¿Recuerdan a Carlos «El Capo’ Herrera, el hombre que tuvieron que alimentarlo en su niñez con leche de burra para que pudiera sobrevivir?
Escrito Por Francisco Figueroa Turcios
¿Recuerdan que él fabricó una casa con pedazo de madera y cartón, en forma de barco, al lado del lote de Peldar en la vía 40?
Sí. Lo deben recordar porque está fresco en la memoria de nuestros cibernautas: Carlos Herrera fue quien encarnó la cuarta crónica de los «hombres de hierro».
Fernándo Sierra Ferrer, reciclador de oficio, quien lleva 15 años trabajando en el sector de la Vía 40 entre los barrios Siape y San Salvador, en Barranquilla, fue el primero en advertir del acto criminal que le ocurrió a su amigo y colega Carlos «Capo» Herrera, cuando desconocidos le quemaron su vivienda.
Así como Fernando lamenta el doloroso percance ocurrido a Herrera, todos los recicladores y vecinos del sector lamentan el cruel atentado contra el pobre reciclador, de quien hoy no se sabe a ciencia cierta qué ocurrió con su vida.
Si no se la quemaban, igual lo iban a echar
Lo único cierto es que más temprano que tarde iba a ser desalojado, pues en ese sector será construido el Centro de Eventos y Exposiciones del Caribe (Ceec).
«Da dolor que ‘El Capo’ Herrera, luchó para levantar su casita al estilo de barco para que el agua no le pusiera en peligro su vida. Para mi este hecho no es nada nuevo, a mí también me han quemado dos veces mi casa. La mía es aquella – muestra con la mano derecha- soy, bueno, era, vecino de Carlos. Cuando me la quemaron la primera vez, afortunadamente, no estaba en el momento, sino hubiera muerto achicharrado. Habría quedado como un chicharrón. Tomé una decisión: revivirla en el día y en la noche me voy a dormir por los lados del zoológico en una terraza», narra Fernándo Sierra, mientras observa los pedazos de palos quedamos y la abundante ceniza esparcida en que quedó convertida la casa de su amigo.
Alimentado con leche de burra
Carlos, quien es oriundo de Plato, Magdalena, nació con problemas gástricos, por lo que no asimilaba la leche de vaca, así que su tía, Elia Villar, luego de probar con leche de cabra y, por insinuación de la abuela de él, le dio leche de burra. Fue la solución.
Y a los trece años de edad, recibió la noticia que cambió su vida: su tía Elia le dijo la verdad: que ella no era su mamá, que su cuñada lo había acostado en una hamaca cuando apenas tenía dos meses y le hizo seña que se lo cuidara un rato pero jamás volvió.
«El Capo» tomó la decisión de dejar su tierra natal y se vino para Barranquilla: «Esa noticia me dio duro, por lo que tomé la decisión de abandonar mi pueblo, recogí el pasaje con varios amigos y me vine para acá. Por eso jamás le pregunté a mi tía por el nombre de mi mamá. Comencé a trabajar en Las Colmenas, en Barranquillita, y allí me gradué en la universidad de la vida. Soy analfabeto, pero empíricamente aprendí varios oficios como electricista, pintor de brocha gorda, jardinero y carpintero. Soy un luchador de la vida. A mi me jodieron los compañeros de Barranquilla, al ponerme el apodo de ‘El capo’, porque soy el único pobre, los demás son ricos”.
Ante la inseguridad que había en Barranquillita se ubicó al lado del lote de Peldar: «primero estaba sobre la Vía 40 y desde hace cinco años, sobre la carrera 82, construí una casa al estilo barco», afirmaba Carlos en la crónica «Hombres de hierro», que publicó Lachachara.co.
Se ganó la confianza de todos los vecinos del sector y recibía la ayuda de ellos dándole alguna alguna «marañita». Además él se rebuscaba con el reciclaje.
Carlos no vivía sólo, lo acompañaban 5 perros y dos gatos: solo la perra «laica» es la que merodea el sector, buscando rastros de su dueño, y un gato indefenso se salvó de las llamas. Desde lejos se escuchan sus aullidos. Debe ser del hambre y el frío.
¿Dónde está ‘El capo’ Carlos Herrera?
Cuando comenzaron los trabajos de construcción del Centro de Ferias del Caribe, él sabía que debía abandonar ese sitio para darle paso al progreso de Barranquilla, pero guardaba la esperanza de que lo ayudaran a buscar otro sitio donde vivir, ya que allí lleva 20 años rebuscándose cada día.
Sus amigos recicladores están asustados. Ellos dicen que piensan lo malo, para que suceda lo bueno. Que Carlos aparezca sano y salvo. Mentes perversas no faltan en ese sector en donde los seres humanos se ganan la vida a dentelladas. “Para nadie es un secreto que todavía en Barranquilla hay prácticas al estilo de los paracos: Se llevan a una persona y la desaparecen para siempre. Adiós luz que te guarde el cielo.
«Y ni quien responda. Ojalá las cenizas que quedaron de su casa fueran de los vapores de ese barco que construyó. Ojalá mi amigo esté tranquilo, navegando en ultramar”, dice otro reciclador amigo de Carlos, cambiando la pregunta oscura e incierta de su paradero por una quimera.