Paula Linero es la autora de esta composición fotográfica ‘Miradas Preñadas’ que hace un repaso por el trasfondo que aguardan unos ojos lleno de vida.
Escrito por Paula Romero González
Esta mujer, trabajadora ante todo, está a punto de recibir a sus 39 años el título de Licenciatura en Periodismo por la Universidad de Sevilla, España. Paula es una mujer valiente que se casó muy pronto y tuvo dos hijas, pero que jamás dejó de mostrar su curiosidad por contar el lado humano de la vida.
«La gente de la calle me aporta mucho», asegura. Siempre le ha gustado visitar a los ancianos, compartir con ellos y escuchar sus historias. «Muchos se sienten solos porque la familia no suele ir a visitarlos, pero a mí me encanta compartir un rato con ellos; te enseñan mucho». Paula trabaja actualmente en ASSDA, y además, está terminando la carrera de periodismo. «Mi primera opción fue estudiar Ciencias Políticas, la segunda Pedagogía, pero finalmente me dieron plaza en Periodismo, en la Facultad de Comunicación, y he aprendido que lo mío es hablar con la gente, todo lo que ocurre en la calle me interesa».
Esta exposición surgió por un trabajo para la Universidad de Sevilla, pero al presentarla ha tenido mucho éxito, y ya le están pidiendo que la presente en varias salas de exposiciones dentro y fuera de la ciudad.
«Quería enseñar la belleza de estos abuelos, porque el día de mañana quizás también padezcamos esta dura enfermedad, que se manifiesta con deterioro cognitivo y trastorno en la conducta y se caracteriza por una pérdida de memoria progresiva y de otras capacidades mentales», menciona en su blog. (http://paulalinero.blogspot.com.es/2013/11/miradas-prenadas.html)
Durante la exposición, el grupo de la Asociación de Alzheimer vino a ver la exposición con los familiares, «quedaron muy contentos con el resultado. Aunque la mayoría no se acordaba ni de la foto, ni de mí».
Miradas preñadas es el título de esta exposición que pretende dar nombre a cientos de miradas condenadas a caer en el olvido.
Fotos y texto por Paula LineroFelisa era maestra
Cuando me ve, sin conocernos, me acepta. Se acerca, a veces sonríe, a veces mira con la vista fija en algo que no podemos intuir, es solo ella y su desmemoria. Sentada junto a mí, le doy un libro con fotografías impresas, tiene poco escrito, el título y alguna indicación sobre la fotografía que muestra, pero Felisa lo lee muy bien, entona cada palabra con musicalidad. Le pregunto si le gusta leer, contesta que cree que leyó mucho, que le gustaba, pero no sabe por qué. De repente, repite lo leído una y otra vez, con ritmo y sin freno. Le quito el libro, no se queja, calla y me abandona de nuevo con la mirada perdida. Al cabo de poco rato le entrego lo retirado, lo agarra con ganas y lee las palabras que encuentra, comienza su lectura canción. Le pregunto qué fue, ella contesta que maestra porque le gustaba enseñar a los niños, les leía para callarlos cuando gritaban sin descanso.
Sonríe, lee y sonríe.
José era Albañil
Le traen en silla de ruedas, ya no puede sostener su pequeño cuerpo porque la artrosis se apoderó de todos sus huesos, pero antaño le sirvieron para construir casas. Saluda alegre, su cara deja ver un ojo enfermo que no quiere abrirse, pero su alma la entrega por ayudar. Pregunta qué tengo en las manos, le explico que una cámara porque quiero hacerle fotografías, sonríe, parece sonrojado, y sin apenas levantar la mirada me ofrece su vida. Dice que está preparado, que cuando yo quiera, él también querrá. Hablamos, o lo intentamos. El diálogo es corto, no recuerda nada, solo que quiere ayudarme. Qué fue, le pregunto. No lo sé, responde. Voy a fotografiarle, para qué, me lanza en pregunta, para un trabajo de la facultad le respondo. Bueno, si le sirve me parece bien.
