Llegó a Estados Unidos y se vinculó a la organización One World Center. Aprendió inglés, lo echó a la maleta y partió a Mozambique, sureste de África, a cumplir la misión señalada.
Farly Yorley Portilla Jiménez, comunicadora social de la Universidad de Pamplona, en Norte de Santander, prosiguió con el programa de radio escolar que había emprendido su esposo, Andrés Noriega Rodríguez, a su paso por la villa Nwachicoluane y dirigida por la organización humanitaria People to People (ayuda del pueblo para el pueblo).
La realidad en Mozambique era dura. “Tenía frente a mis ojos la pobreza cruda. Niños enfermos, desnutridos, descalzos, armando pelotas con bolsas de plásticos y arena para jugar fútbol. Me sentía extraña ante otra cultura”.
Primero la vincularon con el programa “Comida para saber” que lucha contra la desnutrición. Contribuyó a construir letrinas y a proporcionarles comida balanceada. Su comida se reducía a un plato de “chima”, una especie de mazamorra de maíz. Viajó por diferentes distritos replicando el proyecto.
Con frecuencia los niños hablan su lengua nativa “changane” y el otro reto de la pamplonesa fue aprender portugués para enseñarles y motivarlos ir a la escuela. Al principio necesitó de traductor. Construyó una escuela, en compañía de otros voluntarios, y creó un periódico para difundir información a los estudiantes con edades entre 4 y 6 años. Hizo una jornada de recreación para 150 niños “y la experiencia fue gratificante”.
En Mozambique las mujeres cargan con el peso del trabajo. Se ocupan de los niños, de recoger agua y leña, cocinar, lavar la ropa, cultivar y cuidar de las vacas y cabras. Los hombres se reúnen con los otros chicos.
No existe control de natalidad y por eso la nortesantanderana contrató a un especialista en el tema para dictar charlas y aplicar métodos que sirvieran para evitar embarazos no deseados. Las mujeres recibieron píldoras anticonceptivas y a dos de ellas se les puso implante en los brazos.
Reunió a las mujeres embarazadas para enseñarles cómo prevenir el sida y todo lo relacionado con el parto.
A pesar de haberse enfermado, de hepatitis y malaria en distintas etapas, no se detuvo en su misión y se vinculó con la asociación “Kuyakana”, que fue creada en 1999, en la misma villa y ayudó a los quince huérfanos por el VIH, entre 10 y 16 años.
Su deseo de contribuir a disminuir la pobreza era imparable. Se dio cuenta que la asociación contaba con herramientas de carpintería y costura, pero no las tenían funcionando, y decidió recaudar fondos para pagar un profesor en una ciudad cercana llamada Chokwe.
“Mi sueño era que los niños aprendieran un arte, que fueran autosostenibles para que en el futuro puedan conseguir un trabajo”. Los menores quedaron aprendiendo a diseñar en madera y en textil.
Cumplido los seis meses de misión. la comunicadora social regresó, en noviembre del año pasado, a Colombia y desde enero emprendió una serie de charlas en colegios, universidades y ante algunos establecimientos en Bucaramanga, Pamplona y Cúcuta, donde hizo sus prácticas como egresada de la Universidad de Pamplona.
En Cúcuta laboró como periodista en la secretaría de Hacienda del municipio y también en las emisoras Radio San José y La Voz del Norte. Hizo prácticas en La Opinión. Farly Portilla tiene un pequeño hijo que deja en casa de los suegros mientras viaja como misionera. Su ideal es vincular a más voluntarios a la organización One World Center. Su segundo ciclo empezará a mitad de año con el mismo entusiasmo de luchar contra la pobreza. La moraleja de toda esa vivencia en medio del corazón de la pobreza de Mozambique es que los menores a pesar de no contar con juguetes, ni ninguna clase de tecnología para estar comunicados con el mundo, siempre permanecen sonrientes y alegres. Eso la motiva a continuar con una labor, que ni siquiera ella había descubierto que servía después de conocer los miles de rostros de los niños de Mozambique.