CrónicasEspeciales

Pecado en el Santo Sepulcro

La vida diaria de las putas en Génova tiene la rutina de esperar a que el cura aparezca por los callejones a bendecir los hogares. Crónica.

Por María Cecilia Reyes

Foto: Raúl Blanco.

Foto: Raúl Blanco.

9:34 AM ya es tarde. Mi objetivo era llegar a la Universidad a eso de las nueve, pero bueno, extenderé el plazo hasta las 10. En 5 minutos llego al Café del Porto, desayuno un capuccino con un pedazo de focaccia, y subo a la Facultad que se encuentra justo frente al bar. Según mis cálculos cotidianos, a eso de las 10 menos 5 ya estaré iniciando labores.

Entre todos estos pensamientos, me pongo la chaqueta, me cuelgo el morral en la espalda y salgo de casa. Mientras estoy cerrando la puerta del apartamento con triple llave, se me acerca un cura vestido con sotana negra y cleriman. Un hombre adulto no muy viejo, en sus 50 años, de piel y ojos claros, lleva puestos unos lentes y carga consigo un maletín negro, a leguas se ve que viene de la montaña, que sería el típico cura cachaco enviado a la Costa.

“Buongiorno figlia, voi benedire la tua casa?” me pregunta. Ante la sorpresa de encontrarme un cura en mi viejo edificio del medioevo y mi afán por llegar lo más rápido posible a mi cita con mi capuccino matutino, mi cerebro se toma un poco más de un segundo para hallar una respuesta cortés pero negativa ante la petición del sacerdote. Después de todo, hace mucho abandoné toda creencia religiosa, “perdóname padre santo”, pienso, y me río. Si me viera mi abuela. “Mi scusi don, devo scappare”.

El cura, que por su cara parecía estar más aliviado que contrariado con mi respuesta, se apresura entonces a salir él también, se nota que no está de humor para andar repartiendo bendiciones a diestra y siniestra, tiene la frente sudada y sus cachetes campechanos completamente rojos, mala suerte que aún le quedaban dos pisos por visitar, al menos en este edificio, el primero y el piano terra. Pasamos el primer piso, yo delante y él detrás, vi que la puerta estaba cerrada, y escuché también que el padrecito no se había detenido a tocar.

Génova Chechi Reyes 2

Foto: Raúl Blanco.

A este punto mi curiosidad se había despertado, presentí que el cura ya conocía mi edificio, y que sabía de sobra quiénes son las habitantes del apartamento del primer piso y del piano terra. Bajamos entonces al piano terra, siempre yo adelante pero atenta a los movimientos del Don, como se le llama en Italia a los curas. Vi que ambas puertas a lado y lado del pasillo estaban entreabiertas y sin el escueto candado que las asegura. Abro la puerta de la calle, con el curita esperando detrás de mi, apenas se abre salgo y más atrás el cura aprieta el paso y sale él también al vico más estrecho y oscuro de toda la zona, el Vico del Santo Sepolcro.

Génova Chechi Reyes 1

Foto: Raúl Blanco.

Aquí me detengo para explicar lo que es un vico. El vico, en italiano, o carruggio, en dialecto genovés, es un callejón oscuro y estrecho, a los lados se alzan edificios seculares de hasta 8 ó 10 pisos, algunos nobles de ventanales enormes y techos decorados con frescos renacentistas, otros humildes de ventanas chicas y paredes agrietadas. Génova, para defenderse de los ataques piratas desarrolló una arquitectura única y muy particular, con altos edificios y callejones muy estrechos, donde una persona puede estirar sus brazos de lado a lado y tocar las paredes de los edificios, donde no es posible evitar la mirada de la persona con la que se cruza, donde es extremadamente fácil perderse en este laberinto que trepa hacia la montaña como los tentáculos de un pulpo gigante.

Curiosamente las dueñas del vico no se encontraban en sus lugares habituales, es decir en el pequeño pórtico del edificio. Yo giro a la derecha y el padre a la izquierda, yo disminuyo el paso mientras el cura agarra más fuerte el maletín y se dispone a escapar del Santo Sepolcro. Hacia la derecha, al fondo del vico, se encuentra Vía San Luca, una de las más amplias, comerciales y vivas del centro histórico aunque no supera los 3 metros de ancho, y que es la vía que me lleva a la Universidad todos los días. A la izquierda en cambio, hacia dónde se dirigía el padrecito, se encuentra la Piazzetta del Santo Sepolcro, donde de día se agrupan una decena de prostitutas colombianas y dominicanas, mujerones de 30 años en adelante, corposas y sin vergüenza, también se encuentran unas cuantas prostitutas italianas o del este de Europa un poco más mayores, de unos 50 años, y lo asombroso, unas tres o cuatro, italianas de la vieja guardia, de unos 70 o quizás más años, a esperar clientes.

