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Orlando Rodríguez, el Concejal que rompió esquemas en el Concejo de Barranquilla

Orlando Rodríguez Saavedra, el exconcejal de Barranquilla que falleció este sábado a los 65 años de edad, cambió muchas costumbres en el Concejo local.

Escrito por: Rafael Sarmiento Coley – rafaelsarmientocoley@gmail.com
Director

Cachaco

A él se le reconoce el mérito de haber asumido un liderazgo en la sombra. De bajo perfil. Poco protagónico con el micrófono en manos.

Eso era en apariencia. En la vida real en el Concejo de Barranquilla no se movía un papel, ni se aprobaba un proyecto de acuerdo, sin la ‘seña’ de Orlando Rodríguez Saavedra, mejor conocido como ‘El Cachaco’ por haber nacido en Tunja, Boyacá, el 3 de septiembre de 1947.

Muy joven se vino con sus padres, quienes se trasladaron a Barranquilla cansados de sembrar papas y rábanos en las faldas de los cerros boyacenses.

Una carrera como un rayo

Se instalaron en una casita vieja en el añejo barrio San Roque, en donde desde entonces había que andar con los ojos abiertos como un plato. Claro, en esa época se peleaba a las trompadas. No como ahora que en la llamada ‘zona cachacal’, según el vecindario, hay que entrar disfrazado de puñal.

Pronto el Cachaco empezó a estudiar en la Universidad del Atlántico. Quería tragarse el mundo. Inició dos carreras simultáneas (administración de empresas y economía) y ambas las terminó.

Ya desde Tunja traía su gusanillo político. Allá fue militante activo del Movimiento Internacional Revolucionario (MIR). Aquí encontró nido en un movimiento que reclutaba a muchos jóvenes universitarios de ideas izquierdosas. El movimiento Acción Liberal Popular (Alpo) que dirigía el entonces Congresista Emilio Lébolo De la Espriella.

El Cachaco fue un alumno aventajado. Muy pronto ya estaba instalado en el Concejo de Barranquilla como titular. Eran los tiempos en que el veterano Alfonso Manosalva, martileyista, era el amo y señor del Concejo. Era el que mandaba. Daba o negaba la palabra a quien le daba la gana.

Orlando Rodríguez se casó con la educadora Julia Martínez. Ella misma después fue Diputada. Tuvieron dos hijos, Boris (quien fue compañero de secuestro de su padre en la célebre ‘pesca milagrosa’ de la Ciénaga de El Torno en el parque-isla Salamanca) y Camilo, quien llegó a ser Senador.

El Tom Lasorda del Concejo

Antes de ese fatal secuestro, Orlando Rodríguez fue un Concejal sagaz. Como le gustaba el béisbol, admiraba mucho a Tom Lasorda, el manager de los Yanquis de Nueva York, que jamás hablaba. Todo lo manejaba con señas. Y eso mismo aplicó el Cachaco en el Concejo de Barranquilla.

En un caluroso debate contra el Alcalde de turno, si el mandatario enviaba un emisario diciendo que se rendía y daría todo lo que los Concejales pedían, Rodríguez se rascaba largamente la barbilla y caminaba por todo el redondel de las curules del Concejo. Así, con señas rascándose la barriga, la cabellera o la oreja derecha, calentaba, enfriaba, o finalizaba un debate por candente que estuviera.

Por eso le decían, además de El Cachaco, ‘Tom Lasorda’. Era ostentoso. Coleccionista de armas de todos los calibres. Y a lo Rodríguez Gacha, alias el Mejicano, tenía una foto en la sala de su casa, al tamaño natural, vestido de charro con un sombrero negro de alas anchas y un perchero con una veintena de las más sofisticadas y modernas armas. Y, por supuesto, las primeras armas que consiguió en el barrio San Roque. Eran armas hechizas. Fabricadas en casa.

Con su sagacidad, descubrió a tiempo que ciertos funcionarios de la Alcaldía se llenaban los bolsillos con los sobornos para adjudicar contratos de directorios telefónicos, para pavimentación de vías, aumento de impuestos. Entonces él montó una especie de sindicato disciplinado. Era una muralla china. Por ahí no pasaba nada, si antes no había ‘el cace’ o lo que hoy llaman ‘la recarga’.

