No le pesan los 84 que tiene encima porque nunca ha sido un hombre de acumular fortunas. Con media docena de sus éxitos podría vivir a todo lujo. Prefiere vivir tranquilo y feliz criando bisnietos en el barrio San Isidro.
Por Rafael Sarmiento Coley
En una casita modesta a mitad de cuadra del caluroso y popular barrio San Isidro vive este hombre silencioso, taciturno, con 84 años encima (nació en Barranquilla el 17 de septiembre de 1935), y quien ahora anda con un amigo inseparable, el marcapaso “porque ya el ‘mango’ me pegó un tremendo susto”, dice Morgan Blanco con una sonrisa socarrona.
No podía ser tan asertivo Heriberto Fiorillo y el formidable equipo que lo acompaña en la titánica tarea de mantener el altísimo nivel del Carnaval Internacional de las Artes, sino se hubiesen acordado de un auténtico maestro de la música que los barranquilleros han bailado por más de medio siglo.
¡Qué bien que se hayan acordado de Morgan!, quien en su época de oro opacaba a una que otra estrella internacional que llegaba con aires de quítate tú pa’ ponerme yo, y terminaban arrumados en un rincón de ‘Mi Quiosquito’ cuando Morgan, Carlos Román y Lalo Orozco salían al ruedo.
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Sobre todo, porque varios temas de la autoría de Morgan Blanco como ‘Nada’, ‘La matica de mafafa’, ‘La picazón’ y ‘El lápiz’, entre otros, eran éxitos en Venezuela, Panamá, México y los territorios de Estados Unidos cercanos a la frontera azteca.
Así empezó su periplo
A los ocho años de edad descubrió la magia que tiene el acordeón. Era un instrumento viejo, de apenas dos hileras de botones y un fuelle corto. Era de su hermano mayor, quien salía a trabajar y Morgan quedaba con el acordeón por su cuenta. Un día su hermano regresó del trabajo en forma repentina y Morgan, asustado, le pidió perdón por haber tomado el acordeón sin su permiso.
“Hombe, Morgan, si yo compré ese aparato fue pensando en ti, porque yo no doy pies con bola para tocar ni la piña madura”. A partir de esas palabras cómplices de su hermano mayor, Morgan le cogió más cariño a esa caja que se estira y se encoje dejando en el aire un sonido quejumbroso y nostálgico.
Por esos tiempos estaban de moda los hermanos Roberto (guitarrista y cantante) y Carlos Román, Los hermanos Román, oriundos de Cartagena y radicados a temprana edad en Barranquilla por ser esta una ciudad que desde entonces desafiaba a los espíritus más alegres para que se metieran en un torbellino de rumba, de baile, de mujeres que meneaban el caderaje como si quisieran llevarse el mundo por delante.
Los Vallenatos del Magdalena
En aquellos tiempos, Los hermanos Román, con el acordeón de Aníbal Velásquez (que también era “un pelao flacuchento, no como ahora que parece un novillo de engorde”), crearon el conjunto Los Vallenatos del Magdalena, un poco antes de que irrumpieran los cienagueros Guillermo Buitrago, Ángel Fontanilla y Julio Bovea.
Si aún en estos tiempos de tanta tecnología y desarrollo de la información y las comunicaciones todavía se ven candentes litigios por descarados plagios que violan de un plumazo normas internacionales de derechos de autor, es de imaginar todas las tropelías que en estas materias se registraban en aquellos tiempos.
Buitrago y sus muchachos (Bovea era la primera guitarra, Fontanilla la segunda y Buitrago cantaba y rasgaba la guacharaca), se vinieron a Barranquilla a hacer sus primeras presentaciones y a grabar su repertorio, como ‘El ron de Minola’, ‘La araña picúa’, y la célebre ‘Víspera de Año Nuevo’ que Buitrago firmó como si fuera de su autoría, siendo que desde mucho tiempo atrás todo el mundo sabía en la vieja Provincia de Padilla y el Valle de Upar que ese tema era, de manera irrefutable, del consagrado compositor y ganadero poderoso Tobías Enrique Pumarejo.