No hay discusión, comienzo la acción, retrato a este buen hombre.
Carmen era cocinera
Alegre y risueña, le es imposible moverse de la cama debido a la obesidad mórbida que padece. No esperaba que una estudiante de facultad fuese a visitarle para realizar un trabajo fotográfico. Un verdadero placer, comenta halagada. Se me ofrece sin pausa, sin condiciones y entregada. Qué artista eres me procesa, que no, que no, le indico yo, que eso “será o seró”. Gracias a usted Carmen por tanta implicación.
Ríe agradecida, me besa y lagrimea.
Dolores era labradora
Noventa y dos años llenos de vida, sin duda alguna está preñada de vivencias. El campo fue su cuna, la tierra su alimento y hoy día convive entre familiares. Es callada, prudente y muy observadora, quiere saber por qué solo hay una silla para ella, y ninguna para mí. Le explico que debo permanecer de pie para fotografiarle bien. Hablamos de su infancia. Los hijos son los hijos, dice resignada.
Comenta orgullosa cómo trabajaba con la azada.
José Miguel era electricista
Canta y baila por doquier. Simpático y con buen son cuenta chistes que él cree verdes, pero no. El de los hilvanes, el de los locos, el del matrimonio, el del electricista… Ríen todas, las tiene embelesadas, si de un instituto se tratase, Miguel, como le gusta que le llamen, sería el más popular y ligón. La alegría de la casa se arranca por sevillanas, y termina con una chirigota donde explica la enfermedad del azheimer de manera sencilla.
Es un as. Da chispazos de felicidad.
Manuel trabajó en distintos hoteles
Es hombre de pocas palabras. Sus ojos son profundos y sinceros, claros y llamativos. Su nariz grande y tierna, le da cierto carácter atractivo y escultural. Es breve, me advierte que trabajó en hoteles de Suiza, que pateó mucho por el terreno laboral, que siempre se buscó bien las castañas y que por eso su pensión le permite vivir en una residencia privada. La familia le visita una vez al año, suele ser en navidad.
Plácido y agradable me desea lo mejor en la vida.
Rosario era ama de casa
Dedicada al oficio de las tareas del hogar, del marido, y de los hijos por muchos años, hoy olvidó sin clemencia qué fue lo que hizo, quizás no lo disfrutó y el cerebro olvida pronto aquello que nada nos produce. Depresiva, melancólica y afligida desde hace varios años, no pierde ocasión para apostillar que hace mal día, que el desayuno estuvo regular, que las compañeras no le dejan tranquila, que la enfermera le mira mal… No sonríe ni una migaja, todo le parece feo. Si pulso el botón de retratar intenta no mirar, se escabulle como distraída, pero permanece sentada y no retrocede.
Terminamos sin conversación posible. Rosario vuelve al salón.
Virginia era costurera
Qué alegre y dispuesta. No le asusta nada, y todo le sorprende. Desde el principio festeja el encuentro. Se acerca, me coge los brazos, nos sentamos. Le explico que le captaré con la cámara de fotos, ella ríe, qué presumida, se toca el cabello y se suena los mocos. Empezamos. Un primer plano, pregunta que por qué tan cerca, quiere alejarse, le indico que la quiero cerca para verla bien, por guapa. Ella sin oposición se amolda mejor en el sofá. Seguimos, las carcajadas van en aumento, contagia a todo el que pasa cerca, no lo puede remediar, es mujer salerosa y graciosa. La costura le apasiona, se nota mientras se aleja por el pasillo porque no deja de rizar la falda o el chaleco con sus manos hábiles y pequeñas.
Da media vuelta y vuelve, quiere seguir un rato más conmigo.
Puede visitar el blog de Paula Linero en este enlace: http://paulalinero.blogspot.com.es/]]>