Su suéter color marrón estaba empapado de sudor. El reloj de calle anunciaba de manera intermitente la hora, 11:45am, y la temperatura, 38 grados centígrados. Armando Guerra, un ex-bombero de Barranquilla, encarna la séptima entrega de la serie ‘Hombres de hierro’.

Armando Guerra
Armando Guerra Villa ,compró un tinto y se apostó en el corredor de la Gobernación del Atlántico para tomárselo con toda la tranquilidad, aplicando un truco que aprendió en el Cuerpo de Bomberos de Barranquilla: calor saca el calor.
De los 35 años que trabajó en el Cuerpo de Bomberos sólo heredó dos cosas: la enfermedad vitiligo (es la pérdida progresiva del color de la piel, ante la falta de la célula del melanocito, y la pueden adquirir quienes están expuestos a mayor cantidad de radiación solar) y el apodo de ‘perico’, porque el primer día que se presentó a trabajar llegó con un pantalón y una camisa verde; con sus ojos azules, el jefe le dijo: «usted se parece a un perico».
El fuego empezó cuando lo despidieron
Entre sorbo y sorbo de café relata su historia de vida: «expuse mi vida apagando incendio en el Cuerpo de Bomberos, era mi pasión, era un hombre feliz. Por la edad, cuando se dieron cuenta que ya no les servía, me sacaron como a un perro».

Armando Guerra,vendiendo cuchillos
Llegó como todos los días bien temprano y le dijeron que ya no hacia parte del Cuerpo de Bomberos. «Se me vino el mundo encima: estaba solo, mis padres habían muerto y no formé mi propio hogar por dedicarle toda mi vida al servicio a la comunidad».
Comenzó a de ambular por las calles para asimilar el golpe. «Pero no había bombero que apagara las llamas que quemaban mi corazón». Una a una salen las lágrimas, recordando como fue el incendio que cambió su vida.
«Buscaba alternativa de trabajos y me cansé de tocar puerta. Así que un día me fui a comprar cuchillos en el Miami del Centro y salí por las calles a venderlos».
Lleva cuatro años en este oficio. Hoy cuando tiene 80 años y sin ninguna seguridad social, se le ha complicado el ejercer las ventas ante la ola de inseguridad. La Policía le decomisa los cuchillos. «Cuando veo a un uniformado me escondo. Ahora me las ingenié para que no me los vean. Meto los cuchillos en este maletín que me regaló una señora».
Ahora vive entre cenizas

Armando Guerra recorre las calles vendiendo cuchillos
Todavía le quedan dos sorbo de café. Continúa su relato. «Yo vivo en el albergue El Gran Samaritano, que está ubicado en la carrera 38 con calle 35. Pero solo voy a dormir porque ese lugar es peor que la ‘cueva de rolando’, allí hay ladrones, prostitutas y maricas. Los cuchillos que no alcanzo a vender los debo guardar debajo del colchón de mi cama, por seguridad».
Ayer una señora le regaló una bolsa con ropa, cuando se levanté ya se la habían robado. »
No tomo los alimentos allí en el albergue porque la comida es como para cerdos. Prefiero comerme una
sola, ganada por el sudor de mi frente».
Cuando termina de tomarse el café, Armando narra que trabajó cuando joven como albañil en una empresa constructora, «pero me hicieron ‘conejo’, no me tenían afiliado al Seguro Social en materia de pensión. Mi vida en ese aspecto se quemó».
Ahora ya camina lento y soportándose de un pedazo de madera que hace las veces de bastón. Continúa su andar por las calles vendiendo cuchillos, huyendo para que la Policía no se los decomise y pueda trabajar hasta el día cuando las llamas lo hayan consumido todo.