
Por Óscar Arias Díaz
Vivimos rodeados de plataformas. Netflix, Prime Video, Max —que volverá a llamarse HBO Max—, Apple TV… y la lista apenas empieza si nos limitamos a Colombia. En otras latitudes, la enumeración podría continuar sin fin.
En los años 80, una antena parabólica era símbolo de estatus. Reemplazaba la idea de tener una piscina en casa y permitía, a quienes podían costearlo o vivían en el privilegio, acceder a través de la pantalla chica a una oferta audiovisual tan diversa como sorprendente. En los 90, el boom fue el TV por cable: tener acceso a una programación internacional desde la sala o el dormitorio era lo más moderno. Luego, a inicios del 2000, irrumpió la televisión satelital con Directv y la ya extinta Sky, trayendo consigo eventos en vivo: partidos de fútbol, peleas de boxeo, finales de la NBA, la MLB o las carreras de Fórmula 1, popularizadas por Juan Pablo Montoya. Así consumíamos televisión.
Hoy, el televisor ha dejado de ser el centro del hogar. Pasamos más tiempo buscando qué ver qué disfrutando del contenido. A esto se suma la multiplicación de pantallas: cada integrante del hogar puede estar viendo algo distinto desde su dispositivo móvil. ¿Quién decide, entonces, lo que vemos: el público o la plataforma?
Ya es bien sabido que los algoritmos de las plataformas premian ciertos contenidos según nuestros gustos y hábitos de consumo. Al que le gusta el caldo, le dan dos tazas. En medio de este zafarrancho —como diríamos en términos castizos—, la audiencia parece cada vez más enajenada por contenidos fugaces, tan efímeros como un helado a la salida de un colegio. El control remoto, antaño símbolo de poder, hoy es apenas un accesorio para encender o apagar la televisión.
Nos acostumbramos a ver sin mirar. Muchos contenidos pasan desapercibidos frente a una audiencia que solo busca «matar el rato», sin reparar en la actuación, la fotografía, el montaje ni los múltiples lenguajes que componen el relato audiovisual contemporáneo.
Y sin embargo, entre tanto ruido, existe una plataforma que propone algo distinto: MUBI. Un espacio para quienes ven en el cine algo más que entretenimiento; una forma de lenguaje, arte, industria y memoria. MUBI invita a explorar otras formas de narrar, otros cines. Con un catálogo curado de grandes directores, cine nacional y, afortunadamente, con producciones propias, esta plataforma se posiciona como una alternativa significativa en medio de lo que algunos historiadores ya llaman la Platform Wars, una guerra de plataformas que, en el fondo, no ha abandonado del todo las viejas lógicas del monopolio del Studio System.
Hollywood, más que nunca, parece regirse por la dictadura de los datos, conducido por personas que ni entienden ni les interesa el pasado, presente o futuro de esas imágenes en movimiento que han contado —y seguirán contando— los pasajes de la historia del séptimo arte.