Buitrago tuvo que reconocer que ese tema tenía su dueño. Entonces se metió con la música de Escalona. A muchas de las canciones les cambió el nombre para despistar, ignorando que Escalona solía cantar a capela todo su repertorio en una tienda-cantina de Barranquilla que denominaban ‘La Cueva’ debido a que la mayoría de sus contertulios eran cazadores. O por lo menos fungían de tales aventuras.
Escalona, un tanto molesto, le contó a su amigo y también asiduo visitante de La Cueva, Gabriel García Márquez, lo que le estaba sucediendo con su obra musical. Gabo agarró el tema por los cachos y empezó a defender la obra de su amigo Escalona. A pesar de tener entre pecho y espalda dos años de abogacía en la Universidad Nacional, Gabo acudió más al sentido común que al derecho y la ley. “Los personajes de las canciones de Escalona tienen nombre propio y pertenecen a su entorno sentimental”.
Las canciones de Escalona eran historias reales, un perfecto relato lleno de metáforas, de costumbrismo puro y su mundo íntimo que, por supuesto, Buitrago desconocía por completo.
Aníbal se marchó
Los hermanos Carlos y Robertico Román era el grupo de moda, digamos como lo son hoy Silvestre Dangond, Peter Manjarrés, Jorge Celedón, Iván Villazón.
Vivían de fiesta en fiesta. Con buenos ingresos. Aníbal consideró que ya era hora de abrir tolda aparte con su hermano José ‘Cheito’ Velázquez. Así fue.
Los hermanos Román tenían un gallo ‘escondido’. Y aprovecharon para sacarlo a la luz pública. Ese pollo era Morgan Blanco, quien ya era reconocido como un respetable acordeonista y diestro compositor.
Morgan ya había grabado para Discos Eva en Barranquilla varios temas que empezaron a sonar con mucha fuerza. Era un “acordeón versátil y sin tantos perendengues”, decía Carlitos Román.
Se inicia así la época de oro de uno de los conjuntos estelares que tuvo Barranquilla y la Costa Caribe desde los años 1950 hasta 1990, más o menos, aunque todavía sus temas fuertes siguen sonando en Colombia y el exterior. ‘Nada’, ‘Very very well’, ‘Empújale la aguja’, ‘Frío por delante y caliente por detrás’, ‘El lapiz’, ‘El baile de la pluma’, ‘Mi nena’, ‘La picazón’, ‘Negra, ron y vela’ y tantos otros.
Una vida sencilla
Morgan es un hombre sensible, muy apegado a su familia. A diferencia de casi todo buen músico que aprovecha la fama y la fortuna para brincar de mujer en mujer y dejar un reguero de hijos por doquier. “Me enamoré de Magali Nieto y eso fue amor a primera vista. Nos casamos en 1961. Tuvimos seis hijos: Morgan, Rubi, Ernestina, Magaly y Jorge Eduardo. Ya tengo ocho nietos y un bisnieto, este pechiche que se llama Ángel José García Blanco”, dice Morgan con voz pausada.
Pudo haber amasado una fortuna, tanto por la regalía de sus exitosas obras, como por su agitada actividad musical. “Nosotros éramos el grupo estelar de ‘Mi Quiosquito’, que en ese entonces era de Víctor Reyes y José Matías Primo. Después partieron cobijas. José montó tolda aparte con su caseta La Tremenda. Entonces nosotros alternábamos una tanda donde José Primo, otra donde Víctor Reyes y también tocábamos en la caseta de Cerveza Águila”.
“Pude haber tenido mucha plata, carro, casa alfombrada. Eso no me interesó”. Se dio la vida que quiso. Fue amigo de los más renombrados músicos de aquellos tiempos, como el legendario guitarrista cartagenero Sofronín Martínez, el versátil pianista Lalo Orozco. Con todos ellos grabó varios temas.