De esa manera muchos concejales se volvieron ricos y hasta compraron fincas a las que, sin ocultar la alta dosis de cinismo, bautizaron con el nombre del negocio que les había proporcionado la plata para comprarla. Así hubo mansiones campestres que se denominaron ‘El Directorio’, ‘La Telefónica’, ’La Vía 40’.

La Ciénaga del Torno

La vida de Orlando le sonría. Era una época próspera. Tenía una buena casa residencial y un penhouse. Hasta cuando llegó aquel aciago 6 de junio de 1999. Ese día 9 personas de diversas condiciones sociales y disciplinas profesionales decidieron hacer un paseo por el parque Isla Salamanca. Entraron por el caño que comunica con la ciénaga de El Torno, frente a Las Flores en Barranquilla.

A poco de adentrarse en aquel paraíso, todo se les convirtió en un infierno. Unos supuestos hombres del ELN los redujeron a la impotencia a punta de armas cortas y largas. Ahí empezó el calvario que para Orlando terminó el 27 de enero de 2001. Eso significó el estrangulamiento de Orlando.

Retornó enfermo. Con el corazón enfermo. Con diabetes. Con los riñones afectados. Y, para colmo de males, sus secuestradores, además de exigirle una cuantiosa suma de dinero, lo obligaron a construir varias calles y donar bibliotecas dotadas de computadores en barrios subnormales del sur de Barranquilla.

Para reunir parte de ese dinero el Cachaco acudió a un viejo amigo sincelejano, Joaquin García, el popular Joaco García, con quien en el pasado había realizado varios negocios.  La mansión en Barranquilla estaba valorada en mil millones de pesos. Orlando le dijo que le prestara $200 millones, que tan pronto él se recuperara, le pagaba ese dinero, más los intereses.

Joaco, en vez de valer el trato, a las pocas semanas vendió la mansión por mil quinientos millones de pesos y de eso no le devolvió a Orlando ni un peso. Tiempo después Joaco hizo tantas maldades y trapisondas que los sobrevivientes del grupo de los Castaño (Carlos, Fidel, Vicente) lo citaron en Medellín para arreglar cuentas y jamás se volvió a saber de él.

En ese inframundo del paramilitarismo y las bacrim se dice que a Joaco lo obligaron a entregar las claves de sus cuentas corrientes y de ahorro, las escrituras de casas en varias ciudades y fincas. Cuando se negaba a una de esas exigencias, con la sierra eléctrica le cortaban un pie, una mano, o una oreja. Así terminaron desmembrándolo.

Poco antes de morir este sábado a los 65 años de edad, Orlando se enteró, por intermedio de un amigo suyo boyacense que todavía anda en esos negocios, la suerte que había tenido Joaco García. El amigo le dijo a Orlando: “No te preocupés, Cacha, que así terminarán todos los que te hicieron daño. Y aquí en Barranquilla hay varios de esos, que, como hienas, bebieron de tu sangre aprovechando tu secuestro”.

Al Concejo lo respetaban

Una de las pautas que marcó el Cachaco a su paso por el Concejo de Barranquilla es que, en su época, la Administración respetaba a la Corporación y aceptaba que se le hiciera el control político, aunque casi siempre terminaba con una ‘recarga’. Desde luego, también impuso modalidades indeseables, como la de hacerle espionaje a un concejal que se oponía al proyecto de cambiar de concesionario para el directorio telefónico. Como el concejal renuente era asiduo visitante de los moteles de Juan Mina, un buen día apareció en la oficina particular del concejal un buen paquete con fotos a todo color, muy insinuantes, en paños menores, con novias que cambiaba cada día como cambiar de camisa. Hasta ahí se opuso al proyecto. Lo que nunca se supo fue si también aceptó la abultada propina que por esa aprobación dio la firma ganadora.

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Director general de Lachachara.co y del programa radial La Cháchara. Con dos libros publicados, uno en producción, cuatro décadas de periodismo escrito, radial y televisivo, varios reconocimientos y distinciones a nivel nacional, regresa Rafael Sarmiento Coley para contarnos cómo observa nuestra actualidad. Email: rafaelsarmientocoley@gmail.com Móvil: 3156360238 Twitter: @BuhoColey
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