Barranquilla nunca había vivido un día así. Y todo por culpa de las llamadas ‘bandas emergentes criminales’, que es un enano que dejaron crecer los organismos del Estado encargados de extirpar ese cáncer de la sociedad.
Fue un jueves raro, porque por las calles se sentía un temor en el aire, una nostalgia por lo que antes fue la Barranquilla alegre y feliz, y no esta urbe gruñona, de temperaturas insoportables y de miedos en los tuétanos.
“Es que no nos dejan trabajar honradamente, señor periodista. A muchos colegas prácticamente los han obligado a desplazarse hacia otras ciudades, porque las cuotas de extorsión cada día son más altas. Impagables. Ya no aguantamos más”, dice Pedro Emiro, propietario de una de las tantas tiendas del barrio
Su colega Juan Pablo, un joven que se ha levantado a pulso, trabajando desde las tres de la madrugada hasta las diez de la noche, está muy triste. “Yo no heredé nada. No le he quitado nada a nadie. Lo poquito que tengo me lo he ganado trabajando día y noche a sol y sombra, pues me toca ir al mercado a comprar para surtir la tienda. Con tantos sacrificios y, de repente, uno se siente viviendo en una atmósfera amenazante. La verdad es que esto aculilla a cualquiera”.
Esa fue la causa del cierre de tiendas, pequeños restaurantes, cafeterías, estaderos, casas de cambio, compra y ventas, peluquerías, abarroteros y hasta algunos locales de servicios de mensajería. Lo único que estuvo abierto fue toda la cadena de almacenes, supermercados y supertiendas de grandes superficies. Que esas sí tienen medios de defenderse y les roncan los mofles ante cualquiera amenaza grande o pequeña.
El dueño de un restaurante en la Vía 40 dijo a secas: “yo le cuento todo lo que usted quiera, pero no ponga mi nombre, porque tengo hijos y mujer que sostener. Pero la verdad es que ya uno no aguanta más, si las autoridades no les ponen coto a los extorsionistas. Son hampones que andan por ahí como Pedro por su casa. Portan armas de uso reservado. Y uno no se explica cómo a estos señores no los retiene nadie. En cambio a mí, que me desplazaba en un taxi hacia el mercado a hacer la comprita para el restaurante, me quitaron un viejo chopo que yo cargaba en la pretina del pantalón, casi que de lujo, como una especie de talismán, porque, imagínese, a uno le sale una pandilla con pistolas automáticas y no tiene nada qué hacer para defenderse con un revolvicho de esos que me quitó la patrulla”.La misma fuente precisó que, según se comenta en voz baja en la zona del mercado, todo el mundo sabe que la mayoría de los jefes de las llamadas ‘Bacrim’ manejan a sus matones desde las cárceles de la ciudad y desde algunas otras penitenciarias del país. Asegura que todo el mundo sabe quiénes son. Conocen su modo de operar. Usan celulares fáciles de interceptar e identificar a sus dueños. Tienen listados de comerciantes a extorsionar, con sus montos y sus totales y forma de repartirse la marrana.
“Si tan solo hicieran una operación barrido en las cárceles, se encontrarían con el nudo gordiano de estas mafias. Ellos todo lo tienen grabado en sus teléfonos inteligentes, en sus USB, en sus portátiles. Y, como es lógico, tienen los nombres de sus lugartenientes, cabecillas y sicarios que andan sueltos por la calle haciéndoles las ‘vueltas’, que en plata blanca es cobrando la ‘vacuna’ o matar a quien se niega a pagarla”.
Por eso Barranquilla amaneció este jueves muy rara. El viejo vecino, esquelético y quejumbroso, lamentaba a las diez de la mañana porque no se había desayunado con su huevo cocido, su pan blando y su café con leche. Se olvidó anoche de que al día siguiente era el paro tendero. “¡Qué vaina, hombre! Esta Barranquilla hermosa se nos está dañando por culpa de unos pocos desgraciados”, se quejó el viejo vecino con su barba de dos días. Porque ni eso pudo hacer hoy: afeitarse, pues se olvidó también de comprar ayer la prestobarba.
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