La vida parece cercada, asfixiante y reducida a lo inmediato, pero hay siempre una manera para ver más allá de los límites.
«Siempre me ha gustado tumbarme mirando al techo, es mi preparación para soñar, para calmarme o para decidir cualquier cosa. Y cuanto más espacio medie entre los ojos y la tapia contra la que se estrellan, más libre es el viaje del pensamiento, más sorpresas puede dar». Carmen Martin Gaite.
Por Mariangela Mercado Salas

Mariangela Mercado.
Creo que el techo es mágico. Después de la rutina ordinaria del día uno debe tumbarse así como se caen los mangos de los árboles cuando están maduros y ya no se pueden sostener ¡Plaf! Como las gotas de Cortázar: «una gotaza que cuelga majestuosa y de pronto zup ahí va, plaf, deshecha, nada, una viscosidad en el mármol”.
Tumbarse ya sea en la hamaca, en el sofá o en el piso con los ojos abiertos y la vista estrellándose contra el cemento del techo, de tal forma que se pueda ir con la imaginación más allá del liso blanco inerte que limita la vista y llegar hasta el cielo que se extiende a lo largo y ancho: infinito, perfecto, precioso, si es noche lleno de estrellas enviando ráfagas de luz, si es de día cargado de nubes como pedazos de algodón de azúcar, con la luna o el sol tibiando las almas e iluminando los corazones, siendo perennes testigos de lo que sucede aquí abajo ¡Todo eso hay más allá del techo!
Y así mismo es la vida, a veces parece cercada, asfixiante y reducida a lo inmediato y no puedes ver más allá de los problemas y los límites, como si los unos y los otros fueran esa gran mole de cemento que separa la vista del horizonte y te impide ver lo ilimitado que es, así que debes recapacitar, concentrarte e ir más allá, pensar que somos infinitos y superiores a las formas, a lo efímero y a lo cotidiano.
Somos el cielo y los inconvenientes del «día a día» y los obstáculos a nuestros sueños, son el techo.
Túmbate y permite que tu imaginación salte por encima del techo, como las agujas de las máquinas de coser cuando pisas el pedal, esas antiguas que con cada salto hacían la puntada de los grandes sueños, ahí mismo se deshilan los conflictos más enredados, se cose lo que se rompió durante el día que se acaba y se teje uno nuevo con hilos de esperanza, esos mismos hilos que nos unen a nuestra esencia y a lo que realmente deseamos de esta existencia.
Así que ahí, en posición horizontal, vista perdida al techo y piernas extendidas, se endereza un poco el mundo cuando está al revés o se voltea si está al derecho. ¡La idea es agitarlo mientras descansas! Y si no se logra ni lo uno, ni lo otro, ni aquello, por lo menos se descansa al mejor estilo de los murciélagos con la sangre fluyendo en doble vía y relajando el cuerpo.
Luego, cuando el circulito este llamado reloj que nos controla el existir diario marque la hora en que debes enderezarte y actuar ¡zaz!, retomas la realidad, tras un exquisito paseo por la imaginación en el que aprendiste, una vez más, que los limites y las cercas ansiosas creadas por el mundo, son como el techo, para mirarlas….y saltar sobre ellas.
“Lo único extraño viene a la noche
pues se presume que un sereno
ha de dormir serenamente
pero yo paso horas y horas
mirando el techo
o sea que
no sé hasta cuando estaré sereno
porque la calma ya no da abasto
hay que confiar y yo confío
que no hay mal que dure
cien años”
Mario Benedetti