Aunque el genial Jorge Luis Borges desdeñaba del fútbol, otros escritores de no menor talla lo idolatran, le dedican poemas, crónicas, cuentos, novelas. El Mundial de Brasil sacó a relucir esas dedicatorias que aquí reproducimos.
Por Jorge Sarmiento Figueroa – Editor general
«El fútbol es la última representación sagrada de nuestro tiempo. Es el espectáculo que ha sustituido al teatro», dijo en su momento Pier Paolo Passolini, uno de los directores de cine italianos más importantes de la historia.
Mientras unos ven como absurdo el sudor de veintidós cuerpos que corren detrás de una pelota, otros ven en eso la epopeya de la modernidad, el rito que representa con un juego el sentido de la guerra, de la lucha; el contraste del esfuerzo en equipo y de la soledad de los hombres, de la entrega, la victoria y la derrota, del triunfo y del todo por el todo, de los genios y los mastodontes. No en vano en esos noventa minutos los imperios del siglo veinte quisieron plasmar el símbolo de su grandeza. Lo hicieron Hitler en Alemania, la reina Isabel II en Inglaterra, Franco en España, Mussolini en Italia, Videla en Argentina, Estados Unidos en 1994 y ahora lo hace Brasil celebrando el Mundial en su casa.
Y ocurre que no hay ningún otro deporte, ni siquiera el resto reunido en los Juegos Olímpicos, que logre acaparar la atención de tantas personas en tantos países, como lo hace el fútbol.
«Nadie puede escapar a la hipnosis de esa pelota, así no guste del fútbol. Ni yo, que no le encuentro sentido, pude escapar a esta cita poética a su alrededor», dijo Leo Castillo antes de entregarse en versos al balompié durante el recital ‘Fútbol y poesía’, que la Biblioteca Piloto del Caribe organizó en Barranquilla.
Miguel Iriarte, director de la Biblioteca, realizó una curaduría entre varios aclamados poetas del siglo XX e invitó a los contertulios Leo Castillo, Patricia Pacheco y Patricia Latorre a declamar los versos dedicados al fútbol. Fue una cita mundialista, de emoción pura, como un partido con los mejores. Solo que esta vez los jugadores eran Miguel, Leo y las dos Patricias, y sus jugadas de gol eran con poesía. A continuación compartimos varios de los poemas leídos durante el recital, que a ratos tomó visos de tertulia:
El ángel de las piernas chuecas
A un pase de Didí, Garrincha avanza:
El cuero junto al pie y el ojo atento.
Dribla a uno y a dos, luego descansa
Como quien mide el riesgo del momento.
Tiene un presentimiento, así se lanza
Más rápido que el propio pensamiento,
Dribla uno más, dos más, la bola alcanza
Feliz entre sus pies, los pies del viento.
La lleva, así la multitud contrita
En un acto de muerte se alza y grita
En unísono canto de esperanza.
Garrincha, el ángel, oye y dice: ¡goooool!
En la imagen la G chuta en la O
Dentro del arco entonces la L danza.
Autor: Vinícius de Moraes (Brasil)
Domingos por la tarde
A veces las infancias escapan de sí mismas
y corren por la lluvia como en fuera de juego
sin oír las sirenas de los árbitros.
Es verdad que son mares en un vaso de agua,
pero hay olas que tienen esa espuma
de las alineaciones,
paraísos que aguardan los despachos
del último minuto
o días que amanecen
con la tranquilidad de un tres a cero,
de un cinco a cero en punto de la tarde.
Por lo demás también hay labios
en el extremo izquierda del domingo,
lesiones en las dudas del mañana,
pasados que regresan
igual que una llamada de teléfono.
– ¿Y lo de ayer? Sonríe la memoria,
cuando parece amiga del equipo contrario.
Las verdades del área
son rectas de dudosa geometría,
como ardientes amores de ficción
en manos de un penalti.
Por eso saben mucho
de la felicidad y la belleza.
No conviene que demos a estas cosas
un valor excesivo.
Son noventa minutos en un vaso de agua.
Pero a mí me han quitado muchas veces la sed.