Génova Chechi Reyes

Foto: Raúl Blanco.

En la esquina, el negocio del árabe, fuera se reúnen fornidos jóvenes africanos que venden hachís y marihuana, beben, hacen negocios y a veces hasta cantan. Las prostitutas latinoamericanas hablan un español entre caleño y dominicano, mezclado con palabras italianas. Ninguna se hace llamar por su nombre. Aquí son Petra o Giovanna, visten atractivas ropas ceñidas al cuerpo, pelucas hasta la cintura que ocultan sus raíces afrolatinas, botas de piel y la mirada de roca.

El vico del Santo Sepolcro y en general, los vicos del centro, son famosos por las prostitutas diurnas, quienes inician sus jornadas laborales a las 8 de la mañana y terminan a las 8 de la noche, se sientan en las puertas de los edificios, incluido el mío, y desde San Luca o los vicos adyacentes sólo se ven un par de piernas con tacones que invitan a los viejos solitarios a pegarse una sacudida. Las cincuentonas italianas, fuman y se visten raro, tienen un aspecto más rudo, dan vueltas en un mismo punto y hablan cerradamente entre ellas. Están también las que yo llamo las veteranas, de cabellos blancos, que pasarían por cualquier abuela, se sientan en sus sillitas con la sobriedad que les da la edad y con la autoridad que les da la experiencia, a esperar quién sabe a qué viejo cliente de toda la vida.

Génova Chechi Reyes 3

Foto: Raúl Blanco.

Los travestis no entran en nuestro cuento, pues tienen su propio reino, la zona de Vía del Campo, más conocida como il ghetto, detrás de mi facultad. Fabrizio De André, genovés, uno de los más grandes, sino el más grande, de los cantautores italianos del siglo pasado, dedicó durante su carrera musical más de una canción a las prostitutas del centro histórico de Génova, como La Cittá Vecchia, o la famosa Vía del Campo dedicada a un prostituta travesti.

Las latinas me caen bien, son gentiles y les puedo hablar en español. Muchas veces desde mi ventana pongo algo de salsa, vallenato o merengue y las oigo cantar alegres. El vico al ser tan estrecho crea una resonancia particular de los sonidos que se producen abajo, haciéndolos rebotar en ascenso hacia la parte superior del callejón, este fenómeno hace que dentro de la casa se escuchen conversaciones en árabe, italiano, español o alguna lengua africana de cualquiera de los transeúntes del vico, una situación pintoresca pero no muy agradable.

Mis “amigas” se cuentan cómo les va en el día, que hicieron de comida la noche anterior, y ríen todo el día. A fin de cuentas, desde fuera y en completa ingenuidad, no parece que lleven una vida extremadamente dura como las de las prostitutas de calle que trabajan en latinoamérica, o incluso esas que se las ve de invierno semidesnudas a los lados de las autopistas de las ciudades europeas. Las del Sepolcro son dueñas de su vida, no tienen ningún patrón que las presione, viven prácticamente en su lugar de trabajo, trabajan de día, y se dan el lujo de elegir a sus clientes. Pero vaya usted a saber.

Alguna vez me topé con alguno de sus clientes en el portón del edificio o en las escaleras, algunos son viejos lobos de mar, otros, simples mundanos, que a la voz de un mi amor y una piel canela se derriten. Ya conocen los vicos, los portones y han elegido sus muchachas preferidas.

Foto: Raúl Blanco

Foto: Raúl Blanco

Un día de verano, caluroso y pegajoso, caminando por los vicos del barrio, escuché a una de ellas tratar de convencer a un viejo genovés que caminaba despistado, pero el viejo andaba tranquilo a botar la basura en uno de los contenedores donde un grupito de cuarentonas latinas se sientan a esperar cliente. “Fa troppo caldo” (hace demasiado calor) responde el viejo con picardía, las mujeres concuerdan y se echan todos a reír.

No ha alcanzado a llegar el curita hasta la Piazzetta del Santo Sepolcro cuando de mi edificio salen cuatro mujerones: Morena, Telma, Yuri y Taty, Morena y Yuri, dominicanas, Telma y Taty, negras del valle. Salen afanadas y riendo, sin la típica mirada impenetrable con la que suelen trabajar, por el contrario se les veía radiantes y coloridas.“Don! Don!”, llaman al padre con confianza. El curita se gira despavorido y al mismo tiempo derrotado. “Venga venga, Don, a benedire la nostra casa”, dice Morena, la dominicana mayor, con un italiano golpeado y exótico. Entre las cuatro lo rodean, mientras More lo lleva por el brazo.

El curita con su sotana sudada, su maletín de cuero y sus cachetes colorados, cabizbajo, vuelve al viejo edificio, a bendecir las habitaciones donde estas latinas hacen pecar a más de uno.

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