevista nos salen con la increíble afirmación de que “en Barranquilla es muy difícil encontrar casas o edificios que la gente tenga como hitos urbanos”.
¿Muy Difícil? No lo creo. ¿Sabe en dónde queda el edificio de La Aduana? ¿el Matera? ¿El Scadta? ¿El Torre Manzur? ¿El Banco de la República hoy Alcaldía? ¿El Telecom hoy Fiscalía? El Centro Cívico. El edificio Beitjala. El Dugand. El Ferrans. El mercado de granos. En el barrio Recreo La gota de Leche? El edificio Arquicentro. La Catedral. El teatro Amira de la Rosa. El edificio García. La Pajarera en el barrio Abajo. Las casonas de San Roque. Las iglesias. Todo el acento del movimiento art deco y el modernismo regados a través de toda la ciudad. El edificio Miss Universo. El Hotel El Prado. Majestic. La antigua Adeco. El Romelio Martínez. La Universidad del Atlántico en el centro. El antiguo Colegio de Barranquilla. Bellas Artes.
En fin, la lista es larga y prolija pero el periodismo que no las ve puede ser que no las quiere ver. Aunque todos sabemos que el director de El Heraldo tuvo una ausencia de 30 años de Barranquilla, no se puede desconocer profundamente el ethos de la ciudad en todas sus dimensiones. No lo reconoce. Y menos que su visión se encuentra trastocada por la historia perdida y que eso no se recupera de un día para otro con toda la buena fe que trate de darle a ese noble empeño. Así sí es muy difícil hablar en nombre de la gente.
¿Cuál gente no sabe en dónde quedan unos de estos edificios enunciados? ¿Qué taxista no conoce en dónde estuvo ubicado, por ejemplo, Mi Kioskito o el cine San Jorge? Pero tampoco nos dice de qué gente habla. Si es una singularidad de su perspectiva o una pluralidad subjetiva. Si se trata acaso del norte estrato 6 o de la vasta clase media en los estratos 3 y 4. Aunque puede asegurarse sin ambages, sin temor a equivocaciones, que esa gente de la que habla con tanto énfasis y autoridad no pertenece a los estratos 1 y 2, el puro pueblo, tan alejado de sus intereses.
Los recuerdos de Mazzanti
Sospecho; y lo digo como una probable hipótesis, que el concepto enunciado de Schwartz pretende servirle como fundamento arrasador a la remodelación, reconstrucción o lo que quiera que sea del Romelio Martínez, una excusa mediática que perdone de antemano cualquier tipo de ajustes a los tantos desajustes que se han cometido con este importante edificio deportivo, un verdadero hito arquitectónico para todas las gentes de la ciudad.
Yo si sé de qué ciudad hablan Mazzanti y Schwartz. De su ciudad soñada, la perfecta. Si creen que exagero analicen este último párrafo de la entrevista. La pregunta va en bola suave para que Mazzanti se despache con su home run candoroso:
P: En una ocasión usted me dijo que identificaba las casas de la ciudad no por las calles, sino por sus dueños.
R: Yo te puedo decir quién vivía en cada casa. Yo iba a cine al Metro con un grupo de pelaos, nos dejaban en el cine y nos veníamos caminando a las 10 de la noche. Una cosa que me cuesta trabajo aceptar es cómo la ciudad se enrejó. Esta era una ciudad de antejardines verdes pegados. Si de mí dependiera, quitaría todas esas rejas de la ciudad. Y esa plata que se gastan en rejas la podrían dedicar a cámaras, celadores, cualquier cosa. Nos estamos encerrando como La jaula de oro. Porque tenemos miedo a una inseguridad que sí existe, pero tampoco es tan grande. El placer de la gente de caminar después de cenar. En mi casa se sentaba la familia en la terraza, e iban llegando los amigos, después pasaban adonde los Dangond, después adonde los Rodríguez… ¡Recuerdo eso perfecto!
Perfecto. Esa es la ciudad que recuerdan. Y esta es otra. Amarga y agria si se quiere, pero otra. Igual al vino cubano probado y rezado por José Martí: “El vino, de plátano; y si sale agrio, ¡es nuestro vino!«.