Por: Jorge Villareal Echona
A las tres de la tarde de ese domingo azaroso del 5 de enero de 1970, el avión aterrizó en el aeropuerto, Olaya Herrera, y él sintió la misma sensación de vértigo que le puede producir a cualquiera que llega por primera vez a Medellín, porque siente que está montado en un pterodáctilo antidiluviano intentando regresar a su nido entre montañas abrumadoras.
Salió del aparato con la dignidad de un vaquero del lejano oeste, pero algunos pensaron que caminaba con las ínfulas de un matador después de una faena exitosa, pero nadie imaginó que lo que realmente ocurría, le podía suceder a cualquier mortal por muy valiente que fuera.
En la recepción lo esperaba el presidente del equipo El Nacional, el señor Hernán Botero, que sin mediar palabras y sobreponiéndose al tufo, le dijo: usted será como una muralla de Cartagena para el fútbol colombiano; sin pensar que llegaría a ser el mejor delantero con una potencia tan efectiva que arrollaría con todas las marcas de las estadísticas nacionales.
Debió ser aterrador para un portero cuando veía venir la amenaza de un tanque de guerra – como lo llamaban- que era eficaz la mayor parte de las veces, y no los intimidaba tanto la vergüenza del inminente gol, como el tener que soportar para siempre el estigma de hacer parte del récord del semental que se había propuesto desflorar para la historia una y mil veces los arcos contrarios.
Nelson cayó con acierto, en el semillero de mujeres hermosas que don Benjamín Sarta venía cultivando con mucho esmero en el jardín de su buena familia, para orgullo de su estirpe, y desposó con su nieta Beatriz, una de las más bellas flores de su siembra en Barranquilla.
Don Benjamín, empresario exitoso y también político destacado, venía de una familia prominente donde el más reconocido era el general Eparquio que llegó a ser considerado como el único emperador natural gestado en el departamento del Atlántico, no solo por su inteligencia y su poder político, sino por su riqueza representada en descomunales posesiones de tierra que se perdían en el horizonte y no se medían en kilómetros sino por el tiempo de andadura de los caballos en faenas de semanas y hasta de meses.
Tuve la fortuna de ser amigo de la familia Sarta y esa circunstancia me abrió las puertas de su casa en Pto. Colombia pero nunca pensé qué Beatriz me ubicara en un sitio de preferencia al lado del líder en buen retiro, y mucho menos que nos dejara solos sin ninguna perturbación; entonces me sentí como debió sentirse García Márquez cuando se quedó aislado con el pontífice romano y encerrado en plena capilla Sixtina. Estaba intimidado porque lo único que sabía de Nelson es lo que todo el mundo conoce por el correo de internet, con el agravante de que no soy aficionado furibundo y mucho menos conocedor de futbol. Éramos dos extraños sentados por casualidad en una gradería sin saber de cual lado estábamos. Sabía que a su edad todos los humanos perdemos el sendero de los recuerdos y que él caminaba a pasos agigantados por ese entramado. No le hablé de los botines de oro que había merecido como goleador insigne, ni del homenaje que le habían hecho los Daes en la Ventana de Campeones, donde además de los precursores del Junior esculpidos en mármol con Fuad a la cabeza y Comesaña como excepcional centinela, también estaba la señora Micaela Lavalle como prominente fundadora del poderoso equipo tiburón, rodeados por el relato minucioso de la epopeya del Junior; pero también quedaban registradas para la historia, las huellas congeladas en cemento de los artífices del éxito como lo hacen con los artistas en Hollywood y con seguridad el debió sentirse al igual que un apóstol en un lavatorio de pies , pero en el Olimpo del futbol colombiano y eternizado para siempre.
En ese momento me sentí chapaleando en el pantano insondable de sus recuerdos perdidos, hasta que el mismo me condujo por una rendija que era mi canal encantado y me comentó sobre la vida en el más allá, y ahí me sentí mas cómodo intercambiando conjeturas.
Imaginé entonces que en el ámbito de otra dimensión, resonarían los estampidos de sus cañonazos certeros, sobre el abismo infito, atiborrado de los relámpagos de su lucidez talentosa , para la gloria del futbol y de las veleidades terrenales, y algunos pensarían en una tormenta celestial como presagio de un cataclismo; pero…que no se equivoquen, porque a cualquier lugar donde el vaya arrastrará la promesa de los mil goles, así tenga que enfrentarse en un cotejo a un equipo de Querubines que tendrían que soportar la incomodidad de jugar en desventaja un partido de futbol sin quitarse la solemnidad de sus alas.
Ahora voy de regreso con el desconcierto que te produce el desperdicio de una entrevista que no realicé a un personaje que ya pertenece a la mitología del futbol colombiano, pero con la certeza de que pude vislumbrar en la intimidad de su hogar sus proyectos para el futuro.