La joven periodista Katheryn Meléndez comparte un cuento a los chachareros en esta época que se avecina de elecciones en Colombia. En realidad es una crónica muy propicia.
Por Katheryn Meléndez – Chacharera
Un cuento electoral
Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.
El sol calienta los tejados, la temperatura rodea los 32 grados centígrados y una fila de 300 personas, aglutinadas, sudorosas e impacientes se extiende después de unas rejas verdes. Funcionarios con chalecos azules se abanican con sus folders y en sus espaldas resalta el escudo y nombre de la alcaldía de la ciudad.
La señora de pechos prominentes calma a su hijo de 7 años que llora las golosinas del vendedor ambulante, un par de novios apaciguan la espera con sonrisas y besos furtivos, un anciano malhumorado se queja de la demora, y un señor alto vigila con empeño a los avivatos que tratan de colarse en los primeros puestos ya ocupados.
– !Sáquenlo!-, grita la señora de pechos prominentes mientras la multitud corea madrazos y otros insultos al que intentó ganar un puesto adelante.
– ¡Hijueputa! ¡No se meta! Yo llegué primero, pregúntele a la señora-, responde el avivato mientras se aleja en medio de insultos.
– ¡Malparido!¡le voy a preguntar a su madre!-, contesta el señor alto con las venas de la frente hinchadas.
Después de un rato la romería recupera su tedio acostumbrado y los curiosos se alejan mirando la multitud inquieta.
El niño de la señora sigue mirando al vendedor de golosinas que se pasea triunfante ofreciendo agua, cigarrillos y dulces, cobrando sin prisa, recorre de principio a fin la fila deteniéndose de cuando en cuando. Sobre las dos de la tarde se estaciona el vendedor de raspados y el novio de la señorita le llama, la chica a su lado sonríe y mira fijamente el contenedor de esencia de cola.
– ¿Ajá y cuánto es que están dando?-, pregunta el del raspao’ mientras entrega el pedido a la muchacha.
– Un primo mío es amigo de un candidato y por medio de él los conseguí a 70 lucas cada uno. Hay gente a la que le dieron 40 y así.
– Compadre, con eso soluciona la canasta de frías y la pipona del domingo-, ambos ríen.
– Claro, compadre. ¿Cuánto es por el raspao’?
– 800 pesos.
– Gracias, amigo.
Unos puestos más adelante mientras avanza con lentitud la fila, la señora de los pechos prominentes conversa con el cazador de avivatos que de vez en cuando aprovecha los descuidos de ella para hurgar con la mirada entre el escote de la dama voluptuosa.
– Y yo que me vine sin almuerzo, casi ni llego pero como era el último plazo tocó. La matrícula de Pedrito está sin pagar.
– Dígamelo a mí, que hace dos semanas no hacen sino joder los paga diarios. Ya está el malparido ese queriendo meterse. ¡Hey!- se dirige a los funcionarios de chalecos azules-, esos funcionarios que no sirven pa’ un culo, y que dizque manteniendo el orden.
– Oiga, ¿y a usted cuánto le ofrecieron?
– 100 mil barras.
– ¿Y quién es ese?
– Uno ahí para Cámara de Representantes. Yo pensaba zonificar en el pueblo de mi suegra, pero ya no me dio tiempo de ir por allá, estaban pagando hasta 150 mil. Lo llevan y lo traen a uno en bus.
La señora abre los ojos y asiente con la cabeza mientras continúa escuchando a su compañero de espera.
En la primera etapa de la fila las personas con sus documentos en mano se aproximan al puesto de zonificación. El procedimiento es simple, documento en mano se confirman los nombres, apellidos completos y el número de cédula, así como el registro de la huella digital en un dispositivo electrónico implementado para evitar posibles fraudes.
A la espera de su turno el anciano malhumorado mira el reloj, saca un pañuelo arrugado de su bolsillo y seca las gotas de sudor que le recorren la frente.
– Tantos años, ya es pa’ que estas cosas las hicieran de otra manera.
– ¿Entonces pa’ que vino, viejo?-, le pregunta el joven de adelante.
– Pues mijo, a mí la señora Carmen me ayudó con lo del subsidio de los abuelitos y hay que colaborarle también.
– ¿Y usted si vota por el qué es?
– A veces no entiendo esa vaina – responde de mala gana- con tantos nombres y caras a uno ya los ojos no le dan pa’ tanto. Cuando logro aprenderme el número lo marco, pero cuando no, marco cualquiera. A la larga da lo mismo.
– Oiga, abuelo, pero también puede votar en blanco. A mí me ha pasado varias veces, yo les acepto la platica y los escucho, pero a la hora de la verdad marco en blanco. ¡Pa´que sean serios!
El viejo y el joven se miran. El muchacho esboza una sonrisa burlona y avanza a su turno.
La jornada transcurrió en total normalidad, con sus respectivas discusiones, quejas y madrazos. Esa tarde la casa de justicia reinó en La Paz. Las gentes regresaron a sus hogares con la satisfacción del deber cumplido. La ciudad se engalana con los rostros y la retórica optimista de las consignas electorales, los candidatos comprometidos con sus ideas en una oda viviente a la democracia.