Autor: Luis García Montero (España)
Fútbol
juega con la tierra
como con una pelota
báilala
estréllala
reviéntala
no es sino eso la tierra
tú en el jardín
mi guardavalla mi espantapájaros
mi atila mi niño
la tierra entre tus pies
gira como nunca
prodigiosamente bella
Autora: Blanca Varela (Peruana)
Estadio Nocturno
Lentamente se eleva la pelota hasta el cielo.
Entonces se ve que las tribunas están ocupadas.
Solitario el poeta está de pie en el arco,
Pero el árbrito pitea: fuera de juego
Autor: Günter Grass (Alemania)
Elegía al guardameta
A Lolo, sampedro joven en la portería del cielo de Orihuela.
Tu grillo, por tus labios promotores,
de plata compostura,
árbitro, domador de jugadores,
director de bravura,
¿no silbará la muerte por ventura?
En el alpiste verde de sosiego,
de tiza galonado,
para siempre quedó fuera del juego
sampedro, el apostado
en su puerta de cáñamo añudado.
Goles para enredar en sí, derrotas,
¿no la mundial moscarda?
que zumba por la punta de las botas,
ante su red aguarda
la portería aún, araña parda.
Entre las trabas que tendió la meta
de una esquina a otra esquina
por su sexo el balón, a su bragueta
asomado, se arruina,
su redondez airosamente orina.
Delación de las faltas, mensajeras
de colores, plurales,
amparador del aire en vivos cueros,
en tu campo, imparciales
agitaron de córner las señales.
Ante tu puerta se formó un tumulto
de breves pantalones
donde bailan los príapos su bulto
sin otros eslabones
que los de sus esclavas relaciones.
Combinada la brisa en su envoltura
bien, y mejor chutada,
la esfera terrenal de su figura
¡cómo! fue interceptada
por lo pez y fugaz de tu estirada.
Te sorprendió el fotógrafo el momento
más bello de tu historia
deportiva, tumbándote en el viento
para evitar victoria,
y un ventalle de palmas te aireó gloria.
Y te quedaste en la fotografía,
a un metro del alpiste,
con tu vida mejor en vilo, en vía
ya de tu muerte triste,
sin coger el balón que ya cogiste.
Fue un plongeón mortal. Con ¡cuánto! tino
y efecto, tu cabeza
dio al poste. Como un sexo femenino,
abrió la ligereza
del golpe una granada de tristeza.
Aplaudieron tu fin por tu jugada.
Tu gorra, sin visera,
de tu manida testa fue lanzada,
como oreja tercera,
al área que a tus pasos fue frontera.
Te arrancaron, cogido por la punta,
el cabello del guante,
si inofensiva garra, ya difunta,
zarpa que a lo elegante
corroboraba tu actitud rampante.
¡Ay fiera!, en tu jaulón medio de lino,
se eliminó tu vida.
Nunca más, eficaz como un camino,
harás una salida
interrumpiendo el baile apolonida.
Inflamado en amor por los balones,
sin mano que lo imante,
no implicarás su viento a tus riñones,
como un seno ambulante
escapado a los senos de tu amante.
Ya no pones obstáculos de mano
al ímpetu, a la bota
en los que el gol avanza. Pide en vano,
tu equipo en la derrota,
tus bien brincados saques de pelota.
A los penaltys que tan bien parabas
acechando tu acierto,
nadie más que la red le pone trabas,
porque nadie ha cubierto
el sitio, vivo, que has dejado, muerto.
El marcador, al número al contrario,
le acumula en la frente
su sangre negra. Y ve el extraordinario,
el sampedro suplente,
vacío que dejó tu estilo ausente.
Autor: Miguel Hernández (España)
Al gran oso rubio de Hungría
Ni el mar,
Que frente a ti saltaba sin poder defenderte.
Ni la lluvia, ni el viento, que era el que más rugía.
Ni el mar, ni el viento, Platko,
Rubio Platko de sangre,
Guardameta en polvo,
Pararrayos.
No, nadie, nadie, nadie,
Camisetas azules y blancas, sobre el aire.
camisetas reales,
contrarias, contra ti, volando y arrastrándote.
