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Opinión.-Las sombras de los 8 años de Uribe

Si no se hubiesen cometido tantos errores, si el Presidente no asume posturas de mesías y cuasitirano, hoy tendría el fervor y la simpatía de todo un pueblo. 

 Por Canuto Encarnación Espejo

espejoencarnacion@gmail.com

Algunos paisanos que salieron después de mí de la serranía del San Lucas me preguntan “por qué ahora eres santista hasta la cancha, si Santos traicionó a Uribe, de quien tú decías que era el mejor Presidente que ha tenido Colombia en toda su historia?” Lo dije y lo sostengo. Uribe hubiera pasado a la historia como el mejor Presidente de Colombia, si la ambición del poder y los lagartos que lo rodeaban en su trono presidencial, no lo entusiasman para cometer una locura como esa de cambiar un “articulito” para perpetuarse en el poder. Es decir, a su manera, con un disfraz de marimonda que no le quedaba nada bien, quiso hacer exactamente lo que él tanto les criticaba a sus vecinos el difunto Hugo Chávez, Rafael Correa, Evo Morales, y el chiflado de Daniel Ortega.

Uribe para Canuto2Pero ahí estaban los lagartos como Fabio Echeverri, Fernando Londoño, José Obdulio Gaviria, y tres o cuatro senadores y media docena de columnistas y abogados de la mafia que vivían en la Casa de Nariño como si aquel fuera un hotel cinco estrellas. Vivian intrigando. Hablándole al oído al rey. Usted no puede dejar su magnífica obra a medias. Usted tiene que seguir cuatro años más. Y después otros cuatro. El señuelo es que todavía la culebra está viva, tiene la cabeza entera y ahí es, en esos colmillotes, en donde tiene el veneno concentrado. Hay que aplastarle la cabeza con un bombazo del avión fantasma, que borre del mapa de Colombia hasta el bastón y la ruana de Marulanda. O Tirofijo, como quieran llamarlo, total, ya el pobre murió y se dio el lujo de morir de muerte  natural. Se burló de Uribe. De todos.

Cuando las Farc no atacaban, los lagartos de Palacio convencían a un grupito de militares desvergonzados para que se fueran de cacería. Se buscaran unos muchachos vagos a mucha distancia de Bogotá, los vestían de guerrilleros, les ponían un fusil AK-47 y a darles bala para que aparecieran como “muertos en combate, mi General”. Los famosos falsos positivos. ¿Cuántos casos hubo? El país perdió la cuenta. El país nunca supo qué pasó con el accidente de Pedro Juan Moreno. Murieron él y su hijo.

El país vino a saber muy tarde que el director del DAS Noguera, samario, a quien a sus espaldas le decían Chapulín colorado porque quería parecerse a James Bonn y no podía con las tres pistolas cañón largo y con silenciador que cargaba debajo de la gabardina que ocultaba un chaleco antibala que le llegaba a las rodillas. Repito, el país vino a saber muy tarde que ese muchacho sufría de delirium tremen, apenas le funcionaba medio cerebro, porque la mitad de su materia gris, era roja. Por eso mandó a matar a tanta gente inocente. Como al bacan profe Alfredo Correa De Andreís. Nada más que porque unos paramilitares le dijeron que sí, que ese cabellón era instructor de la guerrilla.

El mayor despliegue jamás realizado en el país se hizo en los 8 años de Uribe para acabar con las Farc, porque de esa manera se eliminaba el principal cartel del narcotráfico en la actualidad. Pero, si bien es cierto que la guerrilla de izquierda devino en delincuencia común y narco, mientras se visibilizaba al máximo cualquier pequeño o grande cargamento decomisado a las Farc, se dejaban pasar cientos de toneladas de los grupos armados ilegales que le colaboraban bajo cuerda a la ultraderecha. Cuántos Senadores y Representantes no salieron con cantidades enormes de votos producto de la “ayudita” de los narcos “decentes” (vale decir, los de la ultraderecha).

Si Uribe no se pelea con casi todo el vecindario y por poco nos mete en una guerra estúpida. Si Uribe no hace tantas trampas y semejante despilfarro de dinero y notarías para que le aprobaran la segunda reelección (ya no conforme con cambiar el primer “articulito” y se va feliz al Ubérrimo una vez terminado sus primeros cuatro años, hoy la romería de gente visitándolo no cabría en un estadio como el Maracaná. Ya le hubieran levantado una estatua en todas las plazas del país. Y la gente al pasar, con toda seguridad, saludaría “Adiós, Presidente”. Pero seres humanos de esas virtudes excelsas se dan una vez en 100 años.

Y ahora quiere hacer algo peor: Gobernar en cuerpo ajeno. Poner a un hombre que tiene cara de ser buen marido, buen hijo, buen padre, próspero empresario honrado, como mampara para seguir haciendo las maldades uribistas. ¡No! Eso no tiene perdón de Dios. Óscar Iván Zuluaga, ni su pueblo natal, Pensilvania, al que convirtió en una tacita de plata en dos periodos de alcalde en forma intermitente, no seguidita como el estilo Uribe, merecen que pase a la historia como el títere del tirano.

Cuánto va del Uribe hambriento de poder, tahúr,  taimado, tramposo, embustero, cínico y deslenguado cuando estalla su santa ira, ese momento en que doña Lina y sus muchachitos prefieren meterse debajo de la cama para no escuchar los madrazos, los “marica, si estuvieras aquí te daría tres cachetadas”,. Repito, cuánto va de ese Uribe todopoderoso, a aquel sencillo hombrecito que, tras cumplir sus cuatro años de Presidencia, se fue a Chía, en donde tenía una modesta casita-huerta. Se fue del Palacio Presidencial, increíble, pero cierto, en una bicicleta de manubrios cachoevaca.  Modo de transporte que jamás abandonó. Ni aceptó edecanes ni escoltas. Y todos lo veneraban. Ese Presidente se llamó Alberto Lleras Camargo. Muchos dirán: “ese tipo no era de por aquí…era un marciano”. Tal vez. Pero siempre despreció el barril de los marranos. El presupuesto nacional alrededor del cual bailan los marranos disfrazados de los Londoños, los Echeverri, los José Obdulio, los abogados lagartos que se han enriquecido defiendo a los narcos, a los congresistas lambones y sacamicas. Por eso es que he llegado a la conclusión de que Santos, aunque cometió el pecadillo de la reelección, no caerá en los excesos de su mentor. Entre otras cosas porque vienen de cunas distintas. Y algo tiene que ver eso en el comportamiento de un ser humano a lo largo de toda su vida.

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