Crece de manera desmesurada como hace un siglo, cuando se convirtió en ciudad modelo.
Por Rafael Sarmiento Coley – Director
“Barranquilla procera e inmortal, ceñida de agua, madura al sol”, escribió para siempre en la primera estrofa de su bello himno a su ciudad natal, Amira de la Rosa. Hoy podríamos parodiar así: Barranquilla, próspera, grandota e inmortal.
El 7 de abril de 1813 fue erigida en Villa. ¡Hace 2001!, tan poco tiempo para lo que hoy es esta urbe pujante.
En esta historia de la capital atlanticense hay algo peculiar. Cada cien años se produce un resurgir, como si en cada uno de esos dos lapsos su clase dirigente, empresarial y política se hubiera quedado dormida. Viviendo 100 años de soledad, como diría el Gabo de las “Memorias de mis putas tristes”, novela que transcurre, precisamente, en uno de esos recesos somnolientos de la urbe.
El primer enorme arranque fue su industria textil y de confecciones, el Muelle de Puerto Colombia, la cervecería. Es un fervor que atrae, como lo narra Adlai Stevenson en la historia de los barrios barranquilleros que desaparecieron del mapa, a chinos, árabes, alemanes e inmigrantes de otras latitudes.
Ese arranca empalma con la era de las grandes construcciones y un crecimiento descomunal, sorprendente. Como el de ahora. Eso fue hace 100 años. Las Empresas Públicas Municipales, el hotel El Prado, la modernísima urbanización El Prado, Barrio Boston.
La modorra de los 100 años
Hay que recordar, como homenaje póstumo, que en aquellos sucesos de los mencionados 100 años de alto vuelo, Barranquilla cuenta con prohombres como Julio Montes, Elías Pellet Buitrago (el valioso fundador de la radio comercial en Colombia), Enrique de la Rosa (dueño de la extensa y hermosa hacienda El Prado, que es donde hoy se levanta todo lo que en Barranquilla lleva ese nombre), Tomás Suri Salcedo (precisamente, el único Ministro de Hacienda costeño en 100 años de historia de esa esquiva Cartera con la chequera más gorda del Gabinete), Mario Santo Domingo (fundador del imperio que hoy se denomina Grupo Santo Domingo), Ernesto Cortissoz, la familia Obregón, los Manccini y los Alzamora, el italobarranquillero Clemente Vassallo (fundador de La Voz de la Patria), Juan B. Fernández Renowitzky (fundador de La Prensa y El Heraldo), los Martínez Aparicio (fundadores de varios periódicos, entre ellos La Prensa)- Pero, luego de esa pléyade talentosa, ¡oh Dios!, vinieron unos badulaques que, como insaciables langostas, acabaron con todo lo bello, bueno y progresista de la ciudad.
Fue la modorra de los indeseables 100 años de abandono. De desgobierno. De corrupción y cinismo.
No hay mal que dure 100 años
Hay teóricos de la política que aseguran que cada pueblo tiene los líderes que merecen. Es para reflexionar. Porque en Barranquilla, durante años, le sucedió exactamente eso: por desidia, por ignorancia, por debilidad, por pereza, o por todo eso junto, eligieron, debate tras debates, en los cargos de elección popular, a los peores dirigentes que ha tenido en toda su historia política.
Por supuesto, con las debidas excepciones de hombres prodigiosos que no podían hacer mayor cosa en medio de una jauría devastadora de hombres cínicos, corruptos, con una avaricia sin fin.
Esa maldita pesadilla la vivió Barranquilla hasta hace unas dos décadas, cuando empezó a moverse, a despertar. A identificar a los inmorales.
Surgen figuras emblemáticas, ídolos populares como Estercita Forero (“las calles de mi vieja Barranquilla”, “Palito e matarratón”, ¡uy! Y tantas otras cosas bellas); Joe Arroyo que reafirma el sentido de pertenencia con su “En Barranquilla me quedo”; Adolfo Echeverría con sus cuatro fiestas, y ese Carnaval que se vuelve un gigante, y obras como el Transmetro que da paso a todo un desarrollo urbanístico incontenible.
Dos administraciones con las mejores calificaciones (con uno que otro pecadillo de Alex Char) y una Elsa Noguera que ha utilizado sus muletas como el mejor amuleto para demostrar que es un ser fuera de serie, aunque mantiene en su nómina uno que otro sujeto de dudosa ortografía.
¡Tantas obras! Tantos edificios. Tantos centros comerciales de grandes superficies. Tantas universidades (aunque insistimos en que hay uno que otro instituto o “universidad” que enriqueció a la avivata familia dueña, y estafa a los pobres estudiantes).
Es un momento irrepetible que vive Barranquilla. Pero, ¡ojo!, la Administración ha
permitido que las urbanizadoras que disponen de extensiones enormes de terrenos hacia donde está el nuevo urbanismo, está cometiendo, quien lo creyera, el mismo error cometido hace 100 años: están haciendo calles y carreras estrechas, con muy pocas vías amplias, se cuentan con los dedos de las manos los bulevares en los alrededores de los Buenavista.
Y, al revés, mientras las calles siguen angostas, crece el parque automotor. Ya en la ciudad casi no se puede transitar sin encontrar un trancón. Los únicos que andan riéndose de la vida sin trancones son los carromuleros y los mototaxistas. Ni manera de pedirle a Ricardo Restrepo que el Área Metropolitana de Barranquilla (AMB) chatarrice los carros de mula y de burros. Porque eso no es de su competencia. El único que contribuyó de manera efectiva a la reducción de burros y caballos fue un excongresista que tenía un matadero por los lados de Galapa,
Lo que más emociona de este momento que vive Barranquilla es el contagioso sentido de pertenencia de sus habitantes. Dios bendiga a los barranquilleros. Y que no permita que retorne esa plaga de politiqueros corruptos. Porque serán otros 100 años de soledad.