Fue uno de los talentosos directores, guionistas, narradores, creador de telenovelas y seriados, de la época de oro de la radio nacional. Un barranquillero que pudo triunfar en México. No se quiso ir por miedo a la nostalgia.
Por Diana Ruiz Campillo

Reunión familiar con motivo del lanzamiento del libro biográfico de Álvaro Ruiz Hernández (tercero de izquierda a derecha).
Hola papi: He decidido escribirte una carta. A riesgo de decepcionar a algunos allegados que sugerían que dada las fechas (tu cuarto aniversario de haberte adelantado en el camino, y la proximidad de lo que habría sido tu cumpleaños 87), debía escribir algo en tu honor y al legado que dejaste a la Radio del país y de tu ciudad Barranquilla, a la que tanto quisiste. Sin embargo, recordé que nunca fuiste muy amigo de los bombos y platillos en tus cumpleaños, y me pareció verte haciéndonos advertencias de no ponernos en «vainas de espantajopo» cuando llegaran estas fechas. Así que fiel a nuestra eterna complicidad que ha demostrado traspasar la barrera de la muerte, he hecho caso omiso a las sugerencias de enarbolar tu magistral carrera como libretista, locutor, investigador, periodista y musicólogo, y simplemente obedecer a mi corazón y escribir esta carta para el padre que fuiste.
Desde tu partida, nada volvió a ser igual
Los días han seguido su curso en aparente normalidad (el inexorable paso del tiempo, dirías), pero en realidad todo cambió, al menos yo no volví a ser la misma. Escribir se ha vuelto más difícil desde que no estás. No sé si por duelo, por franca apatía o por mecanismo de defensa, al saber que mis dedos golpeando con fuerza el teclado tocarían fibras en lo más profundo de mi alma, removiendo recuerdos, añoranzas y vivencias que quedaron impresas de forma indeleble.

Ruiz Herández frente a su máquina de escribir ‘Brother’.
Mi memoria tiene un largo alcance retrospectivo, lo heredé de ti. El nítido recuerdo de verte llegar de viaje y abrir la maleta para entregarme en la puerta lo que me habías traído: un par de zapatitos en negro y blanco. Hasta el día de hoy mi mamá sostiene que es imposible que me acuerde pues eso sucedió en 1975, cuando estabas con Caracol Radio y dirigías Radio Tropical, a la vez que en tu calidad de libretista y radio novelista de Caracol Cadena Nacional, viajabas con frecuencia a Bogotá. Fue la época de «Buenas Tardes Doctor» y “Código del Terror», pero para mí fue la temporada de las brevas con arequipe, la muñeca «de cabello dorado como el sol» y los zapatos del inexplicable recuerdo.
Tuve la fortuna de disfrutar de un papá «más disponible» durante mi infancia que mis hermanos. A ellos les tocó lidiar con el hombre que a finales de los 60 y principios de los 70 era una verdadera máquina de hacer libretos para historias tan disimiles entre ellas:» La ley contra el Hampa», «Casta de Valientes», «Código del Terror», Riomarilandia, (cuando el furor del Topo Gigio o Tipo Yeyo como debieron llamar al ratón versión criolla por efectos de derecho de autor) y la responsabilidad de «Kalimán» cuando México resolvió no enviar más libretos para la serie y la cadena radial Todelar tuvo que solucionar el problema a como diera lugar. La solución fuiste tú. Tú eras la única persona capaz de hacer que Kalimán siguiera llegando a la radio de los hogares colombianos. Lo siento, prometí no hablar de tus antiguas glorias, pero es inevitable papi, mi historia y la de mis hermanos está ligada a tu trabajo.
El sonido de tu máquina de escribir, la vieja Brother, nos arrulló en las noches y fue la banda sonora de la película de nuestra vida, el olor al café que consumías a litros y al que yo también soy irremediablemente adicta, el humo del cigarrillo en los años en los que Código del Terror te dejó la gloria pero también los nervios alterados que te acompañaron hasta el final, tanto así que cuando en 1985 Caracol Radio volvió a transmitir la que sería la última temporada de Código del Terror, me encargaste pasar a limpio los libretos viejos que estaban guardados en cajas en un cuartito en el patio. No te sentías capaz de enfrentar a los viejos fantasmas que tú mismo habías creado, y yo que no llegaba a los 12 años aún, fui la encargada de transcribir en tu vieja máquina y con papel carbón las copias para todo el elenco Caracol de la Costa del que también hice parte. Así fue como me convertí en un pequeño intento de réplica tuya, tecleando en la vieja máquina, de espaldas a la escalera del segundo piso del apartamento hasta horas avanzadas de la noche, lidiando con brujas, momias y toda clase de espectros y asustándome con cuanto ruido escuchaba a mi alrededor.

Álvaro con Rafael, uno de sus hijos.
No cambiaría nada de lo que viví contigo. Tuve una infancia emocionante, un papá fuera de serie, que convertía cualquier situación cotidiana en una historia apasionante, como el día en que tuvieron que quitarme a la fuerza el hábito de chuparme el dedo envuelto en un trapo. Mi madre echó el trapo rojo a la basura a mis espaldas y al darme cuenta de su ausencia quise morir de angustia. Tú observaste mi pataleta un rato, paraste un taxi y me llevaste a lo que después supe que era la Fábrica de Aceites donde me mostraste un trapo rojo ondeando en lo alto de la fábrica y con tu modulada voz de locutor y actor radial me narraste una historia fantástica en la que Boreas el viento, se había llevado mi trapito a ese sitio donde pudiera ver toda la ciudad. El berrinche terminó tan abruptamente como empezó y yo te creí cada palabra.
Las mejores navidades fueron las de mi infancia, pinceladas con las actuaciones en Retablos de Navidad en Emisoras Riomar y el sabor del frosomalt prometido como recompensa. No tenía aún los 6 años cuando con paciencia infinita (tuya y de todos los actores) soportaban mis cosas normales de niña pequeña en las grabaciones, y me montaban en un banquillo para poder alcanzar la altura del micrófono.
El vals de mis quince, el de mi boda, nuestros encuentros en los que disfrutábamos de los gustos en común. Tantas cosas y tan poco el tiempo para escribirlas.
Podría seguir siempre, son tantas las anécdotas, lo pasábamos tan bien juntos. Fuimos cómplices, amigos, maestro y alumna, padre e hija, almas gemelas. Tu legado corre con fuerza por mi sangre y la de tus nietos que heredamos tu talento.
Tu voz, que se mantuvo intacta hasta el final al igual que tu memoria prodigiosa, aún resuena en mis recuerdos, en las cintas grabadas y en los audios de Whats App que reposan guardados celosamente en todos los medios digitales posibles. Al reproducirlos es como si el mundo entero se detuviera y sólo existiéramos tú y yo en aquella última conversación que siempre repetirá lo mismo.
-«Mijita, no dejes de llamarme»-
«Nunca papi, cuídate mucho»
Una época de Oro
Nota del director: a la insuperable nota en la cual Diana retrata de manera admirable la vida y obra de su difunto padre, Álvaro Ruiz Hernández, me veo obligado a agregar que allí empecé mi vida periodística en 1970, y pude ser testigo de ese mundo fantástico que había entre las cuatro paredes de la mansión situada en la esquina de la Avenida Olaya Herrera (carrera 46), con calle 70, frente al Parque Tomás Suri Salcedo.
Me encontré con toda una pléyade de estrellas y de primíparos como el suscrito, todos bajo la batuta de Álvaro Ruiz Hernández, con un elenco del cual formaron parte muy activa y sobresaliente: libretistas y actores geniales como Pedro Lara Castiblanco (a quien Ruíz Hernández calificó como el preciso para hacer el papel ‘de malo’ en ‘Casta de Valiente’. “Porque camina como malo, habla como malo y piensa como malo”. El control máster era Jorge Jiménez Martínez, el popular ‘El Diablo’, y el difunto ‘Cucaracho’: otro actor era José Joaquín Rincón Chávez, y el narrador Leonidas Otálora Arango. Las noticias a cargo del difunto Gustavo Castillo García con los reporteros José Cervantes Angulo, Heriberto Pacheco, Juan B. Fruto Camargo, Julio Olasiregui y Rafael Sarmiento Coley. El reportero volátil era Cástulo Meza, y el segundo control era ‘El Carramplón’ Molina.
No hay que olvidar queLeonidas Otálora Gómez, el querido ‘viejo Leonidas’, como buen manizalita, aficionado al ciclismo, se inventó una ‘Vuelta a Colombia’ alrededor del Parque Suri Salced, en triciclos, en ciclas, en motos, en patinetas. Los narradores eran Roger Araujo y Sergio Ramirez.
Personajes como Álvaro Castellanos Pinzón, Ronald Ayazo, Jesús Alzate Arroyo, Rosalba Goenaga, Elsa Carrillo, Nelly Romero (quien acababa de llegar con su baúl de Sincelejo, en donde se hizo en ‘Ecos de la Sierra Flor’); y en la parte de animación en las jornadas musicales de Emisoras ABC, los comienzos de Jairo Pava, Fredy Rocha, Henry Jiménez, con la frase célebre de “En ABC solo estrellas…Rodolfo Aicardi…’Sufrir”.