Un talento innato para amoldarse a todo ritmo y melodía. Por eso cuando el maestro Pacho Galán quiso probar cómo sonaba su merecumbé metiéndole acordeón, no pensó en otro que en Morgan. Y fue tanta la alegría de Pacho, que cuanto baile de postín le salía invitaba a Morgan, que era la novedad. Toda una orquesta con un acordeonista. «¡Qué barbaridad doña Julia!», diría en una ocasión el difunto radioperiodista y presentador de programas radiales en vivo, Gustavo Castillo García.
Un día fue a su casa Antonio María Peñaloza, que siempre tuvo fama de buscapleitos y cascarrabias. “Acompáñame, Morgan, quiero grabar algunas cosas contigo. ¿Cuánto me vas a cobrar?”.
Morgan lo miró con su rostro adusto, de pie. “No. No voy a cobrarle. Lo único que va a pagar es que me trate con respeto, porque usted tiene fama de gritar a los músicos que andan con usted”.
Peñaloza, que medía un metro con cincuenta de estatura, se empinó hasta donde pudo para darle un abrazo fuerte y felicitarlo por su honestidad.
Por esos días otra de las grandes estrellas de nuestra música vernácula, José María Peñaranda, no se sentía muy bien de salud. Los años se le vinieron encima de repente con diversos achaques de salud.
“Muy tempranito llegó tocando la puerta de mi casa. Traía el acordeón en el hombro. Me dijo: ‘Oye, Morgan, yo estoy un poco maluco de salud y tengo que grabar varios temas que ya me pagaron por adelantado. Hagamos una cosa. Tócame el acordeón, porque ya yo no tengo fuerzas para estirar el fuelle’. Enseguida nos metimos al cuartico donde yo ensayaba y le pregunté: ¿Qué vamos a grabar? A capela me tarareó la canción y yo enseguida le cogí el ritmo y la melodía: Yo no soy de por aquí/yo soy muy barranquillero/nadie se meta conmigo/ que yo con nadie me meto/¡ay me voy pa’Cataca y no vuelvo más (coro), el amor de Carmela me va a matar”.
El disco fue todo un éxito en Colombia, Venezuela y Panamá. Llegó a oídos del pollo barranquillero Nelson Pinedo, quien ya estaba en la Sonora Matancera, le modificó la letra, respetando el ritmo y la melodía: ‘Yo no soy de por aquí/ yo soy muy barranquillero/nadie se meta conmigo/ que yo con nadie me meto/ay me voy pa’la Habana y no vuelvo más/ el amor de Carmela me va a matar”.
Morgan es un hombre tan correcto y respetuoso de los modales y las buenas costumbres, que en estos días llamaron de urgencia a Peñaranda para una feria en Maracaibo, donde se ganaba plata y de la buena. Peñaranda le ofreció a Morgan que irían “miti-miti”… a lo cual Morgan le respondió: “voy con la condición de no acompañarte cuando vayas a cantar ‘La ópera del mondongo’…yo esa vulgaridad no la toco”. Y resulta que, por ese y otros temas de igual calibre, era que los venezolanos hacían sus fiestas con José María Peñaranda, autor del inmortal ‘voy a contar mi relato/con alegría y sin afán/ que en la población de Plato/se volvió un hombre caimán/ se va el caimán/ se va el caimán/se va para Barranquilla”.
Peñaranda meses antes leyó en un periódico de Barranquilla, su tierra natal, el inverosímil suceso del hombre que se volvió caimán y rondaba las orillas del río a pedir comida. Las mujeres le gritaban “caimán bruto, si lo que tienes es comida de sobra ahí en el río con tantos peces”. El caimán, llorando, respondía, “yo quiero queso y quiero pan”.
https://youtu.be/QkwWhcq5hn8?t=4