Platko, Platko lejano,
Rubio Platko tronchado,
Tigre ardiente en la hierba de otro país,
¡ Tú, llave, Platko, tú llave rota,
llave áurea caída ante el pórtico áureo!
No, nadie, nadie, nadie,
Nadie se olvida, Platko
Volvió su espalda el cielo.
Camisetas azules y granas flamearon,
apagadas, sin viento
El mar, vueltos los ojos,
se tumbó y nada dijo.
Sangrando en los ojales,
sangrando por ti, Platko,
por tu sangre de Hungría,
sin tu sangre, tu impulso, tu parada, tu salto
temieron las insignias.
No, nadie, Platko, nadie,
nadie se olvida.
Fue la vuelta del mar
Fueron diez rápidas banderas
incendiadas sin freno.
Fue la vuelta del viento.
La vuelta al corazón de la esperanza
Fue tu vuelta.
Azul heroico y grana
mando el aire en las venas
Alas, alas celestes y blancas,
rotas alas, combatidas, sin
plumas, encalaron la hierba.
Y el aire tuvo piernas,
tronco, brazos, cabeza.
!Y todo por ti Platko,
rubio Platko de Hungría!
Y en tu honor, por tu vuelta,
porque volviste el pulso perdido a la pelea,
en el arco contrario al viento abrió una brecha.
Nadie, nadie, se olvida.
El cielo, el mar, la lluvia lo recuerdan.
Las insignias.
Las doradas insignias, flores de los ojales,
cerradas, por ti abiertas.
No nadie, nadie, nadie,
nadie se olvida, Platko.
Ni el final: tu salida,
oso rubio de sangre,
desmayada bandera en hombros por el campo.
!Oh Platko, Platko, Platko
tú tan lejos de Hungría!
¿Que mar hubiera sido capaz de no llorarte?
Nadie, nadie se olvida,
no nadie, nadie, nadie.
Autor: Rafael Alberti (España)
El arquero
También lo llaman portero, guardameta, golero, cancerbero o guardavallas, pero bien podría ser llamado mártir, paganini, penitente o payaso de las bofetadas. Dicen que donde él pisa, nunca más crece el césped. Es un solo. Está condenado a mirar el partido de lejos.Sin moverse de la meta aguarda a solas, entre los tres palos, su fusilamiento. Antes vestía de negro, como el árbitro. Ahora el árbitro ya no está disfrazado de cuervo y el arquero consuela su soledad con fantasías de colores.
Él no hace goles. Está allí para impedir que se hagan. El gol, fiesta del fútbol: el goleador hace alegrías y el guardameta, el aguafiestas, las deshace.
Lleva a la espalda el número uno. ¿Primero en cobrar? Primero en pagar. El portero siempre tiene la culpa. Y si no la tiene, paga lo mismo. Cuando un jugador cualquiera comete un penal, el castigado es él: allí lo dejan, abandonado ante su verdugo, en la inmensidad de la valla vacía. Y cuando el equipo tiene una mala tarde,
es él quien paga el pato, bajo una lluvia de pelotazos, expiando los pecados ajenos.
Los demás jugadores pueden equivocarse feo una vez o muchas veces, pero se redimen mediante una finta espectacular, un pase magistral, un disparo certero: él no. La multitud no perdona al arquero. ¿Salió en falso? ¿Hizo el sapo? ¿Se le resbaló la pelota? ¿Fueron de seda los dedos de acero? Con una sola pifia, el guardameta arruina un partido o pierde un campeonato, y entonces el público olvida súbitamente todas sus hazañas y lo condena a la desgracia eterna. Hasta el fin de sus días lo
perseguirá la maldición.
Autor: Eduardo Galeano (Uruguay)
El alcanza pelotas
Tu abuelo te traía de la mano
y a vos, te latía el corazón,
mirabas detrás del alambrado
teniendo agazapado, tu sueño y tu ilusión.
Tu mundo giraba en la tribuna
con noventa minutos de función,
vos querías estar allá en el campo
más cerca del partido, vibrando de emoción.
No faltaba el abuelo los domingos
con la cita pactada entre los dos
el fútbol tenía en tus renglones
esa letra acentuada de pasión.
Vos soñabas pasar por los vestuarios
subiendo por el túnel, detrás de un jugador,
llevando entre tus manos la pelota,
y escuchando, los gritos de ovación.
Le dijiste al abuelo si podía
conseguir ese boleto de ilusión,
por ahí en el club él conocía
algún capo de aquella comisión.
El abuelo escuchó y no dijo nada
y siguió en el partido su atención,
vos pensaste que ahí se terminaba,
que caía en tus sueños el telón.
El abuelo volvió el otro domingo
como un rito de fe y de devoción,
le tiraste de nuevo la pregunta
y el abuelo callado te miró.
En la cancha gritaron lo de siempre
bendiciones y alguna maldición,
y en un loco espejismo te miraste
sobre el césped sentado en un balón.
Una lágrima corrió por tu mejilla
rara mezcla de ausencia y de dolor,
ese barco de niño naufragaba
por los mares, sin vela, ni timón.
Esa noche hablaste con la almohada
que en silencio escuchó tu confesión,
de tu sueño cara sucia y futbolero
que latía por tu alma y por tu voz.
No encontrabas respuesta a tu deseo
ni tampoco ninguna solución,
el tiempo se llevaba tu esperanza
en las mismas agujas del reloj.
El abuelo llegó ese domingo
con el día sonriendo a puro sol,
y te dijo mirándote a los ojos
un regalo hoy tengo para vos.
En la cancha te espera Don Ceballos
que una vez del club fue defensor,
tiene un puesto que es justo a tu medida
que se ajusta a tu sueño y tu ilusión.
Estarás con tu nombre y apellido
en su lista de honor y distinción,
alcanzando pelotas en el campo
en el mismo epicentro de la acción.
Te abrazaste al abuelo con cariño
fue un abrazo de fútbol y de gol,
fue un abrazo de tiempos que se juntan
compartiendo la misma sensación.
En tu pecho saltaba la alegría
ese instante fue eterno como Dios,
tu abuelo consiguió lo que querías,
y a vos, te latía el corazón.
Autor: José Cantero Verni (Argentina)
Futbolistas en la playa
A esa hora final de la tarde
una docena de jóvenes jugaban
un partido de fútbol frente a la playa del hotel.
Mientras el sol se hundía cada vez más
en el mar, sobre la orilla corrían
a toda velocidad persiguiendo a gritos
el balón y levantando entre sus pies descalzos
una multitud de nubes de arena teñidas,
traspasadas por una luz completamente roja,
como si toda la playa ardiera bajo sus plantas,
como si se hubiera declarado un incendio
en medio de esta orilla al sur del Caribe.
Los jugadores, desfiguradas sus sombras sobre las dunas,
ignoraban que en ese mismo instante
mi hija y yo los mirábamos desde una terraza,
siendo testigos de esa tarde irrepetible
cuando vimos entre las brasas, entre los últimos rayos
de luz rasante de ese atardecer, en la arena
de fuego fugaz, el momento en el que esta parte del mundo
se convirtió en un lugar habitado
por una docena de dioses sin camisa que nos señalaban
que aquí en la tierra también era posible hallar el paraíso.
Autor: Ramón Cotes (Colombia)
Y finalizamos con el texto completo de la entrevista en la que Pier Paolo Passolini habla de fútbol, cine y teatro:
«El fútbol es el espectáculo que ha sustituido al teatro. El cine no ha podido sustituirlo, el fútbol sí. El teatro implica la relación entre un público de carne y hueso y personajes de carne y hueso que actúan sobre el escenario. El cine se basa en la relación entre una platea de carne y hueso y una pantalla hecha de sombras. En cambio, el fútbol es de nuevo un espectáculo en que un mundo real, de carne, el de las gradas del estadio, se mide con personajes reales, los atletas en el campo, que se mueven y se comportan según un ritual preciso. Por eso considero el fútbol como el único gran rito superviviente a nuestro tiempo». (Pier Paolo Pasolini, entrevistado por G. Gerosa, diciembre de 